SOCIEDAD › ROY HORA Y LA PRIMERA GRAN INVESTIGACIóN SOBRE EL TURF ARGENTINO

Aquella pasión de multitudes

Fue hogar del primer gran espectáculo deportivo capaz de reunir a ricos y pobres. Importante desde lo social, pero también en lo económico, el Hipódromo fue fundamental durante gran parte del siglo XX. Hubo que esperar hasta ahora para que un historiador lo abordara.

 Por Soledad Vallejos

Hace poco menos de cien años, el turf era la segunda naturaleza del público deportivo argentino. Quizás habría que ir un poco más lejos y quitar la limitación: todo cuanto pasara en la pelouse del Hipódromo y aledaños excedía el universo de los sports, y por mucho. Lo demuestra Roy Hora en Historia del turf argentino (ed. Siglo XXI): las columnas sociales relevaban el gran evento mundano que acompañaba a las carreras más importantes; los caballos célebres eran retratados en posters comprados por la afición; los socios del Jockey Club convivían, aunque no en la misma tribuna, con trabajadores de toda laya, todos hechizados por la velocidad y las apuestas. El mundo del turf no era una burbuja para pocos. En el camino de otras investigaciones, el historiador Hora se había acostumbrado a ver cómo los diarios de fines del siglo XIX y principios del XX publicaban páginas y páginas de información turfística. Un día fue inevitable: se preguntó cómo nadie se había dispuesto a bucear en eso.

–Tal vez el principal impedimento para que alguien pusiera antes un ojo sobre el turf haya sido un prejuicio ideológico. El turf es un problema para gente como yo, de sensibilidad progresista. ¿Por qué? Porque es el lugar en el que las clases populares celebran a los ricos, y a nosotros nos gusta contar las historias de clases populares desafiando a los ricos a través de luchas. Además, el Hipódromo presenta otro problema: tenemos una sociedad deferente hacia la gran riqueza y, sin embargo, las carreras son el espectáculo popular más grande del país en ese momento. Es un mundo que no se puede ignorar. Hay una pregunta para el historiador ahí, había que ver por qué le interesaba tanto a la sociedad argentina esto.

En su investigación, Hora brinda datos abrumadores: el Hipódromo de Palermo llegó a tener un presupuesto operativo que superaba al asignado a varias provincias argentinas; el de las apuestas era un negocio redondo, tanto como el de las entradas, porque los carreristas eran fanáticos fieles; hasta los años ’30, el turf era el principal entretenimiento popular para la ciudad moderna que no dejaba de crecer.

–Una de las cosas que más me interesaron del Hipódromo es que era un lugar de encuentro social, como no lo permitía ningún otro espectáculo.

–Tampoco lo permitía la ciudad, tan segmentada en recorridos, barrios, espacios de ocio.

–En otros terrenos, uno encuentra mundos más volcados sobre sí mismos. En cambio, el hipódromo fue construido para lucimiento de la clase propietaria, y en un país que era el país del caballo. En esa época, las clases populares sentían en su corazón el mundo del caballo. A la clase alta le costó construir un espectáculo con el caballo y ellos mismos en el centro, porque las estrellas ecuestres eran cercanas a las clases populares. De hecho, el héroe es el gaucho.

–Una vez convertido en gran lugar de entretenimiento, lo que sucedía en el Hipódromo era tema de las crónicas sociales.

–Lo que pasa ahí es visible para quienes lo frecuentan, pero también reverbera por todos lados. Desde fines del siglo XIX, se lo ve en la crónica social y desde los años ’20, cuando empieza el auge de las publicaciones ilustradas, vas a poder saber cómo vestir viendo la pelouse de Palermo, que es tema en todas las publicaciones que cubren el alto mundo. El hipódromo es un mundo de encuentros pero muy jerarquizado: los de arriba dominan y los que están abajo, por lo menos en la idea del Jockey Club, está ahí para celebrar a los poderosos.

–En el Hipódromo sí estaba permitido que asistieran las mujeres de la elite, pero no las pobres.

–Tendríamos que saber más de la cultura de las clases populares de entonces. Creo que hasta los años ’30, ’40 el mundo de las mujeres de clases populares y media está muy volcado al hogar. Sobre todo el mundo de las mujeres decentes, que no iban a espectáculos públicos, que a lo sumo iban al cine con su hermano, y en matiné. En cambio, las mujeres de la clase alta sí tuvieron una historia en público más larga: tienen el derecho y asumen la obligación de exhibirse públicamente, como parte de su obligación de figuración social.

–A medida que avanza el siglo, usted da cuenta de cambios en quienes son apreciados como los personajes populares.

–En el período de entreguerras, la primacía social de esa clase alta fue desafiada en el Hipódromo. En el 1900, la figura era Diego de Alvear, un gran señor haciendo lo que quería y todos celebrándolo. En 1930, sigue habiendo de esos personajes, pero también hay personajes como Irineo Leguisamo, que desafían y ganan ese desafío, y frente a un público de masas. Legui impone su presencia decidiendo qué caballos corre y cuáles no, y también hace una gran diferencia: el que gana las carreras es él, no el criador. Eso supone una inversión de la jerarquía tradicional del Hipódromo, que es importante para ver qué pasaba en la sociedad argentina: ya no mandan como antes los Unzué, Anchorena o Alvear.

–El cambio llega con Legui, ¿pero estaban dadas las condiciones para que de todos modos sucediera?

–No es casual que haya sucedido desde los años ’20, que es una década de democratización política. Claramente en otros planos de la vida pública hay muchos fenómenos que empujan en ese sentido. La aparición de una prensa popular, a la que le interesa menos lo que hacen los señores del Jockey Club, que busca otro público y lo alimenta con novedades de gente del común. En ese clima más democrático de entreguerras estaban creadas las condiciones como para que aparezcan deportistas talentosos que van a concentrar la atención sobre sí mismos. Eso hubiese sido imposible en el 1900. Es una confluencia: hay un escenario y aparece un tipo talentosísimo que va a marcar la historia del turf durante dos décadas. Legui no podría haber tenido esa trayectoria en 1890, hubiese sido un anónimo, porque en esa época los jockeys no figuraban con nombre, nadie los tenía en cuenta. Los ídolos son construcciones de quienes los idolatran, del contexto social en el que eso sucede. Creo que ahí lo que estamos viendo es un reflejo de los procesos de cambio que experimentó Argentina en esas décadas. Legui nunca traicionó la cultura popular, se sentía cómodo ahí.

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El Hipódromo de Palermo convocaba tanto que manejaba más presupuesto que algunas provincias, dice Hora.
Imagen: Bernardino Avila
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