EL PAíS › OPINION

Las reglas y la excepción

 Por Mario Wainfeld

La transición aúna varias rarezas o especificidades. Una de ellas, sedimentada durante el mandato que epiloga, es la ineficacia de varios medios tradicionales para colocar o proponer funcionarios. La imposición, un clásico en otras administraciones, sencillamente cesó. Ya no hay ministros impuestos (o burdamente promovidos) desde el establishment, desde los sectores financieros o desde think thank económicos.

La imposición brutal no funciona. La propuesta se hizo muy cuesta arriba. Reacios son los Kirchner, sin distinción de género, a movidas clásicas como la “instalación” de ministeriables. En jerga, se apodan así distintas acciones que revelan la presencia del postulante en la sociedad o en las corporaciones o en la academia o donde fuera. Los rebusques remanidos eran muchos: avales públicos de colegios profesionales, universidades, sindicatos, apariciones en los medios masivos o en los técnicos, seminarios, solicitadas.

Desde que recaló en la Casa Rosada Néstor Kirchner mostró sus cartas: desconfía de los grupos de interés, los mantiene extramuros de su despacho, ejercita una praxis muy distante de la de otros presidentes. Lobby es, sencillamente, mala palabra.

Desconfiada visceral, por formación política y hasta por procedencia geográfica, la pareja presidencial detesta que le escriban de prepo alguna línea en su agenda.

La Iglesia Católica, las representaciones empresarias de industria y “del campo” se anoticiaron de que ser contertulio del Presidente era un logro peliagudo. Los hábitos fueron cambiando, más allá de rezongos y de denuestos: todos se amoldaron, cambió (subió exponencialmente) la cotización de una cita con Kirchner o, aún, con Alberto Fernández.

Así las cosas, es conspicuo que la mejor manera de dejar fuera de carrera a un potencial funcionario es hacerlo muy visible, sponsorearlo, resaltar su peso en la sociedad civil. Muchos protagonistas y organizaciones tomaron nota o, si se quiere, fueron domesticados.

Claro que el afán de incidir en el nuevo gobierno no se evaporó del todo: se ha transformado en un juego con reglas nuevas, exigente de nuevas destrezas.

Los lobbistas se metamorfosean para sobrevivir bajo el nuevo paradigma. Los Kirchner no confían en extraños, o sea: habrá que limitar la oferta de “candidatos” a quienes ellos conozcan. El casting se restringe mucho a cambio de ganar perspectivas futuras. El aspirante no puede ser un ajeno ni un ignoto para la “mesa chica”. Debe haber tenido algún palique con “Cristina” o con “Alberto” o con el Presidente en ejercicio. Mario Blejer, la gran esperanza blanca para Economía o uno de sus eventuales desgajamientos, pasó por la Rosada. Aleluya, su apellido y su experticia pueden ser mencionados, el hombre tiene el password. Sus dotes se detallan acá y allá, en diarios de negocios o en cónclaves empresarios, poniendo especial énfasis en su afinidad y su condición de “persona de consulta permanente” de la primera línea del Gobierno. La información disponible sugiere que esa caracterización es entre un poco y muy exagerada. No es fácil adoptar un nuevo credo y consentir todas sus exigencias. En fin, París bien vale una misa y ninguna batalla está perdida si se acomete con actitud.

Compañeros, pero lejos: Los compañeros de gestión de la dupla de presidentes también la miran de lejos, alienación que aqueja a casi todos los que ocupan altos cargos en el actual gabinete.

Página/12 habló con unos cuantos ministros y secretarios, con la informalidad y la reserva del caso. Inquirió si fueron anoticiados de que seguirán o de quién será su sucesor. También si fueron sondeados sobre cómo podría ser el perfil del sucesor. Las respuestas negativas proliferan. Los involucrados no se enfadan, qué va. Parafraseando a Mendieta, no lo toman a mal porque están acostumbraus.

Cristina y Néstor Kirchner concentran toda la decisión y lo hacen de un modo estentóreo. Su viaje a El Calafate días atrás, su encierro en la casa común, dejando entrever que adentro se cocinaba todo y que había sólo dos chefs, fue una dramatización adicional, para nada superflua. Se sabía, se había internalizado. Pues bien: que no quepan dudas.

Constreñidos por los mismos límites que los de afuera, conscientes de que moverse puede perjudicar la foto, los funcionarios hacen como que no pasara nada. La procesión va por dentro y los conflictos se socavan, pero no desaparecen. La ansiedad mina la libido para la gestión, los codazos se propinan lejos del alcance de las cámaras pero no desaparecen.

Los de afuera resisten ser “de palo”, se reconvierten para sobrevivir. Los de adentro, chito. Sólo la brega entre Julio De Vido y Alberto Fernández interfiere en ese cosmos regulado y centralizado. Esa interna que supo tener diques que la encarrilaran, parece haberlos rebasado en estas vísperas. Sus consecuencias se podrán medir bien en un puñado de semanas. Entre tanto, su fuerza arrolladora ha pesado en el abrupto desencuadramiento de Miguel Peirano, aceleró los tiempos de la presidenta electa y dejó su huella en la agenda. Tamaño es el impacto de la única variable fuera de control en un orden férreamente conducido por dos voluntades.

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