rosario

Viernes, 29 de febrero de 2008

CONTRATAPA

Un chico disuelto

 Por Patricia Suárez

Un chico de 14 años se ahogó en el Paraná el sábado pasado después de haber estado bañándose con amigos tomado de una estructura de cemento lindera a la "Peña náutica Bajada España".

Parece que iba y venía agarradito de alambres y pilotes y en una de esas se soltó a favor de la corriente; dicen que pudo pelar unas ramas pero a pesar de varios intentos desapareció en la turbulencia sin dejar rastros; ni un pedacito de malla, pelos o uñas han aparecido y el río permanece ahí como una sopa trágica.

El muchacho se llama, se llama y se llamaba (todos venimos al mundo con un nombre de muerto, como dice Zöpke) Carlos.

Carlitos. Hijo de un hombre de 33 años que vino el fin de semana desde Buenos Aires con cuatro de sus nueve hijos a un congreso del Movimiento Independiente de jubilados y desocupados (MIJD) que lidera el piquetero Raúl Castells.

Un grupo de 15 personas hace guardia a la sombra, tres pequeñas carpas con familiares y amigos esperan que aparezca el cuerpo de Carlitos mientras un barco de Prefectura busca "pero no lo suficiente" dice Claudia, la mamá del chico.

Compraron un bote entre todos pero no tienen remos ni agua caliente para cebarse un mate mientras lloran.

No se ahogó ni el hijo de Kirchner ni el de un gran empresario ni el sobrino de un artista o la reina de España. Ni se ahogó un habitante de Dorrego y el río, la zona más cara de Rosario, ni un chico rico, esos están en el Club de velas o Regatas con una extensa playa, con orillas claras donde refrescar el cuerpo sin esta clase de peligros.

El chico tenía 14 años y era humilde. Un chico pobre. Los padres están despintados y sufrientes. Ya no sale el tema en los diarios. Ya pasó.

Se metió la pobreza el sábado en el Paraná, un adolescente de la ciudad invisible, de la que no se ve, la que cuelga oxidada como la cadena que pende de la estructura de cemento que se lo llevó.

A veces me despierto soñando, empapada a las tres de la mañana pensando que esa será la última vez, la última noche por no sé qué desgracia acontecida en mi existencia, algo que pudiera pasarme sin regreso. Anoche imaginaba al pibe, bañándose en calzoncillos a solo tres cuadras de donde vivo, teniéndose para no perder lo poco que tenía: la vida.

Y ahora en la neblina miro a esos padres desesperados, el contorno de tierra barrancosa y terrible y un Carlitos disuelto para toda la eternidad.

Dicen que el papá demolerá con sus propias manos la estructura de cemento por donde se le escurrió el pibito. Imagino que golpeará la piedra con la furia que provoca la injusticia, el no saber tal vez leer un letrerito pequeño y despintado de "Prohibido bañarse".

Creo que querrá derribar la falta de baños de estos días, el arroz insoportable, los tipos de la Prefectura fumando tranquilos en la borda de sus burocracias, o su Buenos Aires de lucha.

Tumbará la miseria y el anonimato en que el hijo se le fue de las manos. Un chico ahogando con él el desconsuelo.

Y en la ciudad todo sigue como si nada hubiese pasado.

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