Domingo, 25 de octubre de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › LOS ARGENTINOS CONSUMEN MENOS DE LA MITAD DE LAS FRUTAS Y VEGETALES QUE LO ACONSEJABLE
La OMS recomienda un consumo diario de frutas y hortalizas que supere los 400 gramos para una persona adulta. Aquí, ese consumo es de sólo 192 gramos. Los especialistas advierten que en el país crece la disnutrición, que se observa sobre todo en el aumento de la obesidad infantil.
Por Pedro Lipcovich
Los argentinos no consumen ni siquiera la mitad de las frutas y vegetales que recomienda la OMS. Crece así la disnutrición, cuya expresión más inquietante es el aumento de la obesidad infantil: el chico que pasa varias horas ante el televisor no sólo mira los dibujitos, sino que recibe el impacto de decenas de propagandas cuidadosamente diseñadas para inducirlo a alimentarse con aquello que le hará mal. El tema fue debatido en el último Congreso Argentino de Nutrición. La propuesta más ambiciosa apunta a un cambio económico y social: revivir el decaído cultivo de frutas y hortalizas en los cinturones que rodean las grandes ciudades, lo cual permitiría un abastecimiento mejor y más barato, restando espacio a la sojización. Esto incluye “desacralizar”, en la Argentina, nada menos que el consumo de carne: bajarlo de 70 a 50 kilos por persona para incluir los vegetales que permitirían reducir las tasas de diabetes y enfermedades cardiovasculares. Al mismo tiempo, los nutricionistas se acercan a los colegios para promover “kioscos saludables” y organizar talleres donde los chicos aprenden a comer de otro modo. Y no desestiman la tele, donde tienen un aliado solitario pero poderoso: ¡Popeye!
“Hace 50 años, lo central era garantizar las 2500 calorías diarias que un individuo necesita para su metabolismo; era la época en que Josué de Castro escribía su famoso Libro negro del hambre. Pero, desde entonces, la humanidad ha experimentado un proceso de transición alimentaria”, advirtió Mariano Winograd, presidente de la filial argentina de 5 al Día, al referirse a “Un nuevo modelo alimentario sustentable”, en el XVII Congreso que la Sociedad Argentina de Nutrición efectuó el mes pasado.
“Es cierto que, todavía, el 14 por ciento de la humanidad padece desnutrición, y esto es inaceptable. Pero hoy el problema más severo es la disnutrición. Desde la década de 1980 se verificó que, entre las poblaciones que consumen menos frutas y hortalizas, es mayor la incidencia de enfermedades no trasmisibles: el cáncer, las cardiovasculares, la diabetes tipo 2, la hipertensión y la obesidad misma”, agregó.
La OMS recomienda un consumo diario de frutas y hortalizas que supere los 400 gramos para una persona adulta. En la Argentina, al igual que en México, ese consumo es de sólo 192 gramos. Aun en Estados Unidos –cuya población no se distingue por el acierto de su dieta– el consumo llega a 300 gramos; y supera los 400 en los países centrales de la Unión Europea. Así lo indica un estudio de J. Pomerleau y K. Lock, publicado en el Journal of Nutrition.
“En toda América latina se consume entre la mitad y la tercera parte de lo que recomienda la OMS –observó Winograd–. Sin embargo, este subcontinente es el origen de la mayor parte de las especies hortícolas: producimos, exportamos, pero no consumimos. Particularmente en los sectores de menores ingresos, predomina la dieta basada en grasas y azúcares: la obesidad es mayor en estos sectores que en el resto de la población.”
En la Argentina, “nuestro consumo de 70 kilos al año de carne por habitante ha dejado de ser un privilegio: forma parte de una dieta pobre, excesiva en grasas y calorías e incompleta en frutas y hortalizas. El prejuicio de que hace falta una dieta con tanta carne llevó al drenaje de fondos públicos en subsidios al sector ganadero para garantizar el abastecimiento. Si consumiéramos 20 kilos menos de carne por año, sustituyéndolos por frutas y hortalizas, tendríamos un consumo de 50 kilos, que seguiría siendo de los más altos del mundo, con una mayor seguridad alimentaria”, sostuvo Winograd.
La idea es “alentar la agricultura de pequeños productores en la periferia de las ciudades, que se viene perdiendo: en Rosario, cerca de la autopista de circunvalación, donde había un polo de producción de hortalizas, hoy solamente hay soja. El cultivo de frutas y hortalizas se radica en polos de producción a gran escala, en el valle de Río Negro, Cuyo y el Noroeste. La agricultura periurbana tiene menos costos de producción y especialmente de traslado. Hoy la sostienen los pequeños agricultores bolivianos, como antes lo hicieron los italianos y portugueses. Pero, para promover la pequeña producción, necesitamos un sistema de distribución desconcentrado, al revés del que promueven los grandes productores y los supermercadistas”.
