SOCIEDAD › LA EXPERIENCIA DE UNA ESCUELA DE LA MATANZA A PARTIR DE #NIUNAMENOS

Clases para desarmar el machismo

Hace más de un año, por inquietud de los alumnos y oído atento de las docentes, la Escuela Secundaria Básica Nº41 de La Matanza comenzó un proyecto propio sobre violencia de género. Pasados los meses, chicas, chicos, directora y docentes cuentan cambios y desafíos pendientes.

 Por Soledad Vallejos

Desde la izquierda: Dylan Ríos, Kevin Hoffman, Micaela Mollo Pizarro, Abigail Silva, Micaela Navia, Ludmila Alvarez, Florencia Funes.
Imagen: Rafael Yohai.

“Son muy machistas, no hay que ser machistas”, dice Micaela un mediodía en un aula de su escuela de La Matanza. Alrededor, Abigail, Ludmila, Florencia y otra Micaela asienten todo lo enérgicamente que les permite la timidez, aunque sin pronunciar palabra. Kevin y Dylan, sentados a su lado, respaldan la observación en silencio, para dejar –al menos por unos minutos, lo que puedan contener la verborragia– que se escuche a sus compañeras. A un año de la primera convocatoria callejera de #NiUnaMenos, las chicas y los chicos de la Escuela Secundaria Básica Nº41 “Gregorio de Laferrère”, de La Matanza, dicen que pensar y trabajar ese tema en el aula les cambió cosas en la vida cotidiana, dentro y fuera del colegio. En julio del año pasado, estos chicos lo habían pedido y la escuela había aceptado el desafío de incorporar al trabajo en clase la violencia de género como tema; lo trataron el resto del año en una materia, Construcción de la ciudadanía, una experiencia de la que este diario dio cuenta en julio del año pasado. Pero ¿qué pasó desde entonces? Doce meses después de ese terremoto en el cual chicas y chicos de 12 años terminaron embarcando a sus compañeros de otros cursos con sus inquietudes, ¿qué cristalizó de toda esa agitación?

Por los pasillos, guirnaldas celestes y blancas que sobrevivieron al festejo del 25 de mayo acompañan carteles manuscritos, que los alumnos dejan a su paso durante el año. Cartulinas y algún cartón dan cuenta de lo que chicas y chicos trabajaron sobre historia y memoria por el 24 de marzo, sobre Malvinas (que aquí tiene un peso particular, porque de los barrios alrededor eran oriundos muchos de los conscriptos que viajaron a las islas para combatir, algo que este año motiva un proyecto de historia oral de la Escuela), sobre derechos de niñas y niños. Cerca de la puerta de un aula, de unas palomas de cartulinas celestes y blancas, otro cartel dice: “la violencia deja marcas, no verlas deja femicidios”, y un dibujito esquemático, debajo, representa una tumba. Unos metros más allá, en su oficina la directora Patricia Gergel y la docente Gabriela Carrizo dicen del año pasado a este algo quedó, que queda mucho, en realidad, porque entre autoridades y alumnos pasó (y pasa) algo.

Dan un ejemplo: la muestra de cierre del ciclo lectivo de 2015, en la que los chicos compartieron con compañeros de otros cursos y con sus padres lo que estuvieron trabajando. En su oficina, Gergel abre un armario y empieza a revolver; al cabo de unos minutos emerge con un ejemplar anillado que recopila textos escritos por chicas y chicos de una comisión de 1º el año pasado. El “Libro de trabajo” del curso preservó, por ejemplo, relatos que proponen ejercicios y brindan algunos testimonios de “historias cotidianas” –en todos los casos, los producidos por chicas y chicos–. “Hicieron cuentos, que están en un librito que quedó en la biblioteca de la escuela. También, una nena, de un día para el otro, vino y me dijo ‘profe, escribí un cuento sobre violencia de género’. Y me lo trajo y resultó que era una obra de teatro. Entonces le dije: ‘vamos a actuarlo’, y lo hablamos con el curso”. Chicas y chicos acogieron con entusiasmo el texto de su compañera y la idea de la docente

