Este 2021 termina con algunas certezas y varias incógnitas atravesando el (cada vez) más amplio espectro de industrias audiovisuales: si el 2020 fue un año de marchar a ciegas por la incertidumbre pandémica y de aceleración de los cambios de paradigma de consumo, a lo largo de los últimos doce meses empezó dibujarse en el horizonte algo parecido a un futuro, con las plataformas devenidas en reinas de la generación, distribución y exhibición de películas y series de todo tipo y color. Queda por saber si hay lugar para todas ellas tanto en las principales potencias mundiales –en Estados Unidos, por ejemplo, aumenta el hartazgo del público ante la obligación de pagar por tantos servicios para ver sus contenidos favoritos– como en la Argentina, un país con un 40 por ciento de sus habitantes por debajo de la línea de la pobreza, una clase media que sufre los avatares de una economía golpeada e inestable, y una infraestructura técnica que hace que la internet de alta velocidad sea un privilegio casi exclusivo de quienes viven en los grandes centros urbanos. Y queda por saber también cómo se adaptará el cine, qué lugar tendrá la pantalla grande en el nuevo mundo.

¿La hegemonía perdida?

Hasta la llegada de la pandemia, la industria cinematográfica funcionaba con un esquema de “pico de carpa”; es decir, con un estreno en salas como ventana inicial de exhibición y, a partir de allí, el ingreso al mercado hogareño a través del DVD, el streaming y/o la televisión por cable, según la época y la envergadura de cada producción. Durante el primer semestre del año pasado, cuando los aislamientos sociales impuestos en prácticamente todo el mundo obligaron al cierre de las salas, este esquema explotó por los aires, y varios pensaron que el cine sería un recuerdo del pasado, un ritual carcomido por la multiplicación de pantallas y los algoritmos en confabulación con los temores al encuentro con extraños en un espacio cerrado. Las muy flojas performances de los principales tanques del año pasado –con Tenet a la cabeza- contribuían a esa lectura, al tiempo que los estudios más importantes de Hollywood aprontaban sus propias plataformas, y postergaban una y otra vez sus principales estrenos.

Fue así que en mayo y julio de 2020 desembarcaron en Estados Unidos HBO Max y Peacock, del conglomerado mediático NBCUniversal, mientras Disney+ ya hacía de las suyas en Europa y América del Norte. Netflix, por su parte, superaba la barrera de los 200 millones de suscriptores en todo el mundo y anunciaba que durante este año lanzaría de manera exclusiva 70 largometrajes, un promedio mayor a uno por semana. Warner apostó un pleno a su plataforma –que llegó a la Argentina en junio, dos meses antes que Star+– estrenando sus películas, al menos en Estados Unidos, en simultáneo allí y en salas durante todo 2021, al tiempo que Disney implementó la modalidad “Premium Access” por la cual cada usuario podía acceder a sus estrenos al mismo tiempo que en los cines a cambio de un pago que, en el caso de la Argentina, fue de 1050 pesitos. ¿Fue? ¿Ya no es más? ¿Qué ocurrió?

Black Widow generó controversia por el estreno online. 

Tanto la casa de Mickey como Warner se chocaron con la realidad de que el cine todavía tenía con qué dar batalla. A fin de cuentas, haber tenido el monopolio de la imagen en movimiento durante más de la primera mitad del siglo pasado y una industria que desde entonces giró a su alrededor sirvieron para edificar un prestigio y una legitimidad difíciles de reemplazar en pocos meses. En el caso de Disney, los títulos estrenados bajo la modalidad Premium funcionaron bien en taquilla durante su primer fin de semana en cartel, en gran parte gracias al fandom, pero se desmoronaron estrepitosamente al siguiente: a la posibilidad de ver, por ejemplo, Black Widow en la comodidad del hogar pagando un importe levemente superior al precio de una entrada, se sumó la piratería como factor de relevancia, en tanto es sabido que basta con que una película esté en una plataforma para que en un pestañeo aparezca en calidad HD en los sitios de descarga.

