SOCIEDAD › A LOS 102 AÑOS, MURIO EN BUENOS AIRES INDRA DEVI

El adiós a la dama del yoga

Difundió el yoga en todo el mundo. Conoció a Ghandi, a Tagore, se hizo famosa en Hollywood y tuvo miles de seguidores. En los últimos años vivió en Buenos Aires. Su cuerpo será cremado.

Nunca le gustó el invierno. Durante esos meses, dejaba Buenos Aires para pasar algún tiempo en el mundo densamente etéreo de Sai Baba o volvía a Los Angeles con sus incorregibles pantalones largos. Varias décadas atrás, cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial, allí fue donde se vinculó con las mujeres de Hollywood. Marilyn Monroe y Rita Hayworth conocieron sus clases de espiritualidad oriental, mientras el mundo comenzaba a conocerla como “La dama del yoga”. Fue la primera mujer aceptada entre los sabios hindúes. Conoció al Mahatma Ghandi e hizo del yoga un género popular. Tal vez ésa fue su veta mejor explorada: la difusión masiva de una disciplina a la que dedicó su vida. Generó discípulos y seguidores en todo el mundo. Abrió la primera escuela de yoga en Buenos Aires y en Shangai. Pero este febrero se acercó el final. Tuvo un accidente cerebrovascular y fue internada en la Clínica Lesit de Buenos Aires. Desde hacía meses, los integrantes de su fundación intuían la proximidad de la muerte. Indra Devi murió ayer. Faltaban 15 días para su cumpleaños número 103, y algunos más para el comienzo del invierno.
Indra Devi nació el 12 de mayo de 1899 en Rusia con el nombre de Eugenie Paterson. Conoció Buenos Aires en el `82 a través de Piero. Nadie supo si fue el cantante quien la fascinó o lo hicieron los porteños, pero desde aquel momento volvió cuatro veces antes del `85, cuando planificó su mudanza definitiva. Ese año se instaló en el barrio de Belgrano y desde ahí creó una fundación que se fue extendiendo con seis sedes en todo el país. Desde aquel comienzo hasta ahora, por la Fundación Indra Devi, Yoga, Arte y Ciencia de Vida, pasaron 50 mil personas.
Algunos de sus seguidores decidieron despedirla ayer en Córdoba 5084, la casa donde se hacen los funerales que se extenderán hasta el domingo próximo. “Es una tradición repetida entre los hindúes: el alma necesita tres días para desprenderse del cuerpo, para no permanecer pegado ni llevarse nada de esta tierra”, explicó a este diario David Lifar, el sucesor de Indra y director de la fundación. El domingo no habrá entierro. El cuerpo será cremado, tal como ella lo había pensado: “Es como una ropa vieja o un guante viejo que no encierra nada”. Lucía Galán y Piero enviaron flores al funeral, el ex presidente Carlos Menem envió sus saludos y los de su mujer a través de un amigo. “Indra no lo veía como presidente sino como ser humano, es importante que esto quede claro -explicaba Lifar–: a ella no le importaban ni los credos, ni las razas ni el color de la piel.”
Aprendió ese estilo cuando tenía veinte años, a través de alguien que tiempo después llamaría como “el huracán de mi vida”. Ese hombre era Jiddu Krishnamurti, lo conoció en 1927 en Holanda durante una visita a Ommen. El vínculo no se rompió. Con él se trasladó rápidamente a la India, donde se iniciaría en el mundo de la espiritualidad. Fue la primera mujer reconocida entre los maestros del Yoga, que cedieron hasta al hábito de sus pantalones. En el interior de ese Estado integró el círculo de amigos Javaharial Nehru, luego jefe de Estado, y a través suyo se vínculo con el Mahatma Ghandi. También estuvo cerca del poeta Rabindranath Tagore. A medida que iba creciendo en la espiritualidad, lograba reconocimiento en el mundo religioso, donde sólo los hombres eran aceptados. En ese entorno, Indra no sólo fue aprobada como miembro, con el título de La dama del yoga. También los hombres la reconocían como maestra.
Vivió en China casada con un diplomático que murió cuando terminó la Primera Guerra Mundial. En ese momento se fue a Estados Unidos, donde volvió a casarse, esta vez con Sigfrid Knauer, un médico y raro humanista. En ese período pasó un tiempo en Los Angeles vinculada a mundo de las estrellas de Hollywood. Aquel contexto garantizó de algún modo su popularidad. Sus discípulos fueron heterodoxos. Jennifer Jones, Rita Hayworth, Marilyn y también de Gloria Swanson tomaron clases con ella. Con Swanson organizó el lanzamiento de su segundo libro en uno de los hoteles más lujosos de Park Avenue. La presentación de Por siempre joven, por siempre sano fue en 1955 y la publicación se convirtió rápidamente un bestseller. El libro aparecía después de Yoga, de 1948, y antes de Renueve su vida practicando yoga. Las ediciones de Prentice Hall de Nueva York corrieron la misma suerte. Al cabo de unos meses se vendían en 29 países, traducidas a 10 idiomas.
Indra no se olvidó ni de Hollywood ni de Swanson. Durante mucho tiempo se acordó de la noche en la que alguien, en una fiesta, quiso saber sobre su gusto vegetariano: “¿Que por qué no como carne? –dijo Swanson–. Porque no me gustan los cadáveres”. A Indra le gustó la respuesta, y en corto plazo la adoptó.
Poco después regresó a la India para unirse al círculo más estrecho de Sai Baba: “Cuando él no podía ir a una conferencia –dice Lifar–, Indra lo hacía en su lugar”. Faltaban pocos años para su radicación definitiva en Buenos Aires. Conoció a Piero y con él la tentación por este lugar: “Cuando me preguntan por qué me radiqué aquí –decía–, explico que no tengo coche, no tengo casa, no tengo marido: solo tengo argentinos y muchos”.
Hasta el `95 pasaba la mitad del año viajando. Nunca tuvo hijos. Y desde hace años tampoco marido. Sólo sus años, una vida de más de cien cumplidos y la idea de morir anclada sólo en el tiempo eternamente presente, decía.

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Indra Devi nació en Rusia, pero se internó en la espiritualidad oriental de viaje por la India.
 
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