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Domingo, 30 de agosto de 2009

No sea que te vuelvan agarrado

 Por María Moreno

El martes, la voz de los oyentes participativos de las radios conserva se hizo oír con variaciones dentro de una lógica común: “Ahora los traficantes van a vender más porque sus clientes van a estar tranquilos; y los que no se animaban por miedo, ahora van a empezar a animarse; y de la marihuana a la cocaína hay un paso, y de ahí a la heroína otro, y de ahí a vender, otro más, y esa escalada la promueven jueces de la Nación”.

Pero la lógica produce un tipo de verdad que sustituye la observación y el testimonio por el razonamiento. En Una excursión a los indios ranqueles, el narrador quiere salvar a su protegido, el cabo Gómez, acusado de matar a un vivandero, haciendo razonar a un juez de instrucción. ¿Tenía el cabo su cuchillo al cinto? ¿Sí? ¿Se le había encontrado el puño de la camisa manchado de sangre, pero esa mañana había estado carneando una vaca? ¿En los bolsillos del pantalón de la víctima estaban las doce libras esterlinas que, según testimonios, tenía sin que faltara nada? ¿Se había encontrado un arma entre los pajonales que no era la de Gómez? El cabo solía ser ladrón, no hubiera matado sin vaciar bolsillos y el arma asesina no era la suya. Entonces era inocente. Sólo que... el cabo Gómez había matado al vivandero.

“En la creosota esparcida por el piso, las huellas son desiguales. Ergo, el asesino es rengo”, dice, durante la investigación de uno de sus casos, Sherlock Holmes (entre paréntesis, eterno sujeto de “tenencia” de diversas drogas duras). Bastaría un asesino que, conociendo la lógica de su perseguidor, rengueara astutamente en el momento del crimen, para no ser descubierto, pero eso jaquearía la serie de Conan Doyle.

Porque ni la autogestión del placer ni lo que se llama “adicción” funcionan así. La prohibición incentiva el deseo y desarrolla las estrategias del disfrutón de químicos quitapenas, mientras que el peligro (caer preso) o la ausencia de él (no ser penalizado) son razones invisibles para quien está en una economía de escalada.

Despenalización no es legalización, pero permítaseme una lógica basada en la observación avalada por los documentos internacionales para hablar de la experiencia de legalización del aborto: cuando se ha establecido la ley, no han aumentado los abortos sino que la aplicación de la ley por parte de los médicos de los hospitales públicos no ha sido homogénea. El problema ahora, en cuanto a la despenalización de la tenencia, es cómo lograr que el efecto bola de nieve, agotada metáfora de los prohibicionistas –literatos del crescendo sin suspenso y remanido final gótico ejemplar– se genere en los jueces y no que se encuentre un límite en sus convicciones personales como para que juzguen tenencia a una pelusa de alfombra y consideren involucración a terceros a la simple ronda de porro o pase de línea que dicta la buena educación.

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