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Domingo, 23 de diciembre de 2007

ALFREDO HOSS, DE MARíA MORENO

Para decir Navidad en idisch

 Por María Moreno

En la Navidad de 1952, mi madre intentó un ritual de los tantos que hacen que los niños sean como todo el mundo: me llevó a ver la llegada de Santa Claus al aeropuerto de Ezeiza. Mi padre, a quien le gustaban las escenas de masas, sobre todo si eran inofensivas, nos acompañó dispuesto a filmar. Hizo tomas confusas de padres y de hijos al borde de la avalancha, de cordones policiales, de Santa Claus entregando un único regalo a una única niña –cine de denuncia–. La película está rayada y yo también: se me ve llorando y tapándome la cara. Aún recuerdo el ruido del avión al aterrizar, el viento desatado por las hélices en movimiento, la música estridente de Suenan las campanas traducida por Ben Molar.

Pasaron los años. Un día fui a hacer una nota en La Casa del Teatro. Allí, en una habitación del sexto piso estaba “Santa Claus”, Alfredo Hoss, un antiguo actor del teatro Ift en el que había debutado junto a Golde Flame en Judith. Tenía aspecto de patriarca y el hábito de la pregunta retórica: “¿De veras quiere saber de mi trayectoria?”

Se me ocurrió hacer con él un video e incluir el súper 8 de mi padre. En el escenario del teatro Ift filmé a Alfredo Hoss recitando en idisch su papel del señor Van Dam en El diario de Ana Frank.

Luego hice que se sentara en el borde del escenario. Lo hizo con dificultad pero su testimonio convirtió esa dificultad en rasgo de actor de carácter.

–Yo era el padre malo, el amigo intrigante, el borracho, el contrahecho. Una vez vino un director que me hizo trabajar de galán héroe y tuvo que enseñarme a caminar derecho. Fue dificilísimo. Desde los quince años había hecho decrépitos con todas las dimensiones de barbas y pelucas y tenía el cuerpo anquilosado en simular una joroba, una ruindad agazapada, el caminar haciendo eses.

Como videasta no tengo imaginación: me limité a colocar la cámara sobre un trípode y frente a Alfredo Hoss. Luego hice tomas del telón abierto y cerrado, de un cartel escrito en idisch, del bar León Paley que quedaba en la esquina, cuando todavía no era pizza café. Al voleo.

–Fui el Papá Noel oficial de la intendencia de Caracas, de las tiendas One y de Harrod’s. Me acuerdo que estaba terminando la temporada de teatro con Narciso Ibáñez Menta cuando Milagros de la Vega me recomendó a Harrod’s para la gran campaña de 1952 donde, en acuerdo con la compañía Panagra, se anunció que Papá Noel venía de los EE.UU. El jingle con la canción de Navidad lo grabó Alberto Closas. (Imágenes del video de mi padre: niños que gritan, yo llorando, mi madre tapando la cámara.) Tuve que vestirme y maquillarme en un hangar con diez pilotos que estaban de franco y diez stewards que hacían el séquito. Subí al DC6 y el piloto hizo un looping para que viera el aeropuerto de Ezeiza. (Licencia poética: imágenes de Perón bajando de un avión.) Había 4000 niños. Se abrió la puerta del avión. (Imágenes lluviosas, se oye a mi padre jadear en off.) El griterío era ensordecedor. El gerente de publicidad me había dado dos valijas que decían Panagra y un regalito: “Fíjese, en un costado del avión va a haber una señora muy parecida a mí, es mi hermana, al lado va a estar mi hija. Déle este paquetito”. (Imagen oscilante de Santa Claus buscando desesperadamente con la mirada a un costado del avión.) Dicho y hecho, le entregué el paquetito a la chica. La chica miró a la tía y dijo hecha una furia: ‘¡Mentirosa, no es un cuento, ¡vive!’”.

Mi fantasía era filmar a Alfredo Hoss vestido de Santa Claus y leyendo un relato de Scholem Aleijem. La estética del under ya había lanzado a Batato Barea con El puré de Alejandra, Gumier Maier decía párrafos de Una excursión a los indios ranqueles, vestido a lo Marlene y haciendo la bicicleta con las piernas desde la punta de un banquito. Pero no me animé. El video quedó inconcluso. Alfredo Hooss me había prestado la única fotografía que le quedaba de sus épocas de actor: en ella no estaba vestido de Santa Claus, me explicaba, pero tenía el aspecto que tenía cuando hacía de Santa Claus. ¿Acaso no me bastaba para mi película? Cuando volví a La Casa del Teatro para devolvérsela, Alfredo Hoss había muerto.

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