CIENCIA › ALBERTO DíAZ AñEL, UNA PARTICULAR MANERA DE ENCARAR LA DIVULGACIóN CIENTíFICA

Los monstruos de la ciencia

Frankenstein, Drácula, el hombre lobo son los protagonistas de un libro publicado por la Universidad Nacional de Córdoba para explicar fenómenos científicos de modo ameno pero sin resignar rigurosidad. “Esta manera de divulgar contribuye a despertar vocaciones científicas”, sostiene el autor.

 Por Pablo Esteban

En Ciencia monstruosa, Alberto Díaz Añel utiliza historias clásicas de la ficción universal como disparador para abordar temas medulares de la biología, con dosis que combinan la ironía y el humor. Cada capítulo corresponde a un personaje que sirve como excusa para explicar problemáticas puntuales. Por ejemplo, Frankenstein es utilizado para comprender cómo funciona el sistema inmune y la recepción de trasplantes; Drácula funciona como un medio para describir de qué manera muchos males en el torrente sanguíneo pueden heredarse entre padres e hijos; mientras el hombre lobo permite entender cómo se produce el proceso de división celular que enfrentan algunas personas cuando afrontan el incontrolable crecimiento del vello corporal.

Alberto Díaz Añel es doctor en Química Biológica recibido en la Universidad de Buenos Aires e investigador adjunto del Conicet en el Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín Ferreyra (Conicet-IMMF-UNC). Aquí, el autor comparte su experiencia personal a partir de su doble faceta de científico-escritor, describe por qué redactó un libro de divulgación científica para adolescentes y adelanta cuáles son sus próximos planes de cara al futuro.

–Primero, cuénteme sobre usted. La verdad, no es muy común que un biólogo realice producciones divulgativas. ¿Siempre escribió en esta línea?

–En paralelo a mi carrera como investigador, que implica la realización de doctorados y posdoctorados, siempre disfruté muchísimo de leer literatura. A fines de 2007 y principios de 2008, comenzó una movida muy interesante de divulgación en el país que tuvo sus efectos en Córdoba. En la provincia se creó el Ministerio de Ciencia –casi en simultáneo con el constituido a nivel nacional– y su ministro Tulio Del Bono promovió cursos para lograr que periodistas e investigadores aprendieran estrategias de comunicación en el campo. Todo eso desembocó en la especialización en comunicación pública de la ciencia en la Universidad de Córdoba, una carrera que hice con mucho entusiasmo y en la que tuvimos maestros impresionantes como el propio Leonardo Moledo.

–Imagino que el contacto con profesionales de la comunicación y de las ciencias sociales fue importante para su progreso…

–Exacto. Me permitió abrir un poco la cabeza y pensar de un modo distinto. Por aquella época comencé a publicar las primeras piezas de divulgación en sitios webs y revistas especializadas. Logré avanzar un poco más en este sentido y mejorar mi escritura, pero el verdadero punto de inflexión estuvo cuando presenté mi trabajo final en la especialización.

–¿Por qué?

–Porque mientras escribía un libro sobre las células para presentar como trabajo final, comencé a bucear por el mundillo de las criaturas fantásticas y localicé datos interesantes. Por ejemplo, supe que Mary Shelley para crear a Frankenstein se inspiró en experimentos científicos que se realizaban a principios del siglo XIX, vinculados a la electricidad y el comportamiento de músculos. Entonces, en aquel momento pensé que sería una buena oportunidad para explicar a partir de este monstruo el modo en que se conectan las neuronas.

–¿Y en qué quedó su trabajo final?

–Para la presentación del trabajo final compartí con el jurado mi libro de divulgación sobre las células y, por otra parte, esta aproximación que luego se convertiría en el capítulo sobre Frankenstein. Por suerte, tuve una muy buena devolución que me instó a continuar por este camino, el de utilizar monstruos para explicar los diversos fenómenos científicos relacionados al campo de la biología. De modo que, luego de ello armé el libro con otros capítulos que se asociaban a criaturas emblemáticas distintas.

