EL PAíS

Lágrimas, velas y rosarios

 Por Osvaldo Bayer

La Argentina al día o la Argentina al desnudo. La televisión se traslada del sanatorio de Maradona al balcón de Blumberg. Lágrimas, rosarios, velas. De pronto la escena llega al clímax. Un emocionado cuarentón le dice a la madre de Maradona: “¡Usted es la Madre de Dios!”. En los Tribunales voces cercanas y lejanas gritan hacia el balcón o el escenario: ¡Blumberg presidente!
Para buscar los caminos de la racionalidad por una senda de regreso, me provoco a mí mismo diciéndome: Dios en su infinita bondad está presente siempre en la Argentina. Pero corto allí porque entraría en el lenguaje de los tres religiosos que acaban de proceder a Blumberg, que ahora habla. Todo racional: trabajo, justicia, honestidad, protección, seguridad. SEGURIDAD. Para que haya seguridad debe haber moral. Y si no, hay que tener una organización policial que domine todo: buenos sueldos para la policía y más penas para los delincuentes aunque estos sean niños.
Recorro la historia y veo las grandes manifestaciones “burguesas” –como las llamaba Rosa Luxemburgo– por las calles alemanas contra los gobiernos de izquierda y sus debilidades. Pedían seguridad, tranquilidad, orden. Llevaban la bandera imperial y velas. Caminaban como quien va a la plaza o al mercado. Pero meses después ya marcaban el paso. Y finalmente venían uniformados de pardo.
No, claro, no nos dejemos llevar por miedos de la historia. Dentro de todo vimos las lágrimas finales de Blumberg y una emoción muy argentina que terminó conformando altares con las velas en las ventanas. Blumberg sólo perdió la calma cuando se refirió a lo imprescindible de rebajar la edad penal de los jóvenes. Orden y seguridad... No se mencionaron las violencias en que esa juventud vive en las villas de emergencia, en la falta de trabajo de ellos y sus padres y familiares. No, de acuerdo a la ley Blumberg todo se va a encauzar si los jueces trabajan más y las cárceles son más limpias y educadoras. Que no está mal. Pero es recorrer apenas la punta del camino.
¿Cuándo comenzará a encauzarse el plan Blumberg? Está todo muy podrido en Dinamarca. Es que la Argentina en toda su historia muestra los rasgos de la sociedad en que el que vale es quien tiene la manija. Hablamos de moralizar la policía. Pero cómo. Si fue una historia de manijeos, roturas y crímenes ordenados. Veamos la galería de héroes que les son mostrados a los cadetes. El héroe máximo es el coronel Ramón Falcón. Un genocida declarado y un represor por placer. Ya había actuado como preferido de Roca. (Aquí hacemos un pequeño paréntesis porque toda la población argentina es humillada por el poder al enseñarnos a respetar a Roca. No sólo el genocida que se va a beneficiar como estanciero con las treinta mil hectáreas que les serán regaladas por el gobierno, tierra que pertenecía a los ranqueles, pehuenches, y mapuches, sino que antes de liquidar a los habitantes naturales de la tierra los hacía “descoyuntar” según lo denuncia su propio comandante Prado. Fíjense nuestro prohombre con estatuas por todos lados y calles al por mayor. Eso sí, lo tocamos, seguimos su ejemplo y por eso tenemos que ira a prender velas a Tribunales. Por eso yo propongo a los argentinos con un poco de corazón y de honra, concurramos todos los jueves a las 15.30 a la estatua del genocida, en la Diagonal Sur y hagamos una “cruzada del salivazo”, descargando nuestro desprecio en el bronce tan depreciado del genocida a caballo.) El coronel Falcón –su discípulo– será el bestia que atacará a los obreros de Plaza Lorea que reclamaban algo tan justo como las sagradas ocho horas de trabajo. Los atacó sin previo aviso, con la caballería y la bala, y dejó la sangre proletaria para siempre en la Plaza Lorea. Y se retiró orgulloso al tranquito de su caballo blanco. La Escuela de Cadetes de policía de la Federal lleva nada menos que el nombre de ese asesino brutal. Miren qué ejemplo. Y los gobiernos de turno le pusieron el nombre de él a una de las calles más largas de la Capital. Y también a una plaza, a la cual los vecinos de Floresta, en un acto de puro coraje civil, le cambiaron el nombre. La pregunta es qué espera la autoridad máxima de la ciudad de Buenos Aires, el señor Ibarra, para borrar de esa calle para siempre el nombre del asesino por el de “Mártires de la Plaza Lorea”. Esa medida traería para la Justicia y el andar policial mucho más frutos que el de ir a prender velas a Tribunales.
