Domingo, 24 de abril de 2011 | Hoy
DVD > SCOTT PILGRIM VS. LOS EX DE LA CHICA DE SUS SUEñOS O LA EDUCACIóN SENTIMENTAL GEEK
Por Javier Alcacer
Cuando a principios de los ochenta el guionista e ilustrador canadiense John Byrne decidió incluir en el plantel titular de los X-Men a un personaje de su misma nacionalidad, un oscuro mutante con garras, y darle una historia para salvarlo de la muerte segura a la que su condición de personaje de tercera línea lo condenaba, no imaginaba que Wolverine iba a terminar siendo uno de los personajes más populares y una de las propiedades más redituables de la Marvel. Del mismo modo, en 2004, el también canadiense Bryan Lee O’ Malley tampoco pudo anticipar que el comic de tintes autobiográficos que había escrito e ilustrado bajo el desafío de hacer una historia que supere la veintena de páginas iba a llegar a convertirse en otro de los grandes héroes canadienses de la ficción y en uno de los iconos de una generación que aprendió a jugar al Super Mario Bros. al mismo tiempo que a leer: Scott Pilgrim, torontoniano de 23 años. A diferencia de Wolverine, Scott Pilgrim no busca un mundo en el que convivan en armonía los mutantes y los humanos ni tampoco venganza por la muerte de sus seres queridos. De hecho, en las primeras páginas del primero de los seis tomos de sus aventuras, Scott Pilgrim: su vida y otras cosas, nada parece interesarle demasiado: es un bueno para nada que toca el bajo en una banda de garage, Sex-Bob-Omb, y que hace poco empezó a frecuentar a Knives, una estudiante china mucho menor que él. Pero todo cambiará cuando se cruce con Ramona Flowers, la chica de sus sueños. A partir de entonces, la misión de Scott será conquistarla, pero esto no será tan fácil porque ella arrastra un pasado complicado: siete de sus ex novios se aliaron para hacerle la vida imposible a quien ose invitarla a salir. Entonces, para ganarse a Ramona, Scott tendrá que luchar por su amor. Literalmente.
O’ Malley despliega en el comic influencias del manga, de la tradición de la historieta de superhéroes y llena las páginas de referencias a los videojuegos y el cine para narrar esta historia de chico conoce chica en tono zumbón, pero cuyo relato lograr mantener el equilibro entre el cariño a sus personajes y los guiños autoconscientes. “¡Miren! ¡Saqué la línea de bajo del Final Fantasy II!, es una de las muchas líneas de diálogo que definen a la perfección la sensibilidad de la historieta y el canon que inspiró a Scott Pilgrim y al cual honra en todo momento, así como también su voluntad por establecer una brecha generacional (el Final Fantasy II es un videojuego clásico del Super Nintendo).
Por supuesto, en cuanto las ventas del comic –editado por Oni Press, un sello independiente de Portland– empezaron a aumentar, aparecieron los interesados en llevar al mundo de Pilgrim al cine. O’ Malley no tenía listo el final del comic cuando le compraron los derechos para filmarlo.
En la Argentina, la obra del inglés Edgar Wright es una de las grandes deudas de las distribuidoras: ninguna de sus películas se estrenó en la pantalla grande. Wright (1974), cinéfago fascinado por los géneros clásicos y la comedia, saltó la fama gracias al éxito de su sitcom Spaced, en la cual participaban sus colaboradores habituales: Simon Pegg y Nick Frost. Su debut en cine, Shaun of the Dead (Muertos de risa fue el título con el que fue editada en DVD; no confundir con la comedia de Alex de la Iglesia ni con las ¡dos! películas de Peter Jackson que llevan ese nombre) prestaba homenaje a las películas de George Romero. “Una comedia romántica. Con zombies”, decían los trailers; era al mismo tiempo una conmovedora reflexión sobre la amistad. Su siguiente película Hot Fuzz (Arma fatal) reivindicaba la parafernalia visual de los filmes Michael Bay para narrar una buddy movie y un whodunnit en una aldea inglesa, siempre manteniendo un timing para la comedia notable. Pero tal vez su obra más vista haya sido Don’t, uno de los trailers apócrifos de Grindhouse, ese experimento fallido de Robert Rodriguez y Quentin Tarantino. En poco más de dos minutos Wright parodiaba todos los lugares comunes de las películas de casas embrujadas de la década del 70 (con The Legend of Hell House, de John Hough a la cabeza) y los llevaba al extremo para terminar en un montaje a máxima velocidad de planos truculentos, logrando un efecto cómico insospechado.
