CONTRATAPA

¿Sus billetes están codificados?

 Por Susana Viau

A las ocho la terminal de Retiro hervía. Y también empezaba a hervir afuera, literalmente, en la parada de taxis. El turista hervía todavía más, agobiado por la muerte que lo había traído a Buenos Aires, el bolso y una noche de perros agradecible al chofer del autobús que, sin sacar el pie del acelerador, había volado de Gálvez en tres horas y media. Paró un coche que había estacionado paralelo a la fila y el taxista le preguntó:
–¿Me va a pagar con plata codificada?
–¿Con qué? –se sobresaltó el santafesino.
–Con plata codificada. ¿No la codificó antes de venir?
–Yo no sé qué es eso.
–Muéstreme los billetes –le indicó, imperativo, el tipo.
El viajero sacó los cuatrocientos pesos que traía en