SOCIEDAD › EL CIENTIFICO PABLO DE LEON, UN ARGENTINO EN LA NASA

“Quizá nunca más haya naves así”

 Por Pedro Lipcovich

“Hay mucha disconformidad entre el personal de la NASA por la situación del programa espacial”, reveló a este diario Pablo de León, el investigador argentino que dirige el Laboratorio de Vuelos Espaciales Tripulados de ese organismo, en Estados Unidos. El descontento se debe a que “en lugar de reemplazar los transbordadores por vehículos más avanzados, se volverá a pequeñas cápsulas que bajarán en paracaídas y que habrá que rescatar del mar, como en la década de 1960”. El problema de fondo sería político: “Estados Unidos no logró preservar la política de Estado necesaria para la construcción de un nuevo vehículo espacial”. Entretanto, y mientras sus astronautas sacan boleto para viajar en las naves rusas Soyuz, la NASA privatizará parte de su programa espacial: una firma comercial se haría cargo del transporte hasta órbitas bajas como la que ocupa la Estación Espacial Internacional. Y la propia NASA diseñaría y construiría una nave para “volver a la Luna, crear allí una presencia permanente, explorar Marte y llegar todavía más allá”. Pero son sólo proyectos y, mientras tanto, “es triste que quizá nunca más haya una nave con la capacidad que tenían los transbordadores espaciales”.

–Muchos, en la NASA, ven lo que está ocurriendo como un paso atrás. Los astronautas del transbordador aterrizaban en una pista, con un vehículo espacial suficientemente amplio para llevar grandes cargas útiles y permitir variados experimentos. Hoy, los planes de la NASA consideran volver a una cápsula mucho más chica, que descenderá en paracaídas como las antiguas Apolo, Mercury o Geminis. En 1981, cuando empezó la era de los transbordadores, se creía que, finalmente, iban a ser superados por vehículos de tecnología mucho más avanzada, pero la realidad es que no ha sido así.

–Hay disconformidad entre los investigadores de la NASA...

–Hay disconformidad, sí. El transbordador, con mucho más espacio, tenía unas comodidades que los futuros vehículos, más chicos, ya no permitirán. Muchos experimentos se harán imposibles y cambiará la vida de a bordo. En el transbordador podían viajar tripulaciones mixtas y personas de distintas alturas y tamaños. No como en los ’60, cuando todos eran hombres, militares y de baja estatura. Claro que a esta altura es improbable que la NASA pueda cortar la posibilidad de que vuelen mujeres, pero se complican cuestiones como la higiene a bordo: el transbordador tenía baño, permitía intimidad; en la cápsula chiquita, pegados los astronautas hombro con hombro, eso no será posible.

–¿Y a qué se deberá esta especie de retroceso?

–En mi opinión es un tema eminentemente político. La planificación necesaria para desa-rrollar un nuevo vehículo espacial implica un compromiso que va más allá de la duración del mandato de un presidente. Proyectos científico-tecnológicos como éste requieren una década o más. Entonces, la decisión de reemplazar al transbordador debía haberse tomado hace mucho: fue diseñado en los ’70 para volar en los ’80 y ser reemplazado a principios de los ’90 por algo más avanzado, pero ha seguido volando hasta 2011. Esto muestra que se falló en el propósito de reemplazar esta nave reutilizable que, sin perjuicio de sus aciertos, resultó extremadamente costosa y cuyos accidentes costaron la vida de sus tripulantes en dos misiones, la del Challenger en 1986 y la del Columbia en 2004.

–O sea que la nave no dio los resultados esperados.

–No cumplió del todo con los objetivos para los que había sido diseñada: bajar los costos de los viajes tripulados y mejorar la seguridad. En el curso de las misiones, la NASA tuvo que admitir que la reutilización de una nave no necesariamente la hace menos costosa: las inspecciones, chequeos, el desarme de cada sistema que hacía falta después de cada vuelo terminaban siendo más caros que la fabricación en serie de vehículos desechables. Se decía que el transbordador podía llegar a lanzarse cien veces por año, que el costo de poner carga en órbita caería a menos de mil dólares la libra de peso (453,6 gramos), pero no ha bajado de 15 mil dólares.

–¿Las fallas fueron técnicas, políticas...?

–En relación con las limitaciones presupuestarias dispuestas por el Congreso, el transbordador resultó menos versátil de lo que iba a ser. Una idea original era que, en el despegue y el primer tramo, el transbordador fuera trasladado por un avión, que luego regresaría a tierra; eso no fue posible, y hubo que reemplazarlo por motores a combustible sólido, que fue lo que terminó fallando en el accidente del Challenger.

–¿Hubo intentos de pasar a una siguiente generación de naves espaciales?

–En la década de 1990, la NASA intentó hacer una nueva nave, el X-33, que iba a ser un transbordador espacial avanzado: la fabricaría la empresa Lockheed Martin; era la famosa “nave estratosférica” que según Carlos Menem iba a volar en dos horas a Japón desde Córdoba, donde la Lockheed tenía la concesión de la antigua fábrica militar de aviones. Pero el X-33 nunca funcionó. En fin, ahora estamos ya en el último vuelo y Estados Unidos, al menos por unos años, quedará sin capacidad propia para poner en órbita a sus astronautas: deberá pagarle a Rusia para que los lleve como pasajeros en las naves Soyuz.

–¿Qué perspectivas hay de que esto cambie?

–Una es que los astronautas sean puestos en órbita por naves de la empresa SpaceX, que es propiedad de Elon Musk: se trata del fundador de la firma Pay Pal, de pagos por Internet, con la que obtuvo una colosal fortuna que dedica a desarrollar su propia familia de vehículos lanzadores. SpaceX ya produjo un lanzador exitoso, que lleva hechos varios vuelos. Utilizará una cápsula cónica de aspecto no muy diferente a las antiguas Apolo y que, como aquéllas, descenderá en paracaídas sobre el océano, de donde los astronautas serán rescatados. La intención es que esta empresa le venda a la NASA el servicio de puesta en órbita de sus astronautas. Su cápsula, llamada Dragón, serviría para vuelos en órbita baja, hasta 300 kilómetros de altura, lo cual permitiría alcanzar la Estación Espacial Internacional. Pero todavía no está disponible; hoy por hoy no son más que proyectos.

–¿Y se sigue hablando de viajes interplanetarios?

–Para ir más allá de la órbita terrestre se proyecta el Vehículo Multipropósito, que fabricaría directamente la NASA y permitiría volver a la Luna, crear allí una presencia permanente, explorar Marte y todavía más allá. Esto se enmarca en el Programa Constellation, al que se está volviendo luego de su suspensión durante la crisis económica de 2009. La NASA seguirá firme en su objetivo de no dar sólo vueltas de calesita alrededor de la Tierra y lanzarse a explorar el Sistema Solar.

–¿Cómo vive en lo personal esta situación?

–Yo trabajé mucho en el transbordador espacial; hice cursos específicos para entender la nave, puse experimentos en ella, la conozco en profundidad. Entristece el hecho de que quizá nunca más haya una nave que reemplace la capacidad de carga y de maniobra que ésta tenía.

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