ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LA NOVELISTA NICARAGÜENSE GIOCONDA BELLI

“Juana la Loca representa a las mujeres que quieren más”

La escritora, que vive entre Managua y Los Angeles, vino a Buenos Aires a presentar su último trabajo, El pergamino de la seducción. En esa novela se interna en la vida de Juana de Castilla. El personaje histórico, dice, la fascinó porque esa reina extraviada de amor que vivió décadas recluida representa, para Belli, a las mujeres cuya intensidad perturba a las épocas en las que viven.

 Por Karina Micheletto

“Ciertamente que cualquier mujer nacida con un gran talento en el siglo XVI se habría vuelto loca, se habría suicidado o habría terminado sus días en una cabaña aislada, apartada del pueblo, medio bruja, medio maga, temida y objeto de escarnio.” Esta cita de Virginia Woolf le sirve a Gioconda Belli para abrir su última novela, El pergamino de la seducción. Allí la escritora nicaragüense se mete con un personaje histórico, la reina Juana de Castilla, a quien la historia oficial congeló en el papel de Juana la Loca, la mujer que enloqueció de amor, y a quien la frase parece calzarle justo. Belli elige establecer un paralelo entre esta historia y la de Lucía, una joven con más de un punto en común con Juana la Loca, en plena adolescencia e interna en un convento de monjas. Ya no hay referencias políticas como en El país donde mi piel, la novela en la que Belli recogía su militancia en el Frente Sandinista y retrataba los años de la revolución. Aquí la historia de la reina que pasó los últimos 46 años de su vida encerrada deja paso a un relato cruzado por el erotismo y los prejuicios que atraviesan las épocas.
Belli vive entre Managua y Los Angeles, según la rutina que estableció desde hace años y que, dice, piensa cambiar por una residencia fija en Nicaragua. Igual que Lucía, el personaje de su novela, la escritora estuvo interna en un convento en España en su adolescencia. De esa experiencia sacó, dice, algunas cosas que describe en su novela: la sensación de encierro del convento, la pastelería a la que iba los domingos, ciertas rutas como las visitas al Museo del Prado, la importancia de las cartas: “Allí sentí por primera vez que a través de la palabra podía irme del lugar en el que estaba. La manera en que sobreviví fue escribiendo cartas”, recuerda Belli en diálogo con Página/12, tras la presentación de su novela en Buenos Aires.
–¿Por qué Juana la Loca?
–En principio, porque es un personaje de la historia que ha sido visitado, pero nunca por mujeres. Yo quería seguir una historia de amor, de pasión. En la vida de Juana la Loca encontré una historia de ese tipo, pero me llamó la atención no saber de ninguna mujer que la hubiese abordado. Y me pareció que era importante contarla desde una perspectiva femenina. En realidad, no empecé con la intención de escribir sobre Juana, sólo quería escribir una historia de amor, la iba a enhebrar con una historia contemporánea, la de esta muchacha interna en el colegio que es seducida por un hombre mayor. Pero, como suele suceder en las novelas, van apareciendo cosas mientras escribes y de repente los personajes te buscan a vos. Juana me buscó para que yo contara su historia.
–¿Hubo algún hecho puntual que hizo que apareciera el personaje histórico?
–Recordé un retrato de Juana que vi en el Escorial cuando tenía como quince años. Ese recuerdo desató como una reacción en cadena en mi mente, algo que ya me ha sucedido en otras novelas: voy para una parte y de repente algo pasa, aparece un recuerdo, una imagen, y la novela se me dispara para otro lado, y empiezan a concatenarse las cosas. En la medida que empecé a investigar sobre Juana, los personajes de la historia contemporánea también iban tomando forma. Así fui dejándome llevar por la escritura, realmente no sabía cómo iba a terminar esta novela, y el final para mí fue un descubrimiento. Lo fascinante de escribir novelas es que te vas sorprendiendo a vos misma. De eso se trata: cuando ya sabes todo, es aburrido. Cuando se dice que el novelista crea un mundo, no es simplemente una frase hecha, es realmente así. Va apareciendo un mundo que empieza a funcionar por sus propias leyes, con una dinámica propia. De alguna manera uno se siente como un médium, a pesar de ser el creador del mundo, ese mundo tiene su propia libertad.
–Usted habla de una novela erótica, en lugar de enmarcarla en el subgénero cada vez más extendido de novela histórica.
