Una nueva ola con un nombre venido de alguna aventura del viejo Ben 10, o alguna serie distópica infantil, la Ómicron avanza a paso redoblado, a nivel planetario se dispararon los casos de infectados a pocos días de las festividades. El vertiginoso desarrollo de las comunicaciones achican al planeta y el virus es tan espectacular que se viraliza más rápido que las planificaciones de las familias. ¿Cómo festejar este final del año inolvidable que estamos terminando? El 31 implica un doble festejo, contradictorio, porque se festeja el final y el comienzo y muchas veces se brinda por un mejor comienzo en el mismo instante que se despide un año “olvidable”.

El 2021 quedará en la memoria de la amplia mayoría de la humanidad, un año que siguió al 2020, el comienzo de una nueva era para la humanidad, el comienzo, como sostienen muchos autores, del siglo XXI. Si el siglo XX terminó antes de tiempo, en 1989 con la caída del muro de Berlín, el siglo XXI preparó su comienzo en largas décadas de desconcertantes y atrapantes cambios, la inteligencia artificial y los encuentros de los seres humanos intermediados por múltiples pantallas, nuevas producciones de lazos sociales, nuevas dificultades, nuevas enfermedades, nuevas esperanzas. En los inciertos encuentros de fin de año, será un tema de conversación planetaria, nunca tanta homogeneidad hasta el punto de que podemos aseverar de qué se va hablar esperando que termine este año que no fue igual a ningún otro.

Hablaremos de nuestro desconcierto, y de nuestra fascinación por continuos empujes de nuevas aplicaciones y redes sociales que, desde las superficies de nuestros celulares inteligentes, no sólo nos sostienen en estas épocas de restricciones de movimientos sino que definen quiénes somos y producen formas performativas de lo que podemos hacer en nuestra cotidianeidad.

La humanidad festejará este final de año un tiempo de incertidumbre, encerrados en sus unidades habitacionales, al mismo tiempo abiertos a toda la infinitud de mensajes planetarios, infinitos contactos virtuales, millones de perfiles que festejan el final y el comienzo de un nuevo año. El cuerpo estará ahí, con los pocos seres queridos que “burbujearán” algún licor, cada cual con su vaso, pidiendo el deseo del no contagio mientras que el planeta usufructuará las infinitas posibilidades tecnológicas y mandaremos mensajes de salutación cuando comience el conteo final hacia un nuevo año.

Percibiremos quizás unos segundos antes del nuevo año que nuestra vida, la de la mayor parte de la humanidad, se ha extendido por dos siglos diferentes, por dos épocas distintas, una primera parte “analógica” y la otra, “digital”, una humanidad que trata de adaptarse a una vida “cortada” en dos. Luego de la caída del Muro de Berlín; el desarrollo y definitivo afianzamiento tanto de la hegemonía de las pantallas como de la experiencia del neoliberalismo. Las dos cosas al mismo tiempo no fueron casualidad. El aumento de la cantidad de electricidad por habitante, la dependencia con la hiperconectividad a través de las redes por un lado y la concentración de la riqueza en pocas manos; hemos vivido por primera vez un planeta homogeneizado en la injusticia, la desigualdad en tiempo real y nosotrxs, ratones de laboratorio de los algoritmos cada vez más sofisticados y seductoramente atrapantes.

Esta epoca nos mira, nos huele en los resquicios de sus múltiples imágenes, y ya nos mandan fotos de nuestro año en presentaciones caleidoscópicas, entre colores e historias que nunca descansan, esperan que las personas no se muevan mucho para evitar nuevos contagios, restrinjan sus movimientos pero para compensar nos regalarán el infinito al rozar la pantalla touch de nuestro celular, y mandarnos mensaje de feliz año nuevo, vibrando por todxs los encuentros, por todos aquellxs que ya no están y por lo que esperamos para el año próximo.

No debemos patalear por el momento de la historia que nos tocó. Primero debemos firmar términos y condiciones. El neoliberalismo exacerba las contradicciones hirientes: el cuarenta por ciento de la población mundial no tiene acceso a internet y ese mismo porcentaje apenas llega difícilmente a una comida por día. Y entonces, ¿por qué le damos tanta importancia a los adelantos cyber-tecnológicos?

Nunca vivimos tan cómodos y con tantos recrudecimientos de conculcaciones de derechos básicos. Y la gran paradoja: a diferencia de lo que ocurre en la vida social en la cual minoría es sinónimo de exclusión, de represión, de lucha por sus derechos; en el plano financiero económico político, una pequeñísima parte del planeta tiene tal fuerza que logra hacer pasar sus intereses por los intereses de casi todos y todas.

 

El planeta recibirá el año nuevo siempre con una esperanza, condición de lo humano, la última en salir de la caja de pandora de donde salieron todos los monstruos del pandemonio, y festejaremos con algún trago, y desearemos sacarnos de encima el lastre, y percibiremos que la humanidad no se puede arreglar sola, ni que cada uno haga lo que pueda. Ése quizás sea el ruego de una humanidad que se mandara salutaciones y likes a lo largo y ancho del planeta. Debemos no sólo “comunalizar” los problemas generados por este tipo de producción capitalista neoliberal sino comprender que la ley de las ganancias por sobre todas las cosas humanas, produce desechos. Los adelantos tecnológicos tienen sus ventajas pero generan enormes filas de gente que queda a un lado, debiendo ser socorridos por un inabarcable estado nacional que es cuestionado por la lógica neoliberal en un planeta cada vez más sofisticado. Luchemos en este fin de año, con toda la fuerza de nuestros deseos y de nuestras acciones para que #unanuevahumanidadseaposible.  

Martín Smud es psicoanalista y escritor.