CONTRATAPA

Problema... es el del campo

 Por Enrique Medina

El viejo sale del ascensor. Ve la puerta de calle abierta y hombres cargando en una camioneta los matafuegos del edificio. Piensa que el servis de la compu lo ha ninguneado como “cosa” y deberá buscar otro. Pero todo el mundo coincide en que encontrar un buen arreglador de compus es lo mismo que encontrar plomeros eficientes o porteros como la gente, así que el viejo se deposita en la vereda como “cosa” y enfila por Laprida en busca de un cyber. Encuentra lo que cree buscar pero no, es para arreglar compus, no para contestar el correo. Ah, sí, al lado está el cyber como le indicó su hija. Entra. No está el muchacho gordo que ella le ha dicho, hay un flaco alto canoso de anteojos, parecido al finado Castelo, que le dice: “pase a la 7”. El, viejo caprichoso, le dice que prefiere sentarse a la que está en la vidriera. El canoso de anteojos, alto y antipático, le dice que bueno, si quiere esa, vaya nomás. Y el viejo va. Y le cuesta escribir porque el tabulador está descuajeringado y no logra espaciar las palabras y etcétera, y después de intentar vencer a la máquina se da por vencido y vuelve al mostrador con bronca y honor y dice que la máquina no anda bien. El alto canoso de anteojos y grosero le dice que sí y que su tiempo de uso vale un peso. El viejo dice que no quiere tener problema y que no puede pagar un peso por un servicio que no obtuvo. El otro detrás del mostrador haciendo oídos sordos le dice: problema... es el del campo, un peso, y continúa hablando con otro. El viejo lamenta que no esté el muchacho gordo que según su hija es buen muchacho, y le contesta al alto canoso de anteojos que llame a la policía porque no voy a pagar y no es cuestión de dinero sino de dignidad. El alto canoso de anteojos le dice: un peso, o te cago a trompadas y patadas viejo de mierda y aquí no entrás más. El viejo no puede creer lo que escucha; observa a su alrededor y ve personas que han escuchado y nada dicen, más bien lo miran a él como si fuera el gusano en la manzana. Mira al petulante del mostrador y éste le repite altanero: un peso. El viejo piensa en Discépolo, cuando se quejaba de que lo que le habían enseñado no servía para vivir, así que saca la moneda de un peso y la deposita en el mostrador, el famoso “mostrador” que Victor Hugo usaba metafóricamente para agraviar a la Iglesia, y sale del local, más humillado que personaje de Dostoievski.

En la vereda ve una baldosa floja, y está tan amargado y furioso que piensa que sería bueno dignificarse rompiendo la vidriera del alto patán canoso de anteojos, pero razona que hace tiempo que ya no puede emplear fuerza ni para atornillar nada sino que, además, puede ir en cana o al hospital. Sintiendo las burlas, insultos y risas del patán canoso de anteojos sobre sus espaldas, el viejo llega a su edificio. Hay gran alboroto. Pregunta. Se entera de que vinieron unos tipos, encontraron la puerta abierta y cómodamente, como chanchos en su casa, se afanaron los matafuegos de los 7 pisos. Alguien dice que la culpa es de todos porque nadie controla a la administración ni al consejo de propietarios, otra acusa de complicidad al portero por estar tomando mate en el kiosco de diarios de la esquina. Y otro llama a la reflexión y tranquiliza argumentando que: problema-problema... es el del campo. Bastante tiene el viejo ya con su tribulación, por lo que sube a su depto. Con pesadumbre, le cuenta a su hija el incidente con el anteojudo-alto-canoso-petulante-grosero-hijo-de-puta-de anteojos.

Termina de despacharse y, sin punto y aparte, le agrega el asunto de los matafuegos. La hija, que por supuesto también tiene sus mambos, lo mira piadosa sin saber qué decirle salvo contemporizar con un: “pa-páaa...”. Que él sabe apreciar en sus puntos suspensivos, adelantándose:

–Sí, ya sé, no me digás nada: problema-problema... es el del campo...

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