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Domingo, 18 de septiembre de 2011

Peter Brook por Claudio Tolcachir

Una ópera hecha de palos y voces.

La flauta mágica es una ópera que siempre me gustó. Por eso fue especial ver la versión de Brook, en París, sentadito en el piso, con los pies casi adentro del escenario. Me sorprendió muchísimo lo que hizo ese hombre. Este trabajo es distinto de sus obras anteriores, es superador, de mucha síntesis. En el espacio están los actores, que son unos cantantes increíbles, sin orquesta, porque la música la hacen ellos mismos, con unos palos como si fuera un cañaveral como toda escenografía. Reemplazan cualquier superproducción con su presencia. Y eso para mí es el sentido del teatro. Muchas veces uno ve en Europa espectáculos con gran despliegue y gran técnica, y éste en cambio es un teatro pobre en el sentido de ornamento. Con tres elementos hacen una ópera, que es el género ornamental por excelencia. Me emocionó mucho porque al mismo tiempo Brook mezcla razas: hay blancos, negros, rubios, chinos y eso tiene mucho que ver con la historia de La flauta mágica, que habla de la segregación y de la unificación. Todo va teniendo sentido, la elección de los actores, espacio, música y lo logra con la maestría de hacerlo con nada. Son esas obras de las que no te vas a olvidar. Uno va al teatro a buscar magia y esta obra es pura magia.

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