ESPECTáCULOS › ALEJANDRO CHOMSKI Y EL SENTIDO DE SU OPERA PRIMA, HOY Y MAÑANA, QUE SE ESTRENA HOY

“Quise hablar de nosotros, nuevos pobres”

El film centra su mirada en una joven típica de Palermo Viejo, arrastrada a la prostitución por la crisis de 2001. Chomski aprovecha para referirse a su generación, la que tiene la sensación de que “la vida nos engañó”.

 Por Mariano Blejman

Hay algo raro en todo esto: el cineasta Alejandro Chomski vino a este país con un matrimonio por conveniencia, que alcanzó a deshacer antes de que fuera demasiado tarde. Volvió a la Argentina desde Estados Unidos en el 2000, donde había viajado por una beca Fullbright, que hizo en el American Film Institute. Recién en 2002 pudo comenzar a filmar lo que hoy es su ópera prima, Hoy y mañana, que cuenta la historia de una chica de clase media, actriz de teatro, dispuesta a prostituirse para conseguir los 300 pesos para pagar su alquiler. Chomski tiene papeles españoles y se casó con una norteamericana durante el tercer año de su beca, porque ya no tenía cómo quedarse en Estados Unidos. Pensó también en la ilegalidad, hasta que conoció a esa norteamericana que quería irse a vivir a Europa; entonces hicieron un acuerdo. El asunto es que todo se desmadró cuando comenzaron a convivir y terminaron en la cama. “Tuve que ponerle un precio a la felicidad”, cuenta Chomski.
Los “sponsors” del casamiento –agentes federales, a su modo– iban cada dos meses a verificar hasta los cepillos de dientes que había en el baño. “Nos preguntaban por separado qué cosas nos gustaban, cómo hacíamos el amor, quién se ponía arriba, quién abajo. Eso da para otra película”, reflexiona. Nada de esto sucede en Hoy y mañana, que se estrena hoy, aunque algunos esbozos están en la película que se consagró en la Selección Oficial de la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes ’03. “No quise estar cuatro años así, anulé el casamiento antes de los seis meses y pensé en ser un ilegal”, cuenta Chomski a Página/12.
–¿Y por qué no se fue a Europa?
–Estaba medio desarmado. Cuando volví, en el 2000, empecé a ver que en esa generación que tenía sueños, aspiraciones, estaba con pocas posibilidades, yo no era un observador más detrás de un escaparate, sino que era uno más de estos personajes. Mi posible trabajo, mi casa, mi nada, estaba en Buenos Aires. Encima el país estaba como yo, hundiéndose. Pensé que era el momento de hablar sobre el dolor que tenía.
–¿Cómo surgió esta historia?
–Creo que todo surgió cuando me contaron que un profesor de teatro les pagaba a sus estudiantes mujeres para que se acostaran con él. Somos una generación de los 20 a los 40 años que tiene la sensación de que la vida nos ha engañado. Cuando uno era chico, nos decían que si estudiábamos íbamos a ser algo: arquitecto, médico, ingeniero, cualquier cosa. Y de pronto estamos arrojados del siglo XXI, y no lo podemos usar. Ana, la protagonista del film –encarnada en la actriz Antonella Costa–, es una chica con recursos, pero no tiene a quién recurrir. Está a punto de salirse del sistema, como muchos de nosotros.
–¿No quiere perder su dignidad?
–Es una cuestión de orgullo, dignidad y moralidad. Pero el film no es inmoral sino amoral. Hay todo un cine que retoma la tradición de transmitir un mensaje, de ver la manera de ser mejor persona. Pero las historias pasan y listo. Además, muchas de las historias marginales, por ejemplo, se refieren a un sector social que jamás va al cine. Nadie de la marginalidad va al Village Recoleta, ni paga una entrada de nueve pesos. A mí me parecía honesto hablar de lo que me pasaba, de cosas cercanas, sobre gente a la que le pasan estas cosas, de gente que puede leer Página/12 o ir al cine un miércoles porque es más barato. Somos los llamados nuevos pobres, tenemos la cultura e información de Estados Unidos, de Europa, pero también a Juan Rulfo, a García Márquez, a Octavio Paz.
–¿Por qué no cierra del todo la película?
–No quiero indicar el camino. El final es el que uno quiere interpretar. Si digo lo que pienso, contradigo la experiencia de cada uno.
–Hay una idea que dice que si uno dibuja un círculo incompleto, el ojo, al leerlo, tiende a completarlo en función de su preconcepto de cómo debe ser un círculo. El círculo siempre tiende a cerrarse.
–Hay muchas películas francesas en las que el personaje siempre se suicida al final. Pero ella se prostituye, para no tener que prostituirse en su dignidad. No quiere recibir la lección, prefiere preservar sus propios intereses. Porque el padre le pide que sea infeliz, le dice que acepte la realidad como es, que no pida lo imposible. Es difícil pedirle eso a un joven.
–¿Por qué filmó todo con cámara en mano?
–Usé una cámara Atom súper 16 mm, que se convierte en una especie de voyeur, un hombre invisible. Como en Maridos y esposas de Woody Allen, es una cámara en manos sin contraplano, con largas tomas sin necesidad expresa de compaginar, como Contra viento y marea. Los diálogos son de costado, con la cámara yendo y viniendo. Esa era una técnica que le da un timming real, vertiginoso y frenético, un tipo de corte con velocidad y ritmo ágil. Había un seguimiento del personaje donde se podía mover.
–¿Por qué eligió a Antonella Costa, de Garage Olimpo y Nadar solo?
–La vi en Garage Olimpo, pero me la crucé un día en la calle en Palermo Viejo, con todo el ritmo que pensaba que tenía que tener. Ella iba con un VHS de Nadar solo para ir a la radio. Cuando la vi me sentí ese hombre invisible que después fue la cámara. Iba a hacer un casting general, ninguna actriz conocida me convencía, hasta que vi a Antonella. Hicimos un casting y era ella. Fue una cuestión epifánica. Vi toda la historia, y ese mismo día leí una nota a Bertrand Tavernier sobre su film Todo comienza hoy. Me fui en junio a Uruguay, a una casa donde estuve siete días. Escribí cada día diez páginas, y a la semana volví con un primer guión.
–¿El cambio de situación política afecta al film?
–Cambia más desde el punto de vista psicológico que desde el real. No hay un cambio cualitativo, porque la clase media sigue golpeada y con poca capacidad de consumo. Hay un 50 por ciento sin trabajo, y los que están adentro, están agarrados con un hilo del sistema. Pero la predisposición psicológica es distinta. Aunque si un mozo gana 200 dólares, en Europa gana 2000. ¿Cómo se puede pensar en soñar así?
–¿Cómo fue vista su película afuera?
–En 2003, en Chicago, en Montreal, estaban muy interesados por la situación argentina. En gran parte la película tuvo éxito por eso. Me preguntaban qué pasaba con Fernando de la Rúa, que a fines de 2001 fue el presidente más famoso del planeta. Me preguntaban por los cinco presidentes en una semana. En Estados Unidos apareció una vieja que había comprado unos bonos de la deuda externa y quería saber si la Argentina se iba a recuperar para poder cobrar. Obviamente, no tenía la menor idea.

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Chomski hizo todo lo que pueda pensarse para terminar su primer largometraje.
 
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