PSICOLOGíA › EL “TELEPROMPTER” Y EL IMPERIO DE LA ESCRITURA

Obama el griego

 Por Raúl Courel *

La prensa ha destacado que el presidente Obama usa en sus discursos, más que cualquier otro mandatario, el teleprompter, un apuntador electrónico que le permite leer palabra por palabra aquello que se propone decir. Es que leyendo un texto escrito reduce los riesgos de que, al hablar, las improvisaciones escapen a la intención de su mensaje. El cuidado de este detalle, común en las políticas actuales de comunicación de los gobiernos, muestra aspectos de la función de la escritura y de su relación con el habla cuyas fuentes se encuentran en la Grecia clásica.

El anhelo de escribirlo todo pudo extenderse desde que empezó a generalizarse el uso de la escritura alfabética desarrollada por los griegos alrededor del siglo VI a. C. Este sistema permitió registrar y transmitir lo hablado con una eficacia hasta entonces desconocida. Gracias a la incorporación de las vocales como letras junto a las consonantes, y a la simplificación de la grafía mediante la combinación sólo de trazos rectos y curvos en distintas posiciones, se hizo tan fácil escribir que los griegos lo hacían en todas partes. Cuanto material estuviera a mano les servía para eso, fuese mármol, bronce, cerámica, madera, cuero o papiro. En vez de decir hablando, ahora se podía, como nunca antes, decir escribiendo.

La historia de la humanidad, desde entonces a nuestros días, es también la de la imposición sobre todo el globo de este sistema de escritura, que continúa siendo el mismo salvo por modificaciones mínimas. Por eso, si bien aquí hablamos castellano, en Oriente se habla chino y en Norteamérica inglés, todo el mundo, en cierto modo, escribe en griego. Es también el caso del presidente norteamericano, graduado de Harvard, cuyo pensamiento está claramente enraizado en la tradición occidental, que se remonta a la Grecia clásica y poco o nada a la de sus antepasados africanos. Si Barack Obama fuera músico, habría que imaginarlo siguiendo las notas de una partitura de Wagner como un concertista vienés antes que improvisando una pieza de jazz al estilo de un trompetista de New Orleans.

El único “imperio” que se construyó sin pausas ni retrocesos desde hace dos mil quinientos años a esta parte es el del sistema griego de escritura. La historia de esta dominación acompaña la de los sucesivos imperios de Occidente: desde el primero de Alejandro Magno, pasando por el romano y después por los varios cristianos, tanto católicos como protestantes, hasta el actual de la ciencia moderna y el capital.

“No hable usted si lo que va a decir no está en lo que tiene escrito”, reza el mandato que sigue el presidente Obama al leer desde su atril el teleprompter. “No puedo responderle porque su caso no está escrito en el manual de procedimientos de la empresa”, responde el empleado de la ventanilla al cliente que le pide explicaciones porque le cobraron mal. Tanto uno como otro se ajustan, lo sepan o no, a la máxima de Kant sobre la que se apoya la concepción ética y del derecho que domina el mundo y que Lacan, aludiendo a las “automatizaciones” de esta época, resumió así: “Actúa de tal suerte que tu acción siempre pueda ser programada”.

Con este espíritu, de los antiguos graffiti de los griegos hemos venido a parar a los actuales “manuales de procedimientos”, que se quieren exhaustivos para que nada quede al arbitrio de nadie. Es curiosa la actual persistencia en regularlo todo, sin resquicios, después de la invención de las geometrías no euclidianas, la teoría de la relatividad, el principio de indeterminación de Heisenberg y el teorema de incompletitud de Gödel. Estos avances del pensamiento demostraron que la matemática no es sinónimo de medición y rigidez mecánica, ni la “razón” sinónimo de todo o nada. Fue Freud el primero en advertirlo con su conocida observación de que gobernar es una tarea imposible, y fue Lacan quien se dio cuenta de que aquél había dado el primer paso de una concepción de la acción humana cuya “razón” ya no era la misma que la de Kant.

El afán de que todo esté escrito y protocolizado carece de bases conceptuales desde hace cien años; ¿por qué el pensamiento político (y sin duda también el económico) se encuentra tan rezagado respecto de logros de la inteligencia como los que hemos señalado? ¿Qué tipo de atraso es este por el cual hasta el presidente del país más poderoso de la tierra se encadena a un escrito que generalmente ni él mismo redacta? ¿Qué sujeción hace que acepte entregar toda su voz a un teleprompter, renunciando, aunque sea por un instante, al poder de su propia palabra?

Martin Luther King tenía un sueño, lo dijo y murió por hacerlo. Convendría sostener la pregunta acerca de qué hará Barack Obama con los suyos cuando el libreto le requiera dejarlos de lado.

* El autor es psicoanalista; fue decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, donde dirige una investigación sobre psicoanálisis y psicosis social.

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