ESPECTáCULOS

Luis Buñuel y las hormigas de Dalí

Un perro andaluz surgió de la confluencia de dos sueños. Dalí me invitó a pasar unos días en su casa y, al llegar a Figueras, yo le conté un sueño que había tenido poco antes, en el que una nube desflecada cortaba la luna y una cuchilla de afeitar hendía un ojo. El, a su vez, me dijo que la noche anterior había visto en sueños una mano llena de hormigas. Y añadió: “¿Y si, partiendo de esto, hiciéramos una película?” En un principio me quedé indeciso, pero pronto pusimos manos a la obra.
Escribimos el guión en menos de una semana, siguiendo una regla muy simple, adoptada de común acuerdo: no aceptar idea ni imagen algunas que pudieran dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural. Abrir todas las puertas a lo irracional. No admitir más que las imágenes que nos impresionaran, sin tratar de averiguar por qué.
El surrealismo fue, ante todo, una especie de llamada que oyeron aquí y allá, en los Estados Unidos, en Alemania, en España o en Yugoslavia, ciertas personas que utilizaban ya una forma de expresión instintiva e irracional, incluso antes de conocerse unos a otros. Así también, Dalí y yo, cuando trabajamos en el guión de Un perro andaluz, practicamos una suerte de escritura automática, éramos surrealistas sin etiqueta.
En lo que a mí respecta, el encuentro con el grupo surrealista fue esencial y decisivo para el resto de mi vida. Mi entrada al grupo se produjo como algo sencillo y natural. Al igual que Breton, Max Ernst, Paul Eluard y los demás, yo me sentía atraído por una cierta idea de la revolución. Los surrealistas luchaban contra una sociedad a la que detestaban utilizando como arma principal el escándalo. El verdadero objetivo del surrealismo no era el de crear un movimiento literario, plástico, ni siquiera filosófico nuevo, sino el de hacer estallar la sociedad, cambiar la vida. Por mi parte, siempre hubo en mí cierto instinto negativo, destructor, que he sentido con más fuerza que toda tendencia creadora. Por ejemplo, siempre me pareció más atractiva la idea de incendiar un museo que la de abrir un centro cultural o fundar un hospital.
Luis Buñuel, Mi último suspiro (Plaza y Janés)

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