rosario

Viernes, 10 de septiembre de 2010

CONTRATAPA

Una mamá linda y buena

 Por Natalia Massei

La cola frente a la Ansés es interminable. La calle está atestada de gente. Pibes sentados en el cordón o contra las paredes del edificio, pasantes que van y vienen, automovilistas que tocan bocina. Buzos con capucha, cabellos decolorados y peinados con gel, jeans con grabados tribales, cadenas colgando de la cintura; mujeres con niños de diferentes edades colgados de la cintura, madres amamantando a sus bebés o a sus niños de dos o tres años, madres niñas y madres abuelas; cabellos recogidos y teñidos de rubio o de rojizo; vendedores ambulantes, taxistas y abrepuertas. Personas amontonadas frente a las vidrieras de la cuadra, sobre todo frente a la de la juguetería. Narices diminutas contra el frío violento de los escaparates.

Paso por allí a las dos de la tarde y la muchedumbre ya está instalada. Vuelvo a pasar a las cinco y allí continúa. Toda la tarde. Y es que para todo trámite referido a la Asignación universal por Hijo la Ansés extendió su horario de atención al turno vespertino. A estas lacras las atienden bien, a los profesionales que van a trabajar los maltratan, escupe una señora que espera un taxi. Lo dice cuando está a punto de cerrar la puerta del vehículo y mandarse a mudar, claro.

Los cafés de la zona están completos, familias numerosas instaladas alrededor de las paneras de mimbre o de plástico repletas de medialunas, las tazas de café con leche rebosantes de espuma. Caras de entusiasmo y de cansancio. Todo junto resulta estremecedor. Una anciana que pasa y comenta que cobran y enseguida se gastan todo. Estoy a punto de explicarle como si no fuera obvio que están comiendo. Eso: gastando la plata en comer. Pero me digo que no vale la pena. Avanzo dejando al gentío atrás. Pienso en la señora del taxi. En mi fuero interior, las puteo a las dos.

Tati vino con su hermana mayor que está autorizada a cobrar porque ya cumplió los dieciocho. El tiene cinco. Cuando llegaron esta mañana -hay que venir temprano para conseguir que te atiendan en el día- todavía no les alcanzaba para dos promos. Café con leche y dos medialunas: seis pesos. Pero sabían que con suerte, si no se demoraban mucho, para el mediodía podrían desayunar calentitos en el bar de enfrente. A Tati le gusta acompañar a la Romina a cobrar porque después iban siempre al café: qué alegría esas facturas tiernitas y la espuma encima de la leche que en casa nunca salía así. Le encantaba echarle encima todo el paquetito de azúcar y comerse la espuma dulce antes de revolver. La Romi siempre se reía del bigote blanco sobre los labios que le quedaba después del primer sorbo ansioso:

Tomá, limpiate, parecés un gatito tomando la leche y sonriendo le pasaba las servilletas de papel.

A Tati también le gustaba ver a Romina contenta y tranquila. Ella era como su segunda mamá y, aunque nunca se animó a decírselo, a él le hubiera gustado que fuera la primera. Ella siempre lo trataba bien. Casi nunca se enojaba con él, salvo cuando venía muy cansada del trabajo y él la cargoseaba hasta sacarla de quicio. Sin embargo no le pegaba. Eso jamás. Además era linda la Romina, una mamá linda y buena.

Ese martes la cola era larguísima y Tati jugó a la popa con otros chicos de la cola, a los autitos con un nene que estaba más adelante y a las cartas de Dragón Ball con otro que estaba más atrás. Se durmió un rato encima de Romina y después esperó impaciente a que llegara su turno. Cuando por fin cobraron y salieron del Ansés, el bar de enfrente ya no servía más promos porque se había quedado sin medialunas. Así que se fueron al de mitad de cuadra.

¡Ojalá que acá también lo hagan con mucha espuma! suspiró Tati. La Romi lo miró con ternura: cara de entusiasmo y de cansancio.

Todas las mesas estaban ocupadas. Romina se acercó a la barra y preguntó si no quedaba algún lugar disponible para ella y su hermanito. El encargado sacó la cabeza del diario y, apuntando su bigote grasiento y tupido hacia la cara de Romi, hizo una pausa mientras la miraba de arriba a abajo y contestó:

Estamos llenos, mamita, pero para vos podemos hacer una excepción...

Tati saltó de alegría festejando el privilegio que les tocaba, pero Romina lo paró en seco:

No se moleste señor, muchas gracias.

Mientras el nene rezongaba que por qué no se podían quedar, el bigotudo se acercó más a Romina apoyando medio cuerpo sobre la barra y en voz baja le hizo una propuesta casi al oído. La Romi se inclinó hacia atrás, agarró a Tati que seguía pataleando del brazo y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir escuchó al encargado comentando a viva voz que si es con plata regalada sí se sientan como duques a que les sirvas, ahora si hay que laburar no quieren saber nada éstas. Romina apretó la manito de Tati e hizo fuerza para no llorar o volver y escupirle la jeta al tipo.

Vamos a tomar el bondi. Nos vamos a casa.

Al escucharla Tati armó un berrinche. Se tiró al piso oponiendo al tironeo de Romi todo su peso que no era mucho pero furioso valía por dos. Tenía hambre y estaba agotado: por nada del mundo iba a volver a casa sin su café con leche. Romina rompió en llanto.

¡Levantate pendejo! Lo incorporó de un sacudón y antes de que el nene pudiera reaccionar le dio un cachetazo con toda la palma de la mano bien abierta. Tati se llevó la mano a la cara como consolándose del dolor que seguiría allí cuando el cachete se deshinchara. Mucho más profundo y por mucho más tiempo.

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