ESPECTáCULOS

Textual

“Es Toledo. El 6 de noviembre de 1479, día de mi nacimiento. Beatriz Galindo, una mujer de rostro castellano, trigueña, pelo negro peinado en un moño bajo, los ojos pequeños, brillantes, lacrimosos, asiste al parto de su amiga la reina Isabel, mi madre. Al fin, mi cabeza asoma y entre quejidos de alivio y un solemne silencio, las comadronas me arrancan del vórtice de mi origen y me revelan el titubeante mundo en el que ingreso. Percibo las manos delgadas, los callos en las palmas. Se acabó el velo que me protegía; mi piel expuesta registra el tejido de los paños con que me cubren. Siento que me transportan, sobre precipicios, de un par de brazos a otros. Estoy desvalida y en peligro, ya sin agua que me aísle y me nutra. El mundo es atronador y su luz no admite el recogimiento. Quiero volver a las húmedas y calientes profundidades del seno materno. Quiero llorar de angustia y de hambre. Me acercan a un pecho. Lo reconoceré después como el de mi nodriza, María de Santiesteban. No será mi madre quien me alimente, a ella le toca alimentar el reino y yo no soy más que la tercera de sus hijos.
–Quiero que aprenda latín, Beatriz –oigo decir a mi madre–. Quiero que goce los placeres de la inteligencia. Puesto que nunca será reina, que sea una princesa con seso.
–Sí, sí, Isabel. Descansa. Será hermosa –dice Beatriz–. Mírale los rasgos finos que tiene. Es una Trastámara.
–La llamaré Juana. A Juan lo llamé así por Juan el Bautista. A ella la encomendaré a Juan el Evangelista.”

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