El texto era “Cuando las flores hablan”, la obra de teatro escrita por una de las alumnas, Micaela Mollo Pizarro, que de pudorosa tiene sólo el hablar bajito, y que quiso contar la historia de una familia con padre violento y madre víctima de su violencia. Entre que la docente Carrizo propuso que representarla fuera un proyecto del curso y la fecha en que eso sucedió, el día de la muestra de fin de año, para chicas y chicos todo fue ansiedad: ¿estaban saliendo bien los ensayos?, ¿iban a recordar todos la letra?, ¿no convendría cambiar algo más del libreto, para que resultara más cómodo? “Todos los días mira el texto para ver si no conviene cambiar algo más”, contó el padre de la autora a la docente en ese remolino.

Finalmente sucedió. El rol protagónico, el de la mujer a quien su pareja empuja a abandonar proyectos propios, amigos y estudios, para dedicarse a lo que él decidiera, estuvo a cargo de Casandra, una rubia inquieta que de callada y sumisa tiene poco. Cuando terminó la representación, la madre de Casandra se acercó a la docente y dijo: “me impactó verla actuar, pensar que puede estar en un lugar en que le peguen, la maltraten”. Los compañeros de la escuela y los padres habían quedado conmovidos; los protagonistas de la producción teatral autogestionada de principio a fin ese día protestaron con varios “profe, salió horrible”, pero ahora, pasados los meses, sonríen con el recuerdo de la experiencia.

“Nosotros, como docentes, aprendimos a escuchar, a darnos cuenta de ciertas situaciones y dar herramientas, aconsejar”, dice Gergel, para quien la apertura de chicas y chicos, sus ganas de hablar, contar, pedir, ayudar, resultaron movilizantes. “El tema NiUnaMenos les abrió la cabeza. Claramente resonó lo que ellos ya traían, pero a partir del clima que había, de lo que se hablaba, ellos se abrieron a contar, a decir”, observa Carrizo. De hecho, uno de los chicos, que, cuando en clase se trataban temas de violencia y derechos, por no hablar se recostaba sobre el pupitre y escondía la cabeza, un día habló. “Yo sabía que era importante lo que estaban diciendo pero era lo que me estaba pasando en casa, no podía decir nada”, dijo, poco después de que interviniera la justicia. Hoy, cuando por la deriva judicial del caso está viviendo en otro lugar y ya no comparte aula con esos compañeros, chicas y chicos se las arreglaron para saber dónde está y qué necesita. “Lo buscan”, dice la directora, que agrega que antes de que cambiara la situación “los chicos, cuando él no venía, aprovechaban para hablar de él, no para explotar su ausencia sino para pedirnos que les diéramos herramientas para ayudarlo”.

En su entusiasmo, chicas y chicos arrastran a los adultos. La potencia, por ejemplo, poco antes de la primavera se va a traducir en una caminata por el barrio organizada por los docentes de Educación Física y Construcción de la ciudadanía. “Los chicos quieren salir con cartulinas, muñecos, folletos hechos por ellos mismos sobre violencia de género, abuso sexual. Quieren compartir información sobre los procedimientos a seguir en casos de denuncia de ataque sexual, por ejemplo”, explica Gergel.

“Los chicos nos hicieron pensar a nosotros”, dice Carrizo.

–¿Por qué?

–A una le movilizan la estantería del pensamiento. Te das cuenta en cosas pequeñas. A veces, de costumbre, te sale decir, ponele, “los varones con su novia” y entonces uno de los chicos te dice: “¡profe, puede ser novio también!”. Están muy atentos al uso de las palabras, a prestar atención a que pueden ser una condena o validar algo . En ese intercambio, también te cambian a vos.

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