CONTRATAPA

Pan con miel

 Por Juan Forn

Joao Gilberto decía que la invención del micrófono había generado un gigantesco malentendido. No se trataba de amplificar el sonido sino de poder hacer sentir a cada una de las personas de la platea que les estaba cantando al oído. Eso era lo que más le gustaba: tocar bajito, toda la noche, sentado en un bar o un living, rodeado de un puñado de fieles, y al amanecer, café con leche y pan con miel para todos, pagado de su bolsillo, en algún barcito que mirara al mar en Ipanema. Dice la leyenda que después de aquellas noches ofrecía llevar a cada uno a casa en su auto y que manejaba ignorando todos los semáforos rojos en su camino tal como ignoraba todas las leyes de composición que regían la música brasileña hasta que él agarró una guitarra por primera vez. Todos querían pasarse la noche entera escuchando a Joao, pero nadie quería ir en auto con él después. En esas vertiginosas travesías de madrugada por las avenidas de Río de principios de los ’60, Joao repetía a quien se atreviera a ir a su lado que todo iba demasiado rápido, que había que serenar. “¿Por qué no manejas como tocas?”, le imploraban sus amigos. “¿Por qué no tocará como maneja?”, lo cuestionaban sus enemigos.

Joao prefirió no discutir. Inventó la bossa nova y se fue a vivir a Estados Unidos. Lo curioso es que a Joao no le gustaba el jazz: “Eso no es samba”, le dijo una vez a Miles Davis (que lo persiguió durante años para tocar juntos). Eso mismo le pasaba a Elis Regina con Jobim y Gilberto: detestaba la bossa, no le parecía samba. En su primer disco puso una canción que decía “Samba eu canto assim”, y era casi jazz, pura personalidad, pero a la vez nadie se pareció tanto a Joao como Elis en eso del movimiento perpetuo siempre en el mismo lugar para alcanzar, a través de la repetición siempre diferente, la forma perfecta. Glauber Rocha, que adoraba a Joao Gilberto (y soñó toda su vida filmar una versión de Las palmeras salvajes de Faulkner ambientada en Bahía, con su amigo haciendo de cantor y guitarrista ciego) decía que Joao feminizó la música brasileña introduciendo la dulzura, la delicadeza, y que por eso las mujeres se virilizaron para cantarle a la par (y daba como ejemplo las voces poderosas de Maria Bethânia y de Gal Costa, pero en particular la de Elis Regina, que no venía de Bahía sino de Porto Alegre, era hija de lavandera, malhablada y de mal carácter como ninguna, y se había operado las tetas no para agrandárselas sino para reducírselas).

El problema de la bossa fue que se la apropiaron los caretas, que acusaban a Elis y Bethânia y Gal de cantar “como negras”, por su potencia y su impudor. Gilberto Gil y Chico Buarque contestaron a su manera: en un show conjunto, Chico apareció con la cara pintada de negro y Gil con la cara pintada de blanco. Gil y Caetano Veloso habían cometido pecado mortal al electrificar el samba. La izquierda los acusó de colonizados, la derecha de vendepatrias. Gil les cantó en la cara a unos y otros “Soy loco por ti América” dedicada al Che Guevara, Caetano invitó al escenario a Os Mutantes vestidos de hippies para cantar “E proibido proibir” (y cuando la rechifla les impidió cantar, Caetano gritó: “¡Si son en política como en estética, estamos fritos!”). El gobierno militar inventó el lema “Brasil, ámelo o déjelo” y mandó al exilio a Caetano y a Gil. También le fueron a buscar la lengua a Joao Gilberto, para que condenara la electrificación del samba, pero Joao los dejó mudos como siempre: dijo que la forma más popular de la música en Bahía durante su juventud eran “os trios elétricos” (grupos de cavaquinho, guitarra y percusión que tocaban desde camiones con altavoces que circulaban por las calles durante el carnaval versionando clásicos “electrificados”, es decir tocados en ritmo de frevo enloquecido). Por eso, cuando oyó por primera vez a Jimi Hendrix, Joao Gilberto dijo: “Bahía inventó la distorsión. Hendrix sólo la mejoró”.

De todos los hijos musicales que tuvo Joao Gilberto, el más distorsionado, el más opuesto y el más complementario también, fue el negrazo Tim Maia. Para empezar, está la famosa exigencia a sus técnicos de sonido: “Mais graves! Mais agudos! Mais eco! Mais retorno! MAIS TUDO!!!”. Hay una anécdota de los comienzos de Caetano y Chico: ambos participaban en un programa televisivo llamado Esta noite se improvisa. Los jurados les tiraban una palabra y ellos tenían que recordar una canción famosa donde apareciera esa palabra. Caetano parecía la memoria ambulante de la radio brasileña de los años ’30 y ’40, era capaz de imitar con igual maestría a cantantes hombres y mujeres, y tenía al público en ascuas porque siempre elegía canciones que tuvieran la palabra pedida cerca del final. Chico, que siempre dijo ser más limitado que Caetano, optaba por inventar canciones en el momento, las adjudicaba a un autor conocido o apócrifo y esperaba con su cara de ángel la decisión del jurado, que deliberaba y deliberaba por temor a quedar en ridículo. Tim Maia hacía un poco lo de Chico y otro poco lo de Caetano: tenía toda la música adentro y componía tarareando, instrumento por instrumento, a alguien que supiera transcribir música. Tim Maia es el James Brown brasileño, o rei do fanki, como dicen ellos: siempre tuvo bandas grandes con secciones de vientos, de percusión, coristas y mucho instrumento eléctrico. En sus shows, la iluminación estaba puesta de tal manera que nadie sabía si era blanco o negro. Tim no aceptaba limusinas; él viajaba en bondi: se hacía mandar un colectivo lleno de chicas, maconha y cerveza para llegar a sus shows (y el cachet debía pagársele en estricto efectivo, en bolsas de papel que acumulaba debajo de su cama). Regalaba dosis de LSD en sus conciertos, y declaraba: “No fumo, no bebo, no cojo, no me drogo. Sólo miento un poquito”.

Hay una hermosa anécdota sobre Joao y él. Acababa de inaugurarse el Canecao en Río, y convencieron a Joao Gilberto para que viniera de EE.UU. a tocar. El tipo llegó solo con su guitarrita a la prueba de sonido, vio que el Canecao era un galpón de material y techo de chapa con acústica imposible y, sin decir nada a nadie, decidió volverse al aeropuerto y pescar el primer avión a Nueva York. Como la casa de sus amigos Os Novos Bahianos estaba cerca, en Botafogo, fue caminando hasta allá y golpeó la puerta. Le abrió Tim Maia, enorme de gordo en su túnica, transpirado y verborrágico. Mirando a Joao de arriba a abajo (que iba como siempre, de traje y corbata y engominado), gritó para adentro, a Os Novos Bahianos, a quienes estaba predicando las virtudes de la electrificación: “¡Llamaron a la policía musical porque tenían miedo de que los convenciera!” Dice la leyenda que Tim se quedó todo un día y una noche escuchando a Joao cantar y tocar su guitarra, y después de desayunar juntos café con leche y pan con miel en un bar, lo vio partir hacia el Galeao en el auto de Os Novos Bahianos con lágrimas en los ojos.

Compartir: 

Twitter

 

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.