MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

Embestida

Y otra sobre la independencia de poderes, tan reclamada y, sin embargo, tan mal interpretada por los grandes medios.

 Por Sandra Russo

La palabra “embestida” contiene a una bestia. Conviene que lo sepamos. Cuando se señala o anuncia o enuncia que estamos socialmente frente a una “embestida”, se sugiere, se camufla o se declara que alguien o algo acomete bestiamente contra otra cosa. Fuera del ámbito político, en el ámbito original de la palabra, pueden ser bueyes, toros, jabalíes, animales generalmente portentosos los que “embisten” siempre “contra” algo. La “embestida” incluye “contra”. Es la bestia ciega y en manada la que baja el mentón, alza los cuernos, corre, hace temblar la meseta o la sabana y acomete.

Ayer Clarín tituló en su tapa “Inseguridad: el Gobierno embiste contra los jueces”. Y en la bajada de la nota, reforzó la idea: “El Gobierno cargó contra jueces y fiscales por la inseguridad”. Se llevan bien el sustantivo “embestida” y el verbo “cargar” conjugado en tercera persona. Todo junto hace pensar en, por ejemplo, una propaganda de Paso de los Toros, que además de aplacar la sed es propicia para imaginar en un Lejano Oeste un tembladeral provocado por la estampida de bestias.

En el medio de lo que el periodista que firmó la nota, Santiago Foritti, comenzó describiendo así: “La Casa Rosada y el Poder Judicial han comenzado a peregrinar un camino con destino incierto”, están la democracia y la independencia de poderes. La alusión, esta semana, de las cuentas pendientes que tiene el Poder Judicial para con esta sociedad, y la respuesta que dio la jueza Carmen Argibay, transparentaron precisamente esa independencia de la que carecimos durante una horrible década menemista y la que sería honesto honrar. ¿Qué es lo que sucede cuando el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial no tienen previsto un discurso único, cuando hay en escena distintas posiciones y esas posiciones se hacen públicas y no se predeterminan en privado, como pasó durante todos esos años en los que los jueces de la Corte Suprema fueron los muñecos de la torta menemista? Pues amigos, pasa esto, ¿o qué creían que iba a pasar? Pasa que el Poder Ejecutivo toma el tema de la “inseguridad” –que pondremos entre comillas, porque cada vez que se habla de ella no se habla exactamente de ella, sino de un montón de prejuicios adaptados a la muletilla reaccionaria del “así no se puede seguir más”–, y el Poder Judicial, a través de una jueza de reputación irreprochable, responde con sus propios argumentos y demandas.

¡Eureka! ¡Esto es la independencia de poderes por la que tanto hemos clamado! ¿Cuál es el “camino con destino incierto”? ¿Por qué echar sombra y falsa inquietud sobre un debate justo, necesario, urgente, del que gente de bien trata de hacerse cargo? ¿Por qué el hacerse cargo es “cargar” o “embestir”? ¿Por qué no disfrutar, sí, disfrutar de lo que ese debate puede arrojar beneficiosamente para todos?

La jueza Carmen Argibay no dijo solamente lo que los grandes medios dicen que dijo. Los grandes medios se guardaron de reproducirlo más allá de la primera declaración puntual, porque no les conviene ahondar en el concepto que vertió la ministra de la Corte Suprema. “Es responsabilidad también del periodismo, porque hay un asalto y parece que hubiera trescientos cincuenta”, dijo. ¿No hay ahí un verdadero “camino con destino incierto” en el más literal de los sentidos? ¿No hay ahí una madre del borrego?

Estamos frente a un debate sano, fecundo, interesante, sobre qué es lo que pasa que no avanzan los juicios contra los represores y sobre qué es lo que pasa que un violador queda suelto porque una fiscal se olvidó de firmar un expediente. La verdad absoluta no estará, seguramente, ni de un lado ni del otro. Le hace bien a la democracia, mucho, muchísimo bien, que el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial abonen ese debate y que crucen datos y opiniones para reencauzar las cosas y hacerlas mejor. Pero si los grandes medios no entienden qué implica la independencia de poderes y toman este debate como una “embestida” que no tiene por finalidad la claridad sino el acallamiento, ubiquemos el problema donde nace: en la manera de contar las cosas.

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