SOCIEDAD › DORA BARRANCOS Y VERONICA LEMI CUENTAN SUS VIDAS COMO FEMINISTAS Y DESMENUZAN EL SIGNIFICADO DEL DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Dos generaciones, la misma militancia

 Por Mariana Carbajal

VERONICA LEMI, CON CAMPAÑAS Y MARCHAS

“La violencia se reproduce en todos los espacios”

Un año atrás, Verónica Lemi se hizo conocida en los medios por promover una campaña contra el acoso callejero. Tres años antes, había coordinado en el país la primera Marcha de las Putas, un movimiento que surgió en Canadá –y se extendió internacionalmente– como forma de protesta contra las violaciones de los derechos que viven las mujeres en los diferentes espacios públicos y su vulnerabilidad frente a los ataques sexuales. Con esas acciones, que sigue promoviendo, con creatividad y una mirada provocadora, esta muchacha de 26 años, traductora y guionista, se ganó un lugar de referente en el activismo joven. Dora Barrancos no necesita mucha presentación: intelectual comprometida, de larga y reconocida trayectoria, investigó y escribió sobre la historia de las mujeres, las luchas feministas y la participación de las mujeres en la vida política, entre otras temáticas, y desde 2010 es directora del Conicet en representación de las Ciencias Sociales, cargo al que llegó por el voto de la comunidad científica (ver aparte). En esta conmemoración del 8 de marzo, Página/12 dialogó con ellas para conocer dos miradas de mujeres de generaciones distintas, que se enorgullecen de definirse como feministas.

Lemi cuenta que hace un año que convive con su pareja: “Mi compañero en todo sentido: ambos somos traductores y activistas”. Nació y creció en la ciudad de Buenos Aires. A la primaria fue a una escuela católica, pero “con una línea históricamente progre”, el Colegio Santa Cruz, dependiente de la iglesia del mismo nombre, donde se reunían las Madres de Plaza de Mayo. Y después hizo el secundario en el Nacional de Buenos Aires.

–¿Cuándo te hiciste feminista?

–Creo que lo fui toda la vida, sin saberlo. Me reconocí feminista a los 22 años, cuando empecé a acceder a información sobre la violencia hacia las mujeres y me encontré con que era lo que siempre había pensado. Pero creo que siempre noté las diferencias de trato hacia mujeres y varones, lo que hoy sé que se llama micromachismos, desde mi familia hasta la escuela y la calle. En cierto sentido, mi postura actual es un devenir lógico de todas esas situaciones de injusticia que registré desde chica. Hace no tanto recordé una escena del jardín de infantes que me hizo reír bastante y entender mucho más: mi mejor amigo y yo jugábamos a la casita juntos, pero teníamos un trato: un día él era el papá y yo la mamá, y al día siguiente cambiábamos los roles, porque a ninguno de los dos les gustaba ser la mamá y quedarse en casa lavando platos. Un día la “seño” nos encontró jugando con los roles cambiados –yo con una corbata y un maletín en la mano, él con el delantal y el bebé en brazos– y casi se muere de un infarto. Inmediatamente nos dijo que estábamos jugando mal...

–¿Que estaban jugando mal?

–Sí, mal. Nos dijo que yo era nena y tenía que ser la mamá y él era varón y tenía que ser el papá. Y nos obligó a cambiarnos los disfraces. Obviamente, cuando se dio vuelta volvimos a cambiarnos y sencillamente le ocultamos que jugábamos así, pero cuando lo recordé, tantos años después, y ya embebida en la teoría de género, me resultó clarísimo que esa situación definitivamente había influenciado de forma bastante determinante mi recorrido posterior.

Dice que su madre, doctora en Biología, docente e investigadora, fomentó en ella ideas feministas, “aunque al mismo tiempo se le escapan muchas cosas en la práctica que son machistas y tienen que ver con su crianza y con la generación a la que pertenece”. Recuerda que uno de los primeros libros que leyó fue El trompo de palo santo, de la colección del Pajarito Remendado, que sigue estando en su biblioteca, y que cuenta la historia de un grupo de amigos que juega con un trompo, y entre ellos hay una chica a la que no le dejan tirarlo porque es mujer. “Todo gira en torno de que la posición para tirar el trompo ‘no es femenina’ y que las chicas no pueden hacerlo girar bien por eso, que es “cosa de varones”. Y cuando finalmente la dejan, ella se pone a pensar en qué diría su madre si la viera de piernas abiertas con la pollera, cómo se enojaría; y al final, hace girar el trompo mejor que nadie. Ese cuento lo sigo teniendo, más de veinte años después, junto con una foto que encontré de las dos leyéndolo en la cama”.

–¿Por qué sos feminista?

