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Músicas

 Por Juan Gelman

El fantasma de Vietnam no abandona Estados Unidos. La muerte el lunes último de nueve militares norteamericanos en la provincia afgana de Patkia no sólo ha provocado una irrupción del subconsciente en el general Richard Meyers, jefe del Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. yanquis –”Lamentamos la muerte de nuestros soldados en Vietnam”, dijo–, también preocupación en el Congreso. El líder la fracción demócrata del Senado y posible candidato presidencial Tom Daschle, que no es precisamente una paloma, se quejó de Bush hijo porque no informa al cuerpo parlamentario sobre la ampliación de la guerra “antiterrorista”. Tiene motivos: EE.UU. se apresta a enviar de 100 a 250 asesores militares a Georgia, varios centenares a Yemen, más personal a Colombia, y un contingente de 150 efectivos de las Fuerzas Operativas Especiales guerrean en Filipinas. Así empezó Vietnam.
“Pienso que hay una expansión (de la guerra) carente al menos de una dirección clara. Si esperamos matar a todos los terroristas del mundo, estaremos en movimiento hasta el Día del Juicio Final”, subrayó Daschle. Otros demócratas prominentes, como el ex senador Boy Kerrey y la actual representante por California, Jane Harman, expresaron el temor de que esas intervenciones fuera de Afganistán adelgazaran la presencia militar estadounidense en el país centroasiático. Y en el mundo, podría agregarse, según el viejo precepto: el que mucho abarca poco aprieta.
El número de bajas que ha sufrido Washington en Afganistán –por accidentes o en el campo de batalla– asciende a 42 y a éstas hay que sumar los diez efectivos que murieron cuando un helicóptero se estrelló en el sur de Filipinas. La noticia de las pérdidas en Patkia no podía llegar en peor momento para la administración Bush: el Congreso discutía el enorme presupuesto de defensa del gobierno –4700 billones de dólares en los próximos 10 años, 600 mil millones más que en la propuesta del año pasado– y los republicanos se enojaron con Daschle cuando dijo que no votaría por fondos adicionales para el Pentágono sin una explicación detallada del destino de ese financiamiento. El republicano por Virginia Tom Davis lo acusó de “ayudar y alentar a nuestros enemigos permitiéndoles que exploten las divisiones en nuestro país”. Cabe preguntarse si el patriotismo –o algo así– es un valor más alto que la democracia.
El tema de la democracia es pertinente en cuanto a Afganistán. Washington derribó por la fuerza un gobierno despótico persiguiendo, dijo, un ideal democrático –cosa que no hizo con las dictaduras de la Argentina, Chile, Uruguay, etc., más bien al revés, ni hará en Arabia Saudita, su aliado petrolero, ni en otras partes del mundo donde regímenes autoritarios sirven sus intereses–, pero decide quién debe gobernar en Kabul y se involucra en las disputas de los señores de la guerra. Ejemplo: la Casa Blanca apoya a Mohammed Ustaz Ata, el gobernador tadjiko que impuso en Mazar-i-Sharif. Su rival, el general uzbeko Rashid Dostum, tan miembro de la antitalibana Alianza del Norte como Ata, ha vuelto a darle batalla el lunes 4 de marzo. Las tropas de Ata fueron expulsadas de una población cercana a Shebergen, ciudadela de Dostum, y hubo 20 muertos. Los grupos de tareas de las Fuerzas Especiales de EE.UU. sustentan a Ata. En tanto, EE.UU. recluta pashtunes, la etnia a la que pertenece la mayoría de los talibanes, a razón de 200 dólares por mes. La oferta es tentadora en un país donde el salario promedio –suponiendo que salario haya– es de 40 dólares. La democracia estadounidense, es cierto, sus ideales democráticos, claro, necesitan defenderse con mercenarios que no tienen donde caerse muertos. Tal vez para brindarles la posibilidad de caer muertos de una vez.
Los mandos estadounidenses escatiman detalles de la ofensiva contra fuerzas talibanas en las montañas de Paktia –la mayor que ha lanzado hasta ahora la coalición “antiterrorista”– que causó nueve muertos y más de 40 heridos en las filas norteamericanas. Pero se conoce la opinión delos combatientes afganos de la Alianza del Norte que en ella participan y que fue recogida sobre el terreno por Peter Baker, corresponsal del diario australiano Sidney Morning Herald. “Cometieron un gran error –afirmó Mohammed Isshaq, jefe de seguridad de Gardez, capital provincial de Patkia–. Avanzaron (los norteamericanos) sin cavar trincheras, sin reforzar sus posiciones. Y los cortaron (de su retaguardia). Se retiraron muy mal.” Baker indica que se trata de una visión compartida por los soldados afganos: “Nuestro mando fue realmente malo –le dijo Khial Mohammed, 22 años, herido en el combate–, el mando estadounidense fue realmente malo, no pensó en todos los aspectos de la batalla antes de atacar”.
La Casa Blanca está enviando tropas y asesores militares a países cuya historia y cultura menosprecia o, en el mejor de los casos, desconoce. “Sólo hace cinco meses supe que había uzbekos, tadjikos y pashtunes en Afganistán”, confesó al periodista Jim Lobe un asesor parlamentario. Hasta hace un año Bush hijo creía que al-Qaida era un grupo de rock. Quién sabe qué música terminará tocándole.

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