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Domingo, 5 de abril de 2009

CIUDAD › ROSARIO/12 HABLó CON CLAUDIO, EL MENOR QUE CASI MUERE APALEADO POR OTROS JóVENES EN EL INSTITUTO DE RECUPERACIóN DEL ADOLESCENTE ROSARIO.

En un mundo de pocos derechos

Claudio tiene 17 años, no sabe leer ni escribir y el 9 de marzo pasado casi muere por una golpiza que le dieron otros menores detenidos como él en el IRAR. Las fallas del Estado a la hora de proteger a los menores en conflicto con la ley penal y la vida -contada desde adentro- de uno de estos chicos que ingresan en el mundo del delito del que pocas veces logran salir.

 Por Alicia Simeoni

[HTML]El desamparo en que se encontró el chico Claudio A. cuando otros jóvenes detenidos en la misma celda que compartían en el Instituto de Rehabilitación del Adolescente Rosario (IRAR) -en el sector de enfermería- lo golpearon hasta dejarlo muy cerca de la muerte, no fue el único que tuvo en su vida. El universo de los excluidos de todos los derechos lo tiene entre sus componentes. El 8 de febrero pasado cumplió 17 años, no sabe leer ni escribir pero distingue y se pone contento cuando su abuela-madre le regala un par de zapatillas Reebok, al parecer el detonante de la brutal golpiza en el IRAR, ya que el 9 de marzo pasado recibió un cóctel brutal de patadas, fierrazos y cortes en su cuerpo sin que ninguno de los guardias del Servicio Penitenciario -que no deberían estar pero están-, hiciera nada para evitar que lo masacraran. Después de 8 días en terapia intensiva en el Hospital Centenario, donde poco se daba por su posibilidad de supervivencia, Claudio salió del cuadro de gravedad extrema que le provocaba un coágulo cerebral y empezó a reponerse. En la muy humilde vivienda que habita junto a sus abuelos, hermano y primos, 9 personas en total, recibió a Rosario/12. Todavía está dolorido, magullado, cortado. Le cuesta hablar, por lo que revive cuando cuenta y porque su vocabulario no aparece muy amplio. Casi monosilábico da detalles de sus días en el IRAR. Todo lo que sigue es una cronología de su abandono.



En barrio Godoy, en la calle 1710 Nº 3401 vive la familia Acosta. Se trata de una precaria vivienda levantada con blocks ﷓en un terreno que los moradores no saben muy bien si es de propiedad municipal o de vialidad nacional﷓, y a la que la última tormenta de granizo castigó muy fuerte y dejó una habitación sin techo. Raúl (54) y Zulema Esquivel (63) son los abuelos de Claudio y padres de Mariela (32) quien tuvo a sus dos primeros hijos, Jesús (18) y Claudio (17), cuando eran una adolescente chica. Los dos varones vivieron con ella en distintas etapas pero después que formó una pareja y tuvo otros 3 niños, los chicos quedaron con Raúl que a la vez tiene 7 hijos, todos grandes y viviendo en otros lugares. En la casa viven, además, José Luis (17), Daniel (14) y Diego (12) Acosta más la pareja del joven Jesús. El hombre mayor nombra a Claudio como su hijo y lo lleva, a veces, a trabajar en la construcción en Roldán. Se trata del único ingreso familiar al que ayuda la jubilación que cobra Zulema.



El 27 de febrero pasado Claudio M.A. fue detenido frente al templo evangélico ubicado en Provincias Unidas al 2000 al que suele concurrir como lo hacen otros miembros de la familia. Iba con otro joven en moto y fueron llevados a la comisaría 32º donde había estado en otras oportunidades, esta vez por un robo de cartera y otros hechos. Después de un día y medio en la seccional policial lo llevaron al IRAR donde fue alojado en el sector de enfermería.



-¿Cómo fueron esos primeros días y que hacías en cada uno de ellos", le preguntó este diario.