Wright era la elección obvia para llevar al cine a Scott Pilgrim y así lo entendieron en Universal. Michael Cera, de la serie Arrested Development y protagonista de Juno, fue el elegido para encabezar un elenco en el que figuran Mary Elizabeth Winstead (A prueba de muerte), Jason Schwartzman (Rushmore) Kieran Culkin (Igby Goes Down), Chris Evans (el nuevo Capitán América) y Brandon Routh (Superman en la película de 2006).
Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños estuvo a punto de estrenarse en los cines argentinos, pero al no tener el rendimiento esperado en la taquilla estadounidense fue relegada a un par de proyecciones en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata. Hubo campañas en las redes sociales juntando firmas para que la estrenen, pero de nada sirvieron: terminó teniendo la misma suerte que las dos películas anteriores de su director: salió el mes pasado en DVD.
Hace unas semanas, el comediante y actor Patton Oswalt publicó un artículo en la revista Wired en el que redactaba el acta de defunción de la cultura geek. La culpa, argumentaba, la tenían Internet y la mirada antena del establishment sobre lo que solían ser circuitos de culto. “Todo lo cool que tenemos hoy es consecuencia de alguien queriendo más de algo que amaban en el pasado. (...) El hecho de que todo sea accesible no produce una nueva generación de artistas, sino sólo un ejército de consumidores saciados. ¿Para qué crear algo nuevo cuando hay una montaña de cultura pop recientemente excavada para recortar, resignificar y manipular con un editor de video?”
Es curioso que en el artículo no se mencione ni a Edgar Wright ni a Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños. Podría haber sido otro caso más de Hollywood intentando capitalizar el éxito de un comic, como pasó, por ejemplo, con la reciente Terror en la Antártida, bodrio que adapta otra historieta de Oni Press, pero en esta película el director se apropia de la obra sin borrar de la ecuación a O’Malley, sino que combina fuerzas con él. A diferencia de Watchmen, de Zack Snyder, o Sin City, dirigida por Robert Rodriguez y el autor del comic, Frank Miller, Scott Pilgrim está lejos de ser una ilustración audiovisual de las viñetas: aprovecha al máximo el lenguaje cinematográfico para reafirmar el texto original y reelaborarlo para acercarlo aún más a una sensibilidad de época. Es la maestría de Wright lo que hace que no sea sólo una batería caprichosa de guiños y citas, que la película funcione más allá de las referencias. En la banda de sonido, por ejemplo, conviven melodías de videojuegos como The Legend of Zelda y el bajo de la apertura de Seinfeld con música original del productor de Radiohead y Paul McCartney, Nigel Godrich y, doblando a los Sex-Bob-Omb, Beck. En Hot Fuzz se destacaba el uso del montaje, que era usado como un gag a lo largo de todo el metraje: era frenético en situaciones que no ameritaban tal velocidad; en Scott Pilgrim Wright demuestra que es una de las herramientas que mejor utiliza al introducir las elipsis de las maneras más originales y en los momentos menos esperados, un recurso que recuerda al Hollywood clásico, especialmente a los musicales. Es que, estructuralmente, la película está armada como si fuera un musical, sólo que en lugar de ponerse a cantar y a bailar los personajes se enfrentan en batallas hiperbólicas que remiten a las del Street Fighter (con el locutor gritando “KO!” cuando el vencedor asesta el golpe de gracia y la cámara congelando el movimiento) y al delirio de las películas de Stephen Chow. Cada una de las peleas con los siete ex novios está diseñada como una set piece única, y a medida que Scott va progresando en su tarea hercúlea, el despliegue visual va en aumento hasta detonar en una espectacular batalla final en la que el héroe se enfrenta al villano en un duelo con espadas de fuego.
Es interesante comparar esta película con la reciente Sucker Punch: mundo surreal, que también bebe del imaginario geek y tiene un esmerado trabajo de efectos visuales pero que a pesar de la cantidad astronómica de horas que deben haber pasado los diseñadores ocupándose de ello, no logra en ningún momento esquivar el tedio. ¿Cuál es la diferencia entre las dos? Snyder, el director de aquella película, confía demasiado en la tecnología y en la capacidad intrínseca del diseño de arte de sus secuencias para sorprender. Wright no cae en el efectismo, el núcleo de Scott Pilgrim es firme, un tópico clásico que permite la identificación: está enamorado, y la película retrata a la perfección la cantidad de locuras que uno puede llegar a imaginar o cometer con tal de resolver una situación adversa en la cual peligra el vínculo con la persona deseada. Las muchas batallas que pelea Scott Pilgrim por la chica de sus sueños prestan testimonio del anhelo de una generación que algún día va a tener que dejar de imaginar soluciones a problemas reales que involucren superpoderes. Y al igual que le pasa al protagonista, van a tener que aprender esto a los tortazos.
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