rosario

Lunes, 8 de septiembre de 2008

CONTRATAPA

Petunias

 Por Sonia Catela

Juntando un manojo de flores, halla el papel arrugado bajo el matorral de petunias. Un sobre retorcido, el papel dentro, una basura, una carta dirigida a la dirección de su casa (anotada prolijamente en el anverso), aunque sin especificación del destinatario, la hoja escrita en un idioma ininteligible, ¿checo? ¿polaco? ¿qué idioma era ése?

Repasa las letras para que le hablen. No abren la boca. ¿Quién recibía bajo el mismo techo correspondencia de un país extraño, en una lengua inextricable? Alza las petunias, descarta las machucadas. Durante el almuerzo, interpela a su marido, que no sabe de qué se habla, tampoco Elena, su tía soltera, ni su madre, Carlota. La fuente pasa de unos a otros, y la carta. La fuente se vacía, la carta se carga de peso. Sospechas de un juego de engaños. La hipótesis de Jaime: el papel ha volado de otra parte. La versión de Elena, (episodio de telenovelas de los 60): una vieja sirvienta, amoríos con un marinero. ¿En un pueblo seco como ése, y con una empleada iletrada? Carlota, su madre, desdeña el tema: vaya tontería.

Alza la vajilla; las mujeres ordenan sus propias arrugas; hasta Jaime es viejo, veinte años mayor que ella; fija su atención en las petunias, de un azul violento; le dan vuelta la cara desde su rincón.

No se lo propuso. El otro papel apareció entre las hojas de un Berger. Cubierto de palabras hasta en los márgenes, un encaje elaborado con la disposición común de una misiva. Más una firma y números de la fecha.

Anduvo entre cacerolas y revuelos, rumiando historias. Ahora sí comenzó una limpieza a fondo. Y en cada estante, frasco, cajón, canasto hubo alguna pieza de esa historia en otro idioma.

"¿Qué te pasa?" reclamaba Jaime.

Cuando agotó el escudriñar y el revisar, y toda la casa y sus objetos se convirtieron en una pampa visible y tranquilizadora, contó las piezas postales (catorce) ordenadas por año: del '88 al 2007. El destinatario sabría rápidamente que había perdido su tesoro. La aparecida entre las petunias había sido, seguramente, un extravío, un descuido.

Repasa en la cena (única hora de confrontación colectiva) los sobresaltos, las distracciones de cada uno de los miembros de su familia. "Quizá haya más cartas dando vueltas por ahí", dice. "Aprovechá esa historia y escribí alguno de tus cuentitos", se le burla Carlota.

Ella guarda los sobres en un lugar seguro que nadie más conoce, dentro de una bolsa plástica bajo una baldosa floja del lavadero. ¿Qué va a hacer? ¿Cómo descifrarlas? ¿hablarán polaco, checo o albano esos renglones parlanchines para otro y que ante ella enmudecen?

Recurre al departamento de Lenguas de la universidad, donde trabaja Laura, una amiga. "Dame tiempo", le pide Laura y caen en la habitual charla, política, se divorció Héctor, recomendaciones de películas.

Entre trajines, especulaciones y sospechas (las peores recaen sobre su marido, de nacionalidad dudosa, probablemente originario de los Balcanes) ha pasado suficiente tiempo para que las petunias mueran en su florero. Un racimo de cadáveres. ¿Nadie se molesta en verlas? Está bien que ella... pero el sacudón de las cartas la ha sacado de quicio. Se levanta este día y el siguiente con dos temas: la humillación por sus flores ignoradas (algo en lo que pone algo de sí) y el enigma. Laura, buena amiga, al examinar el manojo, aventuró: pueden ser recetas de cocina de una vieja loca. Asintió, odiándola. Unas recetas no se esconden con un desparramo tan deliberado. Vigila el ramo reseco minuto a minuto. Es una pincelada notoria, agresiva, desagradable, en el ángulo central del comedor. Carlota, Elena y Jaime, entran, se aparean a él, pasan de largo, no ven; equivale a ignorarla a ella misma.

"Las vas a tener el martes", le avisa Laura. "Sí, es croata", "no, no me adelantó el argumento de su contenido, querida, no se lo pregunté; el traductor es el doctor Pereda... él ignora que te pertenecen". Martes. Dos días de tregua.

Las misivas pueden no pertenecer a Jaime, sino a Carlota, su propia madre. Mujer temible, de práctivas furtivas. Le cuadran tanto un amante, como una secta, una confabulación, una asociación ilícita. Casan con sus artimañas y sus secretos. Elena, en cambio, sólo ocultaría algo que la descolocase ante los ojos de su hermana. Un hijo bastardo, por ejemplo. ¿Y Jaime?

Los contempla durante las cenas. No los conoce.

Con el sobre de traducciones que empuja la mano de Laura por encima de su escritorio y ella guarda en una carpeta y la carpeta en su bolso, con la carpeta que no abre mientras atraviesa la Facultad, camina hasta San Luis y espera el 110, carpeta que mantiene cerrada sobre el ómnibus, que deposita bajo llave en su gaveta, amordazada. Al sentarse para cenar aún desconoce lo que le revelará el sobre.

Pollo. Hay pollo relleno. Lo detesta. Se habla del escándalo en el ministerio de Economía, un paquete de dinero inexplicable. Ella abandona el plato todavía humeante, sale del comedor ¿adónde va? Extrae la lengua extranjera del cajón, regresa al comedor, la coloca acoplada a su plato. Espera que pregunten. No preguntan. Su madre debería advertir: "vas a manchar eso... no es lugar". La admonición no arriba. Mientras Jaime sirve una ronda de vino, ella avisa que en la carpeta guarda las cartas. Traducidas. Las hizo traducir en la facultad. Carlota cruza los cubiertos sobre el plato, inquiere si ya encontró su crimen y a su criminal. Cejas que se alzan, malicia. Jaime enciende el cigarro, su postre de todas las noches. Elena farfulla que empieza la película de Scorsese, ¿canal 33? huye.

No los conoce.

Devuelve al cajón la carpeta con el sobre intacto. Por la mañana retira de la cómoda el manojo seco de petunias, las entierra en el tarro de basura, les cierra la tapa, funeral definitivo. Ya no vuelve a reponer flores vivas. Que regresen las rosas de terciopelo made in China.

Nadie pregunta por qué anda con esa llavecita colgada del escote. Tan visible. Ni hasta cuándo la va a cargar. ¿Hasta cuándo la dejará inactiva, sin liberar las voces que atruenan en aquel cajón de la gaveta? ¿Se atreverá a pisar la mina, a estallar junto al explosivo? ¿O seguirá estirando la línea gomosa de un armisticio armado? Nadie pregunta. Nadie pregunta nada.

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