SOCIEDAD › DUEÑOS Y PASEADORES OPINAN SOBRE LA MEDIDA

“La mía hace muy chiquitito”

“¿Ves? Acá tengo hasta la botellita con agua para tirar cuando hace pis”, dice Florencia mientras revuelve en su mochila. Como ella, muchos porteños recogen los desperdicios del perro con una bolsita pero otros tantos, la mayoría, prefieren hacerse los distraídos. Pero por convicción o vergüenza, al ser consultados casi todos se muestran de acuerdo con la idea del Gobierno porteño de imponer multas para aquellos que no limpien el baño público de su perro. En una recorrida por varias plazas, Página/12 dialogó con paseadores y dueños que comentaron cómo hacen –si es que lo hacen– para no dejar huellas del paso de su mascota.
Sentados en un banco de la plaza, Federico y Florencia miran cómo sus dos perras labradores –madre e hija– juguetean en el pasto. La chica vive en un departamento sobre la avenida Santa Fe y cuenta con orgullo que “la gente me felicita cuando me ve levantar la caca de la perra, porque casi nadie lo hace”. Su lógica es simple: “No porque yo tenga un perro tengo que ensuciar los lugares de los demás”. En su bolso, Florencia lleva un kit de bolsitas y una botella plástica con agua, lista para tirar en el sitio exacto donde la cachorra haya hecho sus necesidades. “Hay dueños sucios, no perros sucios”, opina.
En el mismo parque –ubicado en Avenida del Libertador y Sarmiento– pero un poco más lejos acaba de estacionar su bicicleta otro Federico, estudiante de biología. “Antes llevaba a mi perra al arenero de la plaza Malabia, pero cuando tomé conciencia de que ahí jugaban chicos, dejé de hacerlo”, se sincera. Sin embargo, reconoce que no suele andar con la bolsita a cuestas cuando saca a pasear a Pancha, una dálmata de seis años y mirada simpática. Se muestra escéptico sobre los resultados de la campaña porque “esto está hecho para mejorar la imagen del gobierno, pero no creo que lo vayan a cumplir” y no ve con buenos ojos que haya multas por no llevar a las mascotas con correas. “Eso se justifica sólo si son agresivos”, agrega.
El tema de arrojar en los cestos de basura los excrementos del pichicho parece ser una cuestión de tamaño. Al menos así lo piensa la señora de 80 y pico que tiene sobre la falda a su pequeña mascota. Justifica no traer una bolsa “porque la perrita es chica y hace muy chiquitito”. Igual acusa que “uno va por la vereda y te largan todo ahí y eso es porque los argentinos no somos limpios”.
Cuando cae el sol, María trata de reunir a sus 9 ¿clientes? de todas las razas que corretean a lo largo de la plaza Mitre. Hace 10 años que pasea perros y con la cantidad de animales que tiene violaría la nueva disposición que sólo permite 8 por paseador. “Somos dos que trabajamos juntos”, aclara para quedar a salvo de la multa. Si bien todavía no se inscribió en el registro organizado por el gobierno, planea hacerlo en estos días. La chica critica que “siempre seamos los paseadores los culpables de todo” y añade que seguirá recogiendo los desperdicios de sus perros. De todos modos, no piensa acatar la prohibición de dejarlos sueltos, porque “viven encerrados en un departamento y son felices cuando disfrutan un poco de espacio verde”. “Si no, que habiliten más caniles”, plantea.
Tartufo es un bretón lleno de pecas en el hocico. Lo que más le gusta es robarle un pedazo de pan negro a Morena, la hija de su dueña. Claudia admite que “no uso siempre la bolsita, aunque ahora con el tema de la campaña lo hago mucho más” y cree que “si uno le tiene miedo a la multa lo va a hacer, no queda otro remedio”. “La idea es buena –resume un hombre que silba a su boxer para regresar a casa–, si no, esto sería un cacódromo.”

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