ESPECTáCULOS › “TIERRA DE SUEÑOS”, PRIMERA INCURSION EN EE.UU. DE JIM SHERIDAN

La muerte como herramienta emocional

 Por Horacio Bernades

“Todos se están muriendo”, dice en un momento la pequeña y encantadora Ariel. Su enfurruñada queja bien podría representar la del espectador de Tierra de sueños, abrumado por una nueva manifestación del regodeo tanático que recorre buena parte del cine reciente y que parecería encontrar en 21 gramos su summum. No es sólo que en el viaje de Irlanda a Nueva York, Ariel, su hermana mayor y sus papás llevaron consigo el fantasma de un hermanito muerto. Además, una vez instalados en la capital del mundo y luego de padecer toda clase de privaciones y dificultades, los inmigrantes se topan con dos noticias: 1) su mejor amigo neoyorquino padece una enfermedad terminal y 2) mamá está embarazada, pero por un problema sanguíneo se enfrenta a la opción de quedar –ella o el recién nacido– en la mesa de partos. ¿No será demasiado? Para muchos cineastas contemporáneos nada es demasiado, a la hora de zarandear las emociones del sufrido espectador.
Nominada a tres Oscar (entre ellos, el de Actriz Protagónica para la mater dolorosa Samantha Morton, ya premiada por su papel en Dulce y melancólico), favorita absoluta para los Independent Spirit Awards (equivalente del Oscar para el cine independiente), exquisitamente fotografiada y musicalizada hasta el exceso, Tierra de sueños es la nueva película del irlandés Jim Sheridan y la primera que transcurre fuera de su tierra natal, luego de exponentes notorios como Mi pie izquierdo y En el nombre del padre. Recapitulación, condensación y ficcionalización de varias experiencias personales y de terceros, el guión de Tierra de sueños está firmado por tres Sheridan: el propio Jim y Naomi y Kirsten, que son sus hijas. Los datos indican que a comienzos de los ‘80, antes de iniciarse en cine, el realizador se trasladó a Manhattan junto con el resto de su familia (esposa y dos hijas, como en la película) para probar suerte en teatro (como hace aquí el protagonista) y durante su estada tuvieron un bebé. Por otra parte, la película está dedicada a Frankie Sheridan, lo cual representa un golpe fuerte (o bajo, según como se tome) si se tiene en cuenta que Frankie es, en la película, el nombre del hermanito muerto. Según declaraciones del realizador, el Frankie de la realidad era un hermano suyo que falleció. Aunque, pequeño detalle, no a los dos años, como el niño del film, sino de adulto. Cabría preguntarse si una tragedia real legitima el hecho de que quien la vivió la expíe ante millones de espectadores. Más allá de algún logro eventual, las anteriores películas de Sheridan habían mostrado ya su predilección por estructuras dramáticas tirando a elementales, como ser la batalla vital de un muchacho cuadripléjico o la oposición entre jóvenes e inocentes combatientes del IRA y maquiavélicos genocidas ingleses.
El “método Sheridan” se transparenta en escenas como una en la que Johnny (Paddy Considine) apuesta los pocos dólares que tiene en una kermesse, con el objetivo de conseguirle a la pequeña Ariel el muñequito de E. T. que tanto quería. Narrada como si fuera la escena de la ruleta rusa de El francotirador, es sólo un anticipo de lo que sucede al final de la película, cuando todo pasa a girar sobre la pregunta de quién se muere, si la mamá o el bebé. Esta situación está montada en paralelo con la agonía del mejor amigo de la familia, que antes de irse para siempre operará el milagro que Johnny había pedido para él y los suyos. ¿No será demasiado? Está visto que no.

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