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Martes, 4 de agosto de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › OBRAS DE UN GRAN ARTISTA QUE SE RíE DE Sí MISMO Y DEL ARTE

Muestra redonda de Puzzolo

Formas de alto impacto con la densidad de capas de sentido que narran una vida y a la vez contraataca contra el Imperio.

 Por Beatriz Vignoli

Imágenes elocuentes: en esta paradójica época de obscenidades y hermetismos, Norberto Puzzolo da a leer más que a ver sus fotografías. "Decí todo lo que tengas ganas", fue su primera y última respuesta en una entrevista de brevedad récord. Así, como un clic, como un disparo, formas puras de alto impacto, pero con la densidad de capas de sentido que narran una vida; ricas en guiños de un humor oscuro, obras de un gran artista que se ríe de sí mismo y del arte y a la vez no, y a la vez contraataca contra el Imperio: así son las imágenes de la muestra "Homenaje al círculo" que Puzzolo expone, nada casualmente, en la sala Trillas del teatro El Círculo (Laprida y Mendoza) hasta el 13 de agosto, con curaduría de Rosa María Ravera.

"Homenaje al cuadrado" se llamó una interminable y sacrosanta serie de pinturas minimalistas de Josef Albers: ícono artístico de la inmediata posguerra cuyo desarrollo (1950 a 1976) coincidió con la primera juventud de este rosarino nacido en 1948, que creó estructuras primarias y experiencias artísticas con el Grupo de Arte de Vanguardia en los 60, y que en la primera mitad de los 70 fue reportero gráfico.

Su autorretrato (selfie, dicen algunos hoy) con anteojos de marcos redondos a lo Lennon y empinando en ángulo recto un jarro de cerveza, titulado con autoparódico purismo "Autorretrato con círculos", dialoga a lo Rembrandt en ausencia con el del 75, mientras que sus dos dípticos de balas y balazos (de metal y de goma, a un lado y otro de la entrada, como un recibimiento casi cinematográfico al espectador) se paran con un pie en el accionismo armado de Oscar Bony y con el otro en aquel registro de un vidrio baleado nada artísticamente que Puzzolo tomó en el bar de enfrente al de su instalación "Las sillas".

Otra media docena de redondeles, de tres en tres, narra en un blanco y negro de novela negra cierta intimidad de alcoba o de hotel: básicos placeres. Luego, una espera en algún exterior impreciso. Se narra de manera oblicua, a través de detalles. Los tres objetos de Indoors montan inequívocamente una escena erótica invisible, fuera de campo, que no se muestra pero se sugiere y da a fantasear. Lo otro en Outdoors no se sabe bien qué es; puede ser puro tiempo, en el campo. Los títulos remiten a las pautas de un guión de cine. Hay quizás una película aún no filmada que el cine le está debiendo a Puzzolo. Que también es pintor. Por eso el amarillo estalla enfrente en un par de huevos fritos; comida acaso indigesta pero apetecible, nada carcelaria ni hospitalaria, y, en este contexto, metáfora de todo lo que en el cuerpo viene de a pares. La crítica recupera el deporte de la libre interpretación y anota frases coloquiales: los ojos como un dos de oro, "huevos" es lo que hay que tener para pararse ante todo esto.

La estética es la del Imperio pero contra él se vuelve el autor para reclamar, en un políptico político, "Que la tortilla se dé vuelta", título que en el contexto amplio resuena como intempestiva traducción rioplatense de aquel himno de peña de los Quilapayún. Los emblemas del panel superior central dejan bien en claro de qué se está hablando, mientras los dos paneles superiores laterales combinan motivos de dos series anteriores; casi una retrospectiva concentrada en una obra. La muestra se redondea con una pieza objetual que puede leerse como una parodia del arte contemporáneo: círculos hechos con una agujereadora.

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Su autorretrato (o selfie) con anteojos de marcos.
Imagen: Sebastián Vargas
 
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