-Todo bien, pero yo me 'engomaba sólo' -la expresión es asimilable al autoencierro en su celda-, porque no me gustaba lo que pasaba. El Coca -de quien él habla como el que comenzó a pegarle- quemaba cosas, hasta sillas de plástico cuando algunos de los guardias le alcanzaban alcohol, fósforos. Pero ese día -el 9 de marzo- cuando eran las 6 de la tarde yo estaba durmiendo en mi celda y de repente sentí que me pegaban patadas en los ojos. ¡Pará!, ¡pará!, ¿qué hacés?, le dije al Coca, pero me siguieron pegando patadas por todos lados. Yo gritaba llamando 'empleado, empleado', pero nadie vino hasta mucho después y cuando entró, delante de él, me seguían dando con una silla de plástico. Después no me acuerdo más, me desperté un poco en otro pabellón y después en el hospital. El Coca estaba empastillado.



Los ojos oscuros y el rostro moreno de Claudio todavía están hinchados, tiene dolores de cabeza frecuentes. Los tajos en la nuca le duelen como todo el cuerpo. A esa altura del relato todos los familiares presentes -son dos tías y algunas primas, además de sus abuelos-, se preguntan qué hicieron con él hasta las nueve y media de la noche en que lo llevaron primero al Provincial y luego a terapia intensiva en el Centenario. A su madre, Mariela, le avisaron alrededor de las 12 de la noche. Entre las voces de unos y otros y el relato del chico, surge que la abuela Zulema había cobrado la jubilación y llevado el par de zapatillas Reebok, y que cuando llegaron a manos de Claudio, el tal Coca se las arrebató y se las calzó. Ahí sí, algunos de los penitenciarios, no civiles, le habían dicho, siempre según el relato de Claudio, que se las devolviese. "Entonces vino la decisión de darme un bautismo", cuenta a Rosario/12 que lo visitó en su casa.



Claudio casi siempre baja la cabeza y cuando vuelve sobre algún aspecto del relato, dice que si se hizo algo se les inventan más causas todo el tiempo. Tiene puesta una remera celeste y parece haberse preparado para recibir cronista y fotógrafo, pero con el pasar de unos minutos se fatiga. La pequeña sala cocina-comedor está repleta de fotos de todos los chicos de la familia. Un modular repleto de adornitos también marca la pertenencia repartida hacia Boca y River. Un poquito más arriba todavía permanece armado el pequeño árbol navideño.Ese es el lugar de la casa donde más se está, donde los reúne como cuando estuvo Rosario/12.



El chico A. nunca había estado en el IRAR, sí 4 veces en la comisaría 32º de la zona donde vive y de verdad que tuvo su 'bautismo', al modo en que el término se utiliza en el lenguaje carcelario y el IRAR es una cárcel.



-¿Cómo era cada día en el IRAR?



-Tomábamos el mate cocido con pan que nos traían, también nos alcanzaban las cosas para limpiar el lugar de enfermería y teníamos que destapar el baño. Mirábamos televisión, algunas veces fui a la huerta y a la escuela. También jugábamos al mete gol y al ping pong. Una vez estuve en el fútbol.



El relato de Claudio está interrumpido a veces por algunas palabras de Zulema y de Raúl. El hombre dice que fue recibido por el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Héctor Superti, quien le pidió disculpas por lo sucedido y le dijo -siempre según Acosta-, que se harían cargo de los gastos que tuviera la internación del chico. También se presentó en el Centenario la directora de Justicia Penal Juvenil, Silvia Crescente, que entró a ver a Claudio cuando todavía estaba en terapia.



Raúl Acosta está muy agradecido con ellos, pero especialmente con el cuerpo médico del Centenario. Ese agradecimiento por la que califica "la amabilidad" de Superti y Crescente no impide que esté entre sus planes hacer juicio al Estado provincial por el abandono que hubo en relación a Claudio, quien, se entiende, habría sido llevado al IRAR para su rehabilitación. El mismo Estado que debió cuidarlo y protegerlo es el que permitió la indiferencia ante la agresión y la renuncia del director civil no parece conformar a nadie. Esa indiferencia ya se cobró la vida de Néstor Salto y también tira por la borda muchos esfuerzos de los profesionales que trabajan en la atención de los chicos.

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Claudio, de espaldas, junto a sus abuelos Zulema y Raúl que lo criaron barrio Godoy.
Imagen: Alberto Gentilcore
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