Va esquivando pequeños grupos con su moto y el casco puesto. Está en los márgenes de la marcha, tratando de llegar al corazón lo más pronto posible. Al principio no quiere hablar, se ríe, posa con el casco puesto y finalmente afloja: no es la primera marcha a la que viene y no va a ser la última. “Es una oportunidad para visibilizar este problema; si bien no es la única marcha que se hizo sí es a la que más gente vino y hay que seguir ampliando la consigna, que no sólo se trata de femicidios sino de la violencia habitual que vivimos las mujeres y otras identidades sexuales.” Agustina agradece las marchas que vinieron antes, aquellas a las que fueron pocas, los intentos por legalizar el aborto que no contaron con tanta adhesión. “Gracias a ellas estamos acá”, dice emocionada.

“Me gustaría que cambiara este sistema, desde el gobierno pienso que se puede tener más arriba el tema de género. Mi lista de prioridades: el derecho al aborto legal, más centros de atención a víctimas de abusos sexuales y de violencias en general, la trata de personas en el tope de la agenda, algo que el Estado reconoce pero que muchas veces funciona en complicidad con los tratantes y la policía. En la vida cotidiana, la violencia se respira todo el tiempo, desde el trabajo, la intimidad familiar, la sociedad, cuando vas a bailar. Hoy de hecho escuché de unas chicas acosadas en una matiné”, cuenta sobre las jóvenes abusadas en el San Isidro Club. Para Agustina, que le pone el cuerpo al asfalto desde su moto, los estereotipos que pesan sobre las mujeres son violentos y los sufrimos todas, desde vestirse de determinada manera a la depilación obligatoria para disfrutar de una pollera. “Hay muchos feminismos, yo adhiero al revolucionario, que considera al patriarcado una herramienta útil del capitalismo. No sé si me cambió la vida ser feminista, pero descubrir el feminismo revolucionario me aclaró un montón de cosas. Sin embargo creo que siempre fui feminista, aun sin saberlo.”