–¿Cómo no serlo? Yo creo que ser feminista es una consecuencia de abrir los ojos ante la desigualdad. Son cosas que una vez que viste no podés no verlas más..., te cambian. Cuando empecé con la Marcha de las Putas, allá por 2011, sucedió algo que me marcó tremendamente. Ya antes de empezar a trabajar con cultura de la violación, había tenido más de una situación en la que una amiga o conocida me contaba que había sufrido abuso sexual, o sea, ya era consciente de que la problemática era mucho mayor de lo que se decía públicamente. Pero cuando empecé a hablar de la MDLP y de lo que sostiene, las ideas que cuestiona y cómo afectan a las y los sobrevivientes de abuso sexual, me encontré recibiendo mensajes privados de gente que no conocía contándome sus abusos, agradeciéndome por mis palabras, porque habían podido hablar por primera vez de lo que había pasado gracias a los mensajes que yo estaba largando al mundo. Y me pasó algo que me dejó helada: amigas mías de hacía años, que no tenían que ver con la MDLP, me contaron por primera vez que habían sido abusadas. Yo, por suerte, jamás tuve que vivir algo así, pero saber cuántas a mi alrededor lo vivieron y callaron me sacudió. Me di cuenta de que estaban hablando por primera vez porque sabían que las iba a entender y que no las iba a juzgar. Fue un antes y un después. En ese momento, entendí la importancia de ese tipo de espacios, de ese tipo de laburo y, sobre todo, de los mensajes de aliento. Me di cuenta de que a todas les pesaban el imaginario social, la cultura de la violación y esa tendencia a culpar a la víctima. Entendí que es necesario revertir esos preconceptos, analizar el sistema y la cultura en que vivimos y cuestionar, siempre cuestionar. Hay una frase de Chomsky con la que me identifico profundamente y creo que resume el porqué soy feminista: “Nunca hubo para mí otra opción más que cuestionarlo todo”. Y cuando empezás a cuestionar los roles de género, empezás a notar más y más formas en las que culturalmente ponemos sobre las personas prejuicios y expectativas, empezás a notar esas frases sutiles que se repiten, una y otra y otra vez, y que dicen tanto más de lo que dicen. Vivimos en una sociedad en la que la violencia hacia las mujeres se reproduce en todos los espacios, en todos los niveles de la experiencia humana de maneras sutiles. Y una vez que lo ves, no hay vuelta atrás, sos feminista porque es el resultado de esa decisión.

–Lanzaste hace un año una campaña contra el acoso callejero que tuvo amplísima repercusión social y mediática. ¿Cómo te proponés seguir con esa batalla?

–Por un lado, seguimos con la campaña, ahora con una nueva, llamada #CortaLaBocha, que se centra sobre los dobles discursos de la sociedad que justifican la violencia. La campaña está basada en los comentarios en contra de la campaña original: ante la repetición de varios argumentos falaces, decidimos transformarlos en algo positivo, tomarlos de punto de partida para marcar exactamente qué ideas están circulando en la sociedad que fomentan y naturalizan la violencia hacia la mujer y, particularmente el acoso. El año pasado hicimos una encuesta en las redes sobre acoso en la vía pública, para sondear un poco las experiencias y tener una idea más clara de la asiduidad y el tenor de los comentarios que reciben por la calle. Los resultados fueron tremendos y quisiéramos conseguir que se haga una encuesta similar desde el Estado, de modo que los resultados sean oficiales y se puedan desarrollar medidas de prevención y contención, así como que se debata la posibilidad y necesidad de una ley como la de Bélgica o la que se está tratando en Perú. La realidad es que, más allá de la labor de concientización que podemos llevar adelante desde las organizaciones contra el acoso, al momento de ser acosadas las mujeres no tienen forma de defenderse, y legalmente hay un vacío que genera que, a menos que te toquen, no puedas hacer absolutamente nada, incluso si alguien te persigue durante cuadras o te amenaza verbalmente. Mucha gente considera que legislar sobre acoso sería peligroso porque se puede hacer abuso de dicha ley, pero ese resquemor es en desmedro de nuestra seguridad, que no reconoce la desprotección a la que estamos sujetas, por un lado, y, por el otro, todas las leyes sobre el tema que se están tratando en el mundo lo contemplan como una conducta multable, no penal, es decir, nadie iría preso por acosar a alguien, sólo se le aplicaría una multa. Además, una ley como ésa serviría más a modo de toma de postura del Estado; el objetivo es disuasivo, no punitivo, y creo que es necesario que se tome alguna postura desde el Estado con respecto al tema, porque la concientización a través de campañas no basta para lograr un cambio integral. Es necesario que el Estado las reconozca, las apoye y, sobre todo, que las complemente con acciones reales. También estamos preparando un proyecto paralelo sobre bullying, Acción Recreo, que todavía está en gestación, ni siquiera en pañales, pero que es algo que realmente quiero hacer porque me parece que el bullying y el acoso callejero tienen una raíz común que tiene que ver con el maltrato al otro, y la humillación para demostrar poder. Creo que el bullying está tan naturalizado como el acoso.

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