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Domingo, 11 de marzo de 2012

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Ni noticias de la subversión

 Por Adrián Abonizio

*Había hecho la colimba en dictadura por la zona portuaria. Recuerda haber visto todo cerrado, con alambradas y llevar siempre el dedo sobre el gatillo preocupado por la subversión. Muestra su trofeo: una libretita insignificante, negra y carente de insignias. Allí le habían indicado que estaban -a birome con letra de chimpancé- los teléfonos útiles que incluían los de la comisaría por si veía algo sospechoso. Y el del bailable Brasilia, por si algún marinero le preguntaba donde había chicas. -Girls, girls, se impacientaban y él acudía a su libretita mágica a cambio de cigarrillos importados. Los guerrilleros nunca se dejaban ver. Y menos para ir al Brasilia.

*Era chico y ya conocía algunos misterios de la naturaleza. Ahora estaba bajo la canilla del patio, su madre refrescándole la picadura de abeja. -Bueno, no llorés más, que ya pasa, lo consolaba. Pero ella ignoraba que su hijo estaba moqueando -y mucho- porque se había enterado en el Lo Sé Todo que el insecto tras dejarle su aguijón habría de morir. Por eso lagrimeaba. Más por ese dolor que por el otro.

*Ella viste de civil. Deja como todas las mañanas un billete a la señora que pide en la esquina de la zapatería. Sabe que es la madre del pibito que mató en un tiroteo de escruche. No siente culpa: sí un deber que no abandonará hasta que la trasladen o la vieja se vaya. Es dueña de su vida, ahora. Igual a los samurais, se sorprende leyendo en un libro.

*Se viste lo mejor que puede y se llega a las agencias donde venden autos importados. Por internet aprende todo lo que puede sobre modelos y cilindradas. Ante el vendedor luce como un experto. Luego, desdeñoso como cualquier rico de malhumor exige colores que no existen o modelos extraños y asegura estar dispuesto a llevarlo "cash". El vendedor consulta a la casa matriz. -Hay una demora de quince días. -¿Quince? En quince estoy afuera, en la nieve, che, se disgusta. Y se va, envuelto en la parodia, el rencor cordial y simulado. Cuando a los días lo llaman, finge extrañeza y responde que ya se compró otro modelo y que lo siente mucho, che.

*"Un delfín que estuvo en cautiverio al ser soltado mató a dos compañeros de manada. Se cree que la prisión incentiva este comportamiento", explican puerilmente en la tele. Ella la apaga, se sirve un café, mira a los edificios y parte al Juzgado de Menores, donde vive la llaga de su enigma, su sueldo y su ya casi indiferencia y pena mezclados por ser apenas una aliviadora; por no poder hacer nada.

*¡Mala farina! -mala cosa-, exclama la abuela cuando ve en tevé a la diva embarazada del ídolo de rock. -Ahora sí que lo enganché del todo, declara risueña la actriz. La ve también el Edu que está cenando. Risueña le suena a siniestra. -Eso mata al amor, alarga la abuela, mientras acaricia el gato en su falda. Al nieto le agarra un frío en el antebrazo. Piensa en su divorcio y deja de comer. La chica en la tele sonríe, no para de sonreír señalándose la panza.

*"Ya cuando nada soporte y vea unos ojos que no estime y por eso me levante de las mesas, solo para no mirarlos, tal vez empiece a ser feliz. Cuando aprenda a no sentarme en esas mesas fúnebres, ni celebrar Navidades huecas, ni saludar vecinos que ignoro, ni vacaciones inhóspitas, ni carne triste para no estar solo, a lo mejor empiece a ser feliz. Cuando abra el botiquín o lo cierre y me mire al espejo y ya no sienta el hastío de haberme equivocado y entonces deje de escribir y empiece el trajín de volver a caminar para aprender todo de nuevo, capaz que empiece a ser feliz. Como me merezco". Cierra el cuadernito con pudor: lo escribió hace unos años y desiste de hacer balances. Pide whisky doble para apurar de un trago.

*Papá viejo e hijo también. Lo espera a que salga, le ayuda con las valijas para subirlas al baúl del coche suntuoso que los llevará hasta el aeropuerto. Van de viaje juntos. Sin anhelos. Fríos, mutantes de la felicidad, residuales sombras de afecto no manifestado, fantasmones de igual sangre, callados, mustios, sin penas ni alegrías. Ambos comparten un secreto, la caja de acero que ninguno abrirá. El hijo sabe que su padre es un estafador y el padre sabe que su hijo se acuesta con jovencitos. A ambos le avergüenza la actividad del otro. Ambos sienten pavor de ser descubiertos. Por eso vacacionan juntos, para vigilarse, para desearle la muerte al otro, para olvidarse de ellos mismos.

*En el campo, las sierras o el mar uno se despierta por el silencio apabullante; en la ciudad por el ronquido de los aires acondicionados, las máquinas express o los frenos de los colectivos. Acostumbrado a la normalidad del estrépito, se ha desperezado en el medio de una paz sin ruidos sobresaltado, como en peligro. -Dios, que rara que es la naturaleza, se dice. Y enciende un cigarrillo antes de desayunar.

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