Serían innumerables los ejemplos de los pésimos funcionarios policiales que llevaron a que esta policía Federal y la Bonaerense fueran tan perversas y corruptas desde la base hasta la cúspide. Vamos a nombrar a un asesino probo que hoy tiene su retrato en la jefatura de la Policía Federal de la calle Moreno: el célebre inspector general Fernández Bazán, quien estableció como norma para sus subordinados, la Ley Bazán: “Primero, disparo; después, pregunto”. Fernández Bazán, siempre de civil, con zapatos de charol, camisa blanca y moñito negro se especializó en la caza de anarquistas del movimiento obrero. Ya venía esta costumbre del comisario yrigoyenista Buzzo, que tiene una frase célebre inmortalizada por el diario Crítica. Cuando el anarquista Miguel Arcángel Roscigna fue detenido por primera vez, sin causa, el comisario Buzzo le dijo: “Tenés tres posibilidades: irte a criar gallinas a La Quiaca; meterte en un seminario y estudiar de cura o directamente suicidarte, así nos ahorrás el trabajo, porque la próxima vez que te encontramos en alguna calle de Buenos Aires, te baleamos, te ponemos una pistola en la mano con cápsulas servidas y te caratulamos ‘resistencia a la autoridad’”.
Pero el comisario Fernández Bazán era el hombre más querido por los políticos de la década infame. En 1936 va a hacer desaparecer a tres obreros anarquistas que acaban de ser entregados por la Justicia uruguaya a la policía argentina. A traerlos para Buenos Aires irá Fernández Bazán, el jefe de Orden Social, en otras palabras la Policía Política. Se los desembarca en Buenos Aires y, a los parientes de los presos, se les comunicará que fueron trasladados a La Plata. En La Plata informarán que están en Avellaneda, en Avellaneda que están en Rosario. En Rosario informan a los familiares de los presos que han sido llevados a Tandil. De Tandil se les dice que no hay más rastros. Un día, un pescador de la isla Maciel ve cómo bajan de un celular a Miguel Arcángel Roscigna, a Vázquez Paredes y a Malvicini, los tres desaparecidos. Se informa a Crítica cuyo gran titular del día será: “Roscigna en el Dock Sur”. Esa es la señal para el comisario Fernández Bazán: desaparición. Meses después un oficial de Orden Social les comunica a miembros de la Comisión Pro Presos en forma confidencial: “No se rompan más muchachos, a Roscigna, a Vázquez Paredes y a Malvicini les aplicaron la ley Bazán, los fondearon en el Río de la Plata”.
Nunca se encontraron los cadáveres. Los tres luchadores jamás aparecerán. Juan Domingo Perón premiará los méritos del comisario Fernández Bazán nombrándolo en 1947 subjefe de la Policía. Y más tarde, el mismo Perón nombrará en la diplomacia al uniformado, ya que el comisario desaparecedor le confió al general presidente que su verdadera vocación había sido ser diplomático. Perón lo nombrará cónsul general en Estocolmo. Un rasgo de verdadera delicadeza del primer mandatario para un policía del tiro fácil. Cuando muere Fernández Bazán, será el único funcionario peronista que haya sido elogiado por La Prensa de Gainza Paz, que en la necrológica hará también el elogio de la “Ley Bazán”.
Ahora, que estamos al parecer de pura autocrítica constructiva, los peronistas podrían hacer una historia de revisión de sus policías.Y solicitar que se saque de la central de policía el retrato del asesino, como hace poco se bajó el del general Videla del Colegio Militar. Y los radicales podrían hacer la misma revisión, ya que entre los íntimos amigos de Yrigoyen estaba el comisario Santiago, de triste memoria en la represión obrera y en la conducta con los presos comunes. No por algo tenemos una policía como la actual. Ya viene de lejos. Otra vergüenza argentina. Siempre el silencio, el callarse la boca y después la condecoración para olvidar todo. O el nombre en una calle, como en Avellaneda, donde una de ellas lleva el nombre del mayor Rosasco, uno de los peores torturadores de la dictadura de Uriburu. Jamás un vecino ha protestado al leer ese nombre todos los días cuando sale de su vivienda.
Ojalá Blumberg consiga que los jueces trabajen más horas. Pero eso de limpiar la policía... Creo que primero tendrían que irse muchos políticos, de intendentes a presidentes de comités provinciales de los dos partidos que nos gobernaron siempre y nos dejaron el país de hoy.

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