CONTRATAPA

Homo enrojecido

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Si las semanas fuesen ovnis, entonces la semana anterior de Rodríguez y de millones de españoles flotó sobre ellos como un objeto volador no identificado. Luces rojas en el negro firmamento y el más negro aún horizonte. Siete días enrojecidos por La Roja en que todo fue abducido y puesto a dormir en un trance artificial de tripulación marca Prometheus. Un dulce sueño que, por unos días, dejó la pesadilla en suspenso y al otro lado de los párpados, tan lejos pero tan cerca.

DOS Claro que los sueños, sueños son. Y ya debió sospechar algo Rodríguez cuando, hace un par de viernes, Rajoy regresó de la supuestamente triunfal cumbre de Bruselas (cuando Italia y España y Francia le plantaron cara y seca a la Angela Iron Frau Merkel) diciendo que estaba todo en su sitio. Y estaba, pero, claro, no era el sitio correcto, parece. Lo que no importaba demasiado entonces. Tampoco el estreno del nuevo aforismo rajoyano: “Las cosas a veces estarán mejor y otras estarán peor”. Lo que sí importaba (lo único que importaba) era que La Roja les ganase a Los Azules, ese domingo, en la final de la Eurocopa, gran duelo sudaca-europeo. Y ganó. Y el delirio febril. Y la fiebre de alguien –como en tiempos de Zapatero, apenas conseguido el Mundial de Sudáfrica– aseguró que “esto es muy bueno para la Marca España a nivel internacional, incentivará el consumo y subirá el producto interior bruto”. ¡Y era verdad! Aumentó la afluencia a los baldíos bares con televisor, se bebió más cerveza patrocinadora y se vendieron muy caro más camisetas escarlata. Y la gente salió en masa a las calles de Madrid. Y se criticó la exhibición etílica de los jugadores a bordo de un autobús por las calles de la capital (lo cierto es que, puesto a elegir, Rodríguez se queda con la ebriedad de los futbolistas antes que con la sobriedad de los políticos) y a Rodríguez le causó gracia eso del arquero Iker Casillas recordando su “infancia traumática” en la que España perdía siempre. Y eran muy pocos los agoreros que enarbolaban el slogan “La Roja me la tiene floja” y alentaban la polémica de dónde tributan los deportistas apátridas sus premios internacionales y bastantes los que celebraban el “aguante” de gran estadista de Rajoy. Hasta la constante jaqueca nocturna de la mujer de Rodríguez parecía haber amainado la noche de ese lunes de gloria y nuestro hombre hasta podría jurar que hicieron el amor o algo que se le parecía bastante. Hicieron algo, en cualquier caso. Habrá que revisarlo de aquí a un tiempo con el ya implantado Ojo de Halcón en el césped. Porque tal vez lo de Rodríguez con su mujer haya sido apenas un gol fantasma.

TRES Y –para desconcierto e inquietud de Rodríguez– hasta se produjo una serie de buenas noticias o, lo que es igual, noticias de esas que no reciben como martillazos en la cabeza. Bajó el paro (que sigue siendo en España más alto que en Grecia), se relajaba la prima de riesgo, subía la Bolsa. La vida era hermosa y reaparecía el robado Códice Calixtino, descubrían un centenar de supuestos dibujos de Caravaggio y –en lo que hace a cuestiones aristocráticas– la risa boba de la Baronesa Thyssen luego de subastar La esclusa de Constable porque “necesito efectivo” reemplazaba las carreritas callejeras del súbitamente desaparecido en acción Duque de Palma, quien nunca necesitó efectivo, pero le gustaba necesitarlo lo mismo. Poco y nada chirriaba en esta atmósfera tricampeona lo de la puesta en marcha del copago farmacéutico; lo de más de cuatrocientos medicamentos que ya no serán financiados por la seguridad social; lo de la posibilidad de que se permita fumar en los antros de la posible Eurovegas (¿por qué no alquilar todos esos aeropuertos fantasma, cortesía del boom/crac inmobiliario, a carteles narco?, piensa Rodríguez); lo del aterrizaje de los “hombres de negro” para revisar las cuentas antes de soltar los euros solicitados por el gobierno español con una carta plagada de errores de ortografía. Lo único que valía era el ser campeones. Todos. El PP y el PSOE y el PPSOE. Y hasta el mundo científico estaba de fiesta: el Bosón de Higgs, el genoma del melón, una pomada que impide el contagio del HIV y –preparen los microscopios– la obligación de parte del Banco de España de que, de aquí en más, todos los contratos deban aumentar la “letra pequeña” en los contratos (la tipografía no podrá ser de menos de 2 mm), para así evitar la venta y colocación de créditos más bien inverosímiles sobre los que se construyó el Gran Sueño Hispánico.

CUATRO Y fue lo de la letra pequeña lo que empezó a poner muy nervioso a Rodríguez. La posibilidad de que existiera alguna cláusula extraña en el desteñido tejido del presente. La sospecha de que nada de lo que estaba pasando era del todo cierto. Y así –enunciado el miedo– la confirmación de los temores: Holanda y Finlandia oponiéndose al arreglo español; la nueva de que eso de la financiación directa a los bancos no beneficiará a España; otra vez la prima de riesgo por los cielos; la Bolsa por los suelos, el bono a diez años por encima del 7 por ciento de interés y Rajoy advirtiendo de que “ahora toca pisar el acelerador”. Así parece que en cualquier momento todos chocaremos de lleno contra nuevas medidas (o “lo que algunos llaman recortes”) empeñadas en ese imposible de “seguir haciendo los deberes” para cumplir con déficit varios. Se conocieron nuevas encuestas en cuanto a la desconfianza absoluta de la ciudadanía toda; se supo que los hogares gastan más de lo que ingresan (es decir: se están “comiendo” los ahorros); puso a temblar a muchos el recorte de funcionarios y provincias itálicas de Monti (como posible ejemplo obligatorio a seguir por aquí en lo que hace al modelo autonómico) y Rajoy compareció con esa cara de quien va obligado al dentista para asegurar inseguramente que “el gobierno de España hará todo lo posible para que Europa haga todo lo posible” mientras su segunda, la siempre despeinadamente peinada Soraya Sáenz de Santamaría (con quien Rodríguez, de tanto en tanto, protagoniza inexplicables para él pero muy húmedas y ardientes ensoñaciones) anunció con sus ojos siempre muy abiertos que “va a ser un mes muy intenso”. Otra vez, truenos y rayos. Y Rodríguez se emocionó hasta las lágrimas con la entrevista, en un telediario, a un albañil todo terreno sin trabajo. El hombre declaraba a las cámaras que trabajaba gratis antes que quedarse en su casa de brazos cruzados. “Prefiero hacer el bien”, decía. Y así se presentaba en casas donde no podían pagarle para intentar arreglar un poco lo desarreglado, hasta donde se pudiese, por amor a su arte y a sus compatriotas. Rodríguez pensó lo que siempre piensa: los posibles mejores políticos nunca se dedican a la política.

Y, ah, el 6 de julio empezó la fiesta de San Fermín en Pamplona. Esos festejos en los que la gente corre perseguida por toros. Más o menos como en la vida misma, como en el resto de España. El 14 de julio se acaban allí los festejos. Entonces todos se despedirán cantando el “Pobre de mí”. Y –como E.T.– volverán a sus casas, acelerados e intensos, para seguir cantándolo en la intimidad: enrojecidos, rojos de furia, rojos de vergüenza, con los números en rojo, viendo todo rojo, como corneados bovinos en un encierro largo y lento y sin salida a la vista.

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