Disney, además, debió gastar energías en un cruce judicial con Scarlett Johanson, quien presentó una demanda alegando que la simultaneidad para Black Widow significó una reducción de lo recaudado por la venta de entradas y, por lo tanto, de los ingresos de la actriz, ya que buena parte de su compensación salía del rendimiento en la taquilla. Si bien el asunto no escaló más allá de algunas declaraciones cruzadas y un arreglo confidencial entre las partes, Disney dio de baja el Premium Access para mantener un periodo de exclusividad en salas. Warner no tuvo demandas de este tipo porque desembolsó unos cuantos millones a sus principales estrellas, a sabiendas de que las regalías estaban atadas a la performance en salas. Pero igual se perjudicaron: las performances en salas de dos de sus principales apuestas comerciales de 2021, Dune y Matrix: Resurrecciones, estuvieron muy por debajo de las expectativas. ¿El resultado? A partir de la próxima semana, habrá una brecha de 45 días entre el estreno en salas y la llegada a su plataforma. En esa misma dirección irá Peacock –que por ahora opera solo en Estados Unidos– con las películas de Universal.

Tanques, tanques y más tanques

En la Argentina, estos movimientos ajedrecísticos se observaron con atención, en tanto la onda expansiva de los coletazos de esas decisiones trascienden los límites geográficos de la meca de la industria. Como ejemplo está el reciente caso de Matrix, que cortó “apenas” 80 mil entradas entre los preestrenos del miércoles y el domingo. Al haberse lanzamiento simultáneamente en Estados Unidos, el mismo jueves ya estaba para descargar en excelente calidad. No es descabellado trazar una relación directa entre esos números escuálidos y su aparición en todos los sitios pirata que existan, más allá de que estrenar un par de días antes de Navidad no parezca la mejor de las ideas. El caso de Spider-Man: Sin camino casa es radicalmente opuesto. Llegó a su estreno del 17/12 con una preventa superior a las 350 mil entradas, y superó la barrera del millón de espectadores durante el primer fin de semana, convirtiéndose en uno de los mejores arranques locales de toda la historia (hay que retroceder hasta la Semana Santa de 2015, con la séptima entrega de Rápidos y furiosos, para encontrar una performance parecida). Apenas doce días tardó en quebrar la barrera de las dos millones de entradas en la Argentina y los mil millones de dólares recaudados en todo el mundo.

La crónica francesa, de Wes Anderson, vendió 33 mil entradas.

Como todas las situaciones de la vida, las cifras pueden leer en múltiples sentidos. La interpretación positiva es que los cines están vivos, que ni la peor crisis sanitaria en más de un siglo pudo derribar la exhibición en salas. La negativa es la pavorosa concentración que significa que una sola película ocupe más del 75 por ciento del parque de exhibición actual (alrededor de 750 salas, contra las 850 que había antes de la pandemia) y se quede con el 95 por ciento de las entradas durante un fin de semana, lo que obtura cualquier posibilidad de un lanzamiento medianamente digno y la permanencia en cartel de aquellas producciones ya no solo argentinas o de países europeos, sino de cualquiera que se aleje de la espectacularidad y la batería de efectos especiales que proponen nueve de cada diez películas de superhéroes. Por ejemplo, el musical West Side Story, estrenado el 9 de diciembre con notables críticas y el respaldo de la firma de uno de los directores más reputados de la historia como Steven Spielberg, duró lo que un lirio en los principales complejos, y hasta ahora cortó poco más de once mil entradas.

Es así que 2021 deja un sabor dulce para salas, pero no para los espectadores. Si bien los números anuales están muy lejos de los de 2019, cuando se cortaron casi 47 millones de tickets, las casi 14 millones de entradas vendidas durante estos doce meses significan un 30 por ciento más que aquel año, según un análisis del sitio Otroscines.com. El crecimiento se notó especialmente en el último cuatrimestre, en coincidencia con la caída de los contagios, la reapertura de actividades y el fin de los aforos limitados. A la cabeza del top ten anual quedó, obviamente, Spider-Man (sus dos millones entradas explican el 15 por ciento del total anual), seguida por Rápidos y furiosos 9 (950 mil), Venom: Carnage liberado (850 mil), el bodriazo de Eternals (680 mil), Space Jam: Una nueva era (640 mil), Godzilla vs. Kong (635 mil), Encanto (520 mil), Black Widow (450 mil), El conjuro: El diablo me obligó a hacerlo (435 mil) y Shang-chi y la leyenda de los diez anillos (385 mil). Superhéroes, franquicias, películas animadas y familiares y alguna que otra de terror: lo de siempre.

