SOCIEDAD › CECILIA ARIZAGA, SOCIOLOGA

“Un clima cultural privatista”

 Por Andrea Ferrari

¿Cómo incide la cultura de los 90 en el desarrollo de barrios cerrados y countries? ¿Qué relaciones establecen los habitantes de estas islas con el mundo exterior? ¿Y cómo se registran en esos ámbitos los cambios a partir de diciembre de 2001? La socióloga Cecilia Arizaga, becaria posdoctoral del Conicet e investigadora del Instituto Gino Germani, estudió a lo largo de varios años la vida en el interior de las nuevas urbanizaciones cerradas de la zona norte de Buenos Aires. En diálogo con Página/12 cuenta algunas de sus conclusiones.
–¿Qué forma toma el proceso de migración hacia los countries?
–En los 90 se ve la huida de los sectores medios, principalmente urbanos, hacia el suburbio. Pero no sólo había un proceso de suburbanización, sino también de encapsulamiento. Lo que estaba a flor de toda respuesta era el tema de la seguridad: la ciudad aparecía como un lugar inseguro. La hipótesis de mi trabajo se dirigió a buscar los elementos más subjetivos de esta seguridad. Es decir que no sólo era una respuesta frente al delito, sino que daba cuenta de ciertas condiciones que estaban surgiendo dentro de los intereses de estos sectores medios, hablaba de una seguridad de tipo subjetiva, simbólica, de estar en un ambiente homogéneo frente a lo heterogéneo de la ciudad abierta, y también respondía a un clima cultural de concientización privatista, que se trasladaba al espacio. Entonces este clima, este ethos privatista, de alguna manera estaba dando forma a estas nuevas urbanizaciones en el suburbio cerrado.
–¿De qué manera se traduce este clima cultural?
–En el suburbio se puede ver de manera muy brutal con estos barrios pero también en la ciudad, aunque con diferencias, en nuevas formas residenciales como las torres country. Estas nuevas formas se combinan con grandes equipamientos de consumo: el shopping, el hipermercado, los multicines: se crea así una especie de red, de circuito privatista. El individuo se mueve a partir de redes, que en el suburbio son las autopistas, que conectan estas islas de la inclusión. En ese sentido es donde la lógica privatista se ve muy expuesta: surgen estos microclimas frente a un espacio físico y social que se va degradando. Lo que está mostrando esto es la convergencia de la lógica privatista y de una fragmentación social creciente.
–¿Cómo se relacionan estas islas con el mundo exterior?
–Cuando yo hacía entrevistas hasta el ’99 o 2000, se veía que había una decisión de no salirse de las redes. El ejemplo paradigmático es el llamado kilómetro cincuenta, en Pilar. Allí es donde se concentran estos centros de consumo y entretenimiento a un lado y otro de la Panamericana. Hay shoppings, cierto tipo de negocio abierto en los 90, bares, edificios de oficinas, está el Sheraton Pilar... cierta idea de espacio global, como una isla de la globalización. Y se veía una decisión que se llevaba a cabo de manera bastante concreta de no salirse de estas redes. Algunos te decían que iban al pueblo, al casco histórico de Pilar a comprar algo, pero lo decían en general de un modo vergonzante. En alguna entrevista hasta me llegaron a decir que compraban en el pueblo pero luego cambiaban la bolsa. Esto se rompe de manera abrupta en diciembre de 2001: hay una legitimación del salirse de estas redes, pero por otro lado esto acarrea una profundización del enfrentamiento con el otro, el afuera, que es visto como peligroso, como amenaza. Igualmente se va al pueblo de Pilar y también a las quintas bolivianas en Escobar y a los llamados “bolishoppings”, lugares donde hay puestos concentrados en un predio, que venden productos de marcas truchas a precios muy baratos. Antes los usaban sectores populares de la zona, pero después de enero de 2002 esto se populariza y legitima en estos sectores medios.
–Pero siempre viéndolo con distancia.
–Sí, está en juego una mirada irónica: “Digo que la crisis también me tocó a mí porque es legítimo decirlo ahora”. En los 90 lo legítimo era el consumo ostensible, el mostrar, y el ejemplo paradigmático fue la 4x4. Después de diciembre de 2001 se legitima una baja de este consumo ostensible, una forma de estar a tono con los tiempos entre comillas, pero sin abandonar una mirada irónica. Y esto no quiere decir que no se vuelva en algún momento al consumo ostensible: es un corte, no necesariamente un cambio de aquí en adelante.
–¿Y cómo es la relación con la autoridad?
–Aparecen situaciones bastante extremas. En mis primeras entrevistas, en el ’97 y ’98, me hablaban de algunos delitos cometidos dentro de los countries por los mismos residentes, en voz muy baja, como una versión. En el último tiempo es difícil que no aparezca algo, algún robo o delito menor. La primera reacción es culpar al otro del afuera más cercano, nunca es parte del “nosotros”. Cuando se sabe ya que es alguien del interior, lo que se trata de hacer es mantenerlo en la esfera del country. Hay mecanismos, como sistemas de seguro. Por ejemplo, si a alguien le destrozaron un ambiente de la casa, el country tiene un seguro para resarcirlo y entonces todo se mantiene dentro de los muros. Cuando se sale de esto, quienes quieren hacer la denuncia son muy mal vistos por el resto. Esto saca a la luz este ethos privatista: ¿por qué vas a sacar los trapitos al sol si podemos resolverlo entre todos?
–¿Y en cuanto al poder municipal?
–En general, desde los municipios se favoreció la construcción de estos emprendimientos bajo el discurso de que ennoblece a la zona y dan empleo. Patti lo hizo explícito. Por otro lado, se ve constantemente que se elude el pago de impuestos, hay muchas urbanizaciones catalogadas como baldíos. Hay una idea constante de transgredir lo público, pero esto debe leerse como algo que está dentro de la conciencia. ¿Por qué tengo que pagar alumbrado, barrido y limpieza cuando en realidad lo estamos pagando internamente, por qué pagar impuestos por seguridad si la pagamos internamente? Esa es la lógica.
Cecilia Arizaga es una de las autoras de Pensar las clases medias: consumos culturales y estilos de vida urbanos en la Argentina de los 90. Compilación de Ana Wortman, de editorial La Crujía.

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