“Se trata de un cambio grande en materia alimentaria, que requiere la intervención del Estado –afirmó Winograd–. En materia de tabaquismo, salud reproductiva y otras cuestiones sanitarias, el Estado dio el debate, pero viene soslayando la salud alimentaria. Aun la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuando cuestionó la ‘sojización’, sacralizó el modelo centrado en carnes, lácteos y cereales. En Brasil ya funciona un programa por el cual el 30 por ciento de los alimentos escolares debe adquirirse a pequeños productores locales de frutas y hortalizas, con un rol importantísimo de los municipios.”
Almorzando con Popeye
Además de las propuestas en el nivel de las decisiones políticas, los nutricionistas han empezado a actuar directamente sobre la población, especialmente con los chicos en edad escolar. Es el caso de Marcela Leal, directora de la Licenciatura en Nutrición de la Universidad Maimónides y coordinadora de su Programa de Escuela Promotora de Alimentación Saludable: “Trabajamos, en forma honoraria, a partir de un concepto de la OMS: tratar de que el lugar de trabajo, la escuela y otras instituciones se transformen en entornos propicios para adquirir hábitos alimentarios saludables”.
Por ejemplo, “muchos chicos no cubren sus necesidades de calcio porque reemplazan los lácteos por bebidas azucaradas: cuando hablamos con las madres, resulta que ellas creen que los ‘jugos’ comprados son naturales, cuando suelen ser bebidas endulzadas con gusto a fruta, y esto muchas veces el envase no lo aclara bien. También les proponemos a los padres que tengan fruta en la heladera: la disponibilidad ayuda a que los chicos cambien su alimentación”, contó Leal.
Trabajan en relación con los educadores: “En los comedores de las escuelas nos planteaban que los chicos rechazan determinados alimentos. Entonces, organizamos un taller de cocina para los nenes del jardín: les enseñamos a hacer empanadas de espinaca, que ellos mismos pueden comer después. Y las comen; gracias al dibujito de Popeye, la espinaca tiene buena imagen entre los chicos. La estrategia de incorporar el alimento a través de una actividad práctica da buenos resultados y los chicos trasladan el nuevo hábito a su hogar”, contó la nutricionista.
En cuanto a los chicos de grados superiores, “les gusta asumir responsabilidades con respecto a los más chicos. Los de séptimo grado pueden investigar qué alimentos les gustan o no a los del jardín. Este año, en dos colegios nos pidieron transformar su kiosco en ‘kiosco saludable’, y lo hicieron con la colaboración de un grupo de alumnos: una vez por la semana es el ‘día del menú saludable’, y éste u otro chico se ocupa de escribir en la pizarra qué frutas o verduras se ofrecen y qué beneficios otorgan”, ejemplificó.
Mabel Carrera, presidenta del Congreso Argentino de Nutrición, observó que “la edad de diez años es crucial: el que aumenta bruscamente de peso en esa etapa será candidato a obesidad a partir de la adolescencia”; y recordó que “en la Argentina, el sobrepeso infantil está en el orden del 30 por ciento, y la obesidad se acerca al 15 por ciento de los chicos”.
Cierto que el Programa de Alimentación Saludable enfrenta, agazapado en las casas de sus destinatarios, a su peor enemigo: la tele. “Se ha comprobado una relación directa entre las tasas de obesidad y la cantidad de horas que un chico pasa frente al televisor. No sólo porque mirar la tele es una actividad sedentaria, sino también porque expone al chico a publicidades que promueven hábitos no saludables. Un estudio en Estados Unidos mostró que el contenido de las publicidades de alimentos es exactamente inverso a lo que llamamos pirámide alimentaria: los alimentos que más se publicitan son los que menos deberían consumirse, como las grasas saturadas. Y los chicos –observó Leal– son muy sensibles al postrecito que viene con un juguete y todas esas estrategias tan planificadas.”
“No sólo los chicos –intervino Winograd–: también para grandes, distintos alimentos son promocionados como si fueran medicinas, sobre todo en la industria láctea; una publicidad como la de Activia, que se anuncia como si permitiera mejorar el funcionamiento del aparato intestinal, ya no se permitiría en la Unión Europea. El año que viene, en la asamblea de la OMS se discutirá la regulación de la industria alimentaria. La industria alimentaria propone ‘códigos de autorregulación’, pero la OMS plantea que eso no alcanza porque presupone un consumidor que toma decisiones autónomas y conscientes, y el consumo de alimentos es bastante más condicionado e inducido.”
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