VERANO12

DORANDO LA PILDORA

 Por Ariel Dorfman

El cuento por su autor

La píldora del exilio suele ser amarga y los escritores tienen la suerte de poder amainar su efecto por medio de su imaginación. En mi caso, a partir del golpe contra Allende en 1973 y durante mi subsecuente odisea por el mundo, fui combatiendo la distancia y su dolor conjeturando, en una serie de cuentos, el país al que no podía acudir mi cuerpo. El exilio mismo que yo sufría, desde el cual dibujaba palabras y tejía personajes, no figuraba en esos textos. Era como si quisiera abolir el desapego ignorándolo, simulando su inexistencia. Por eso, “Dorando la píldora” tiene un lugar especial en mi memoria y en mi obra. Fue la primera vez que, de pronto, me vi enfrentando a personajes que estaban lejos de su patria, la primera vez en que fui armándoles una historia, cómo habían sobrevivido, los engaños que esa expatriación a menudo exige. Eran, sobre todo, aquellas ilusiones que quería explorar: las ilusiones de la madre que se queda, las ilusiones de un glorioso retorno con que cargan aquellos que se van, las ilusiones que el lector se hace y que debe desmenuzar en la medida en que la narración avanza. Como siempre en mis cuentos, quise que la verdad de lo que está pasando no sea fácil de revelar. Como siempre (o así lo espero), aquello que no se dice termina siendo más cardinal que lo que transcurre en la superficie. A la vez, la decisión de situar por primera vez un cuento lejos de mi América latina originaria, llevaba consigo la necesidad de examinar la vida secreta de los emigrantes en ese país extranjero, es decir, en los Estados Unidos, adentrarme en una realidad donde los más pobres y necesitados son tratados como ratas de laboratorio por los poderosos. En este cuento, entonces, se vuelven a plasmar los temas de dominio e imperialismo que subyacen a tantas obras mías, se delata un sistema que fuerza a tantos seres humanos a dejar su hogar, sometiéndolos, en el extranjero, a nuevas tribulaciones, los atrapa en las entrañas de una máquina industrial y consumista del que no hay, a diferencia de un país represivo, escapatoria o fuga. Lo que no significa que este cuento sea fruto de una tesis o que quiere probar o denunciar algo. Sólo funciona esta narración si los lectores se conmueven con la figura de la madre y el modo amable en que ella recibe al amigo de su hijo, lo que de veras importa es cómo ese joven visitante navega el lenguaje para que la anciana no sepa lo que está pasando, para que los lectores sí lo sepan, sí que hagan el viaje de ida y vuelta entre dos países que no están, después de todo, tan distantes el uno del otro.

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