–Es que el punto de partida fue el erotismo. Yo nunca había escrito una novela donde pudiera expresar una clase de amor difícil, atormentado, donde se pierde la racionalidad, donde uno puede llegar a amar a la persona que te destruye. Yo partí de una necesidad de explorar esa área de la psiquis humana, de investigar de dónde viene esa necesidad de aferrarnos a amores que nos hacen daño, que nos anulan. Como toda historia, se presta para trabajarla, y yo elegí trabajar todo el contenido erótico, la gran pasión que sintieron Juana y Felipe. Pero también es una novela histórica, los hechos que se narran son reales, y tuve que investigarlos, me metí de lleno en la vida de Juana la Loca.
–¿Cómo?
–Me llevé una sorpresa con Internet. Me permitió visitar todos los lugares donde estuvo Juana, conocer hasta los trajes que se usaban en la época, los bailes, los músicos... La biblioteca es invaluable, pero descubrí que Internet te da pistas importantes, no tenía tanta fe en el instrumento. Después, por supuesto, fui a España, recorrí lugares, me contacté con profesores especialistas en el tema...
–¿Qué cosas la atrajeron del personaje, más allá del amor atormentado que vivió?
–El maltrato sistemático que sufrió: de padre, de su marido, de hijo, y más tarde el maltrato histórico, al punto de que pasó a la historia como Juana la Loca. Me llamó la atención cómo montaron todo el caso de su locura sobre bases totalmente cuestionables. Sentí que ella representa a todas las mujeres a las que nos acusan de locas porque no nos conformamos con las normas sociales, porque reclamamos el derecho a la carnalidad, a la sexualidad. Juana la Loca era una mujer libre. Y una mujer libre, en medio de la Inquisición, era inadmisible.
–¿Por qué eligió la cita de Virginia Woolf como prólogo de su novela?
–Bueno, parecía como si la Virginia la hubiese escrito para que yo la pusiera allí... A través del caso de Juana nos damos cuenta de cuántas mujeres todavía padecen ese tipo de maltratos, no sólo por cómo son registradas sus acciones en la historia, también porque las encierran, no las dejan ser, porque si no aceptan jugar el juego del poder con reglas impuestas con el statu quo patriarcal son arrolladas.
–¿A esa cita se le podría sacar la referencia temporal?
–Para mí sí. La forma en que las mujeres son concebidas por el imaginario social todavía implica abusos, encierros y maltratos.
–La suya es una novela escrita por una mujer capaz de describir a la perfección la sensibilidad femenina. A esta altura, después de la forma en que se estandarizó la “literatura femenina”, ¿la halaga que le hablen de un “registro femenino”?
–No lo sé... A lo mejor es otra trampa que nos están tirando, ¿no? Uno podría decir que Hemingway es un “escritor masculino”, de la caza, la pesca, la guerra, y nadie lo califica como masculino. Lo mismo podríamos decir de Herman Melville, de Patrick O’Brian, que sólo escribe de barcos que llevan hombres, de muchos. Si te pones a pensar que la mujer emerge en la literatura como autora recién en el siglo XIX, hemos estado contando el mundo desde nuestros ojos por muy poco tiempo, todavía nos falta mucho que decir de cómo vemos el mundo. La misma categoría de literatura femenina ya es descalificatoria. También se habla de literatura light, entre un montón de motes que nos ponen a las escritoras mujeres, por el solo hecho de tomar en cuenta nuestra idiosincrasia a la hora de escribir, tratar de presentar nuestra propia experiencia y crear una identificación con esa experiencia, que es femenina. Pero, ¿por qué va a ser menos literatura una escrita desde la experiencia de ser mujer que la escrita desde la experiencia de ser hombre? Yo soy mujer y me alegro de escribir como mujer.
–En El país bajo mi piel usted también presenta dos historias paralelas: la suya y la de la Revolución Sandinista.
–Está contado en dos líneas de tiempo: la historia de cómo entré al Frente y todo eso, y luego la historia de cómo conocí a Carlos, mi esposo, cómo todo se fue disolviendo y cómo en ese contexto aparezco en Estados Unidos a partir de una disolución del proyecto histórico de la revolución. No lo conté linealmente, fui haciendo saltos en el tiempo. La razón de ser de los dos tiempos de la novela es cuestionar el tiempo lineal, que no existe. Existe para nosotros que lo vivimos, pero el tiempo es relativo, el pasado y el presente de alguna manera coexisten, y siento que nosotros vivimos constantemente refiriéndonos al pasado. Y se repiten las cosas. Después, en la novela en inglés, me pidieron que lo hiciera cronológicamente, así que tuve que desarmar todo aquello.
–¿Y le gustó cómo quedó?
–Me gusta más en español, pero sí. El editor explicó que la gente que no conocía bien la historia de Nicaragua se podía enredar. Son concesiones que hay que hacer si uno quiere contar su historia en otras lenguas.

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“La frase de Virginia Woolf parece haber sido escrita para esta novela.”
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