Las (pocas) películas destinadas a un público que busca historias que le ocurran a humanos que no destruyan ciudades ni peleen con villanos con voces guturales, se cuentan con los dedos de las manos. Y a la mayoría le fue mal en taquilla, como a la muy buena Nadie, la oscarizada El padre o Coda, de Sian Heder. Ni siquiera las que llegaron en los últimos meses, con la situación sanitaria más tranquila, funcionaron. A la mencionada West Side Story debe sumarse La crónica francesa, de Wes Anderson, que vendió 33 mil entradas, según números de la consultora Ultracine, mientras que El último duelo, primera de las dos películas de Ridley Scott de este año, a duras penas llegó a los cinco dígitos (distinto fue el caso de la segunda, La casa Gucci, con 120 mil tickets empujados por la presencia de Lady Gaga en uno de los roles protagónicos).

Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, está en Netflix.

El cine europeo -salvo contadísimas excepciones como la demorada Retrato de una mujer en llamas y Petite Maman, ambas de Céline Sciamma, y Undine, de Cristian Petzold- brilló por su ausencia en la cartelera. Con estrenos concentrados mayormente en el AMBA, estas películas tenían su refugio en algunas salas de Palermo y Barrio Norte, además de los complejos Artemultiplex de Belgrano, BAMA Cine Arte y Lorca. De estos últimos tres, el primero cerró durante la pandemia y reabrió en septiembre con un nuevo nombre (Multiplex Cabildo) y un perfil mucho más comercial; el segundo había apagado sus proyectores en 2019 y fue adquirido por nuevos dueños que lo rebautizaron Arte Lumière, aunque no hay noticias del regreso de las funciones. El Lorca, mientras tanto, resiste.

La resistencia

Así como todo bicho que camina va a parar al asador, todas las películas que se corren medio centímetro de los parámetros establecidos por las superproducciones, con algunas excepciones cada vez más excepcionales, van a parar al streaming. Netflix, se dijo, jugó fuerte con sus 70 lanzamientos anuales. Es cierto que la mayoría fueron productos diagramados para satisfacer todos los paladares posibles. Tan cierto como que muuuuy cada tanto apareció alguna película para el público adulto, casi siempre sin mucha difusión previa y poca visibilidad en la pantalla principal de la plataforma. Como Otra ronda, por entonces flamante ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera, que apareció de un día para otro, sin que nadie se tomara el trabajo de anunciarlo. Lo mismo ocurrió con las mexicanas Una película de policías, de Alonso Ruizpalacios, y Noche de fuego, de Tatiana Huezo; y la india El discípulo, de Chaitanya Tamhane. Un poco más de bola le dieron a Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, seguramente por la presencia de Diego Maradona como protagonista tangencial, y El poder del perro, de Jane Campion, una de las fijas para la inminente temporada de premios de Hollywood. HBO Max, por su parte, desembarcó en Latinoamérica con varias películas inéditas en su catálogo, incluyendo dos del hiperkinético Steven Soderbergh, Let Them All Talk y la muy atendible Ni un paso en falso, a la que luego sumó, entre otras, esa comedia extraña y doliente que es El arte de ser adulto, de Judd Apatow.

First Cow, de Kelly Reichardt, se estrenó en Mubi.

 

Pero el premio Revelación 2021 se lo lleva Mubi, que durante este año pegó un salto de visibilidad y calidad enorme, amparada por el estado de orfandad en el que quedan la mayoría de las películas que circulan por los principales festivales del mundo. Con un catálogo que prioriza la curaduría y la calidad por sobre la cantidad, durante este año estrenó First Cow, de Kelly Reichardt, y State Funeral, de Sergei Loznitsa, ambas acompañadas por jugosas retrospectivas de sus directores. También Malmkrog, de Cristi Puiu; el díptico de Guillaume Brac La isla del tesoro y ¡Al abordaje!; Anette, de Leos Carax, y La mujer del espía, de Kiyoshi Kurosawa. Y para el año que vendrán otras tantas, pues Mubi rompió el chanchito durante el Festival de Cannes y sorprendió a todos quedándose con los derechos de exhibición para todo el mundo de, entre otras, la ganadora de la Palma de Oro Titane, de Julia Ducournau, que se verá desde el 28 de enero. Uno de los eventos cinematográficos del año que viene no ocurrirá en los cines: paradojas de una industria en plena transición.