VERANO12

El cuento por su autor

Curioso destino el de este cuento, donde el gesto narrativo, por así llamarlo, fue surgiendo del contacto entre recortes de experiencia, recuerdos, informaciones, fechas y lugares que se fueron vinculando como por un imán que yo manejaba casi sin dirigirlo, más bien esperando a ver qué atraía para luego darles a esas partículas un orden que a veces se me imponía sin haberlo buscado.

Todo es cierto –quiero decir: nada está inventado– en “El fantasma de la Plaza Roja” y sin embargo el resultado corresponde al precepto de E. M. Forster para toda ficción: “Only connect...”. Alguna vez usé, para mi práctica del montaje cinematográfico, la frase “puesta en conversación”, así como existe “puesta en escena”. Pues bien, no sólo los nombres de los amigos, las circunstancias, aun mi vacilación u olvido de algunas fechas corresponden a lo vivido. Buenos Aires, Moscú, París son lugares donde se me apareció el nombre, casi diría el fantasma de esa actriz que nunca vi fuera de aquella breve toma de un noticiero soviético.

El año pasado surgió el proyecto de mi film Apuntes para una biografía imaginaria, donde reuní metraje no guardado en el montaje de otros films míos, algunas filmaciones privadas, otras públicas, varias nuevas hechas para esta ocasión, todo “resignificado” –disculpá la palabreja– por un comentario mío y un montaje que inyectan ficción, prefiero decir que la descubren, en lo que la pereza suele llamar documental. Allí incluí aquella toma del noticiero soviético, ralentando el movimiento para poder observar la expresión de esa mujer que nunca sabré cómo había llegado a los festejos de la Plaza Roja en el verano triunfalista de 1945.

Nunca sabré, digo. Las preguntas siempre me parecieron más interesantes que las respuestas, siempre provisorias, cuando no desorientadas o banales. En el caso de este cuento, mi pregunta inicial fue como una piedra echada en un estanque, que va generando círculos cada vez mayores. Y para mí esos círculos son preguntas.

Cuando el cuento apareció por primera vez, me llamó por teléfono (¿cómo lo consiguió?) un anciano –supongo por la voz– cinéfilo que no se presentó, para discutirme la fecha de muerte de Franziska Gaal. Le dije que leyera con atención lo que escribí, que yo sólo decía que encontraba informaciones contradictorias, a lo que él respondió dándome un día, un mes y un año exactos. Iba a preguntarle si la había conocido, si acaso había estado al lado de su lecho de muerte, pero cortó muy airado antes de que pudiera responderle.

Más azares que me dejan perplejo. En octubre de este año, cuando el film se proyectó en Viena, un crítico vinculó la secuencia donde aparece la actriz con el cuento, y el origen vienés de Enrique Raab, hilo conductor del relato, a quien sólo conocía como personaje del cuento. Y esto a pesar de que el libro en que lo recogí no es de los míos que están traducidos al alemán, y la editorial que lo publicó en la Argentina no distribuye fuera del país.

Este es un cuento que ronda alrededor de muertes ajenas y termina con una frase donde digo algo así como que escribo para hilar una trama (acaso impalpable, tangencial) a partir de esas vidas y esas muertes. Más de una vez me observaron que en mis novelas y cuentos, así como en mis películas, los muertos vuelven y la relación de los vivos con ellos es lo que anima el relato. Supongo que cuando uno llega a mi edad ya conoce a tantos muertos como vivos y hacer ficción con ellos es, por un lado, recuperar la presencia de la gente querida que se fue. Y escribir, en todo caso para mí, es postergar el momento de ir a reunirme con ellos...

(Testimonio recogido por Angel Berlanga.)

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