–Es decir, en su libro vincula un monstruo determinado con una explicación científica que piensa que es necesario compartir con el público. ¿Por qué escogió a los monstruos?

–Pienso que elegí a los monstruos porque, en algún punto, tienen que ver con una pasión que tengo desde bien pequeño. Cuando era un niño devoraba los programas de terror que miraba en la televisión blanco y negro en el living de casa. Por este motivo, no necesito demasiado esfuerzo para recuperar la historia personal de cada uno de los personajes que incluyo en el libro. Básicamente, porque formaron parte de mi infancia. A diferencia de lo que ocurre con muchos niños, no me daban miedo.

–Si tuviera que definir en una línea cuál es el objetivo de Ciencia monstruosa, ¿qué me diría? ¿A qué público apunta?

–Mi objetivo se armó con el tiempo. En principio, lo encaré por satisfacción personal, pero luego advertí que este tipo de producciones tienen muy buena llegada en el público adolescente, que cursa sus últimos años de colegio secundario. Cuando realizo charlas en instituciones educativas y cuento de manera resumida lo que escribí en el texto, recibo mucho entusiasmo. Creo que contribuye a despertar vocaciones científicas.

–En forma sintética, ¿podría comentar algún ejemplo de los abordados en el libro?

–Cada capítulo recupera la historia original de algún monstruo puntual, es decir, detalles de su creación, de sus apariciones y de características particulares que me ayudan a narrar un determinado fenómeno científico. El caso de Frankenstein que, como dije, fue creado a partir de la electricidad es útil para explicar el modo en que las neuronas se comunican a partir de impulsos eléctricos. Del mismo modo, si recordamos su historia sabemos que recibió órganos de distintos cuerpos. En base a eso también describo cómo funciona el sistema inmune y los casos de rechazo o compatibilidad en trasplantes. Por otra parte, el caso del hombre lobo es útil para describir dos fenómenos. Primero, el proceso de división celular que se produce en el bulbo capilar cuando algunas personas se enferman y afrontan un crecimiento muy acelerado del vello en todo el cuerpo. En segundo turno, aprovecho la historia de este personaje que deja su condición de hombre lobo una vez que muerde a otro individuo, para explicar cómo es que las personas enferman cuando algunos microorganismos ingresan a un cuerpo determinado a partir de una herida.

–Celebro esta forma tan atractiva y original de contar la ciencia. ¿Cuáles son sus planes de cara al futuro?

–La idea es seguir con más monstruos para escribir una segunda parte. Ya escogí a los zombis, porque pienso que están muy de moda en la actualidad. La etimología del término zombi proviene de Haití y se refiere al estado que presentan las personas cuando reciben cierta cantidad de drogas. De este modo, me gustaría contar cómo las drogas funcionan en los sistemas nerviosos y cuáles son sus efectos sobre los humanos. Y luego pienso salirme un poco de la biología para utilizar al Hombre Invisible para explicar las características de la luz.

–¿Cómo describiría el estado de las prácticas divulgativas en relación a décadas anteriores? En la actualidad, ¿existen más posibilidades de acceso a los conocimientos científicos?

–La divulgación ha realizado un salto muy importante desde hace ocho o nueve años. Inclusive, hasta el Conicet que, en épocas anteriores, no prestaba demasiada atención tiene un área de divulgación en su página y brinda puntaje a los investigadores por la realización de actividades en este sentido.

–¿Cree que la brecha entre ciencia y ficción no es tan grande como a menudo se plantea?

–Sí, puede ser que la brecha no sea tan grande. Mucho de lo que en el pasado pensamos que pertenece al campo de la ficción, con el motor de la ciencia se convierte en realidad. Por ejemplo, muchos de los aparatos e instrumentos que aparecen en Viaje a las estrellas, la serie de televisión de la década de los sesenta, hoy forman parte de la realidad.

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Alberto Díaz Añel es doctor en Química Biológica (UBA) e investigador adjunto del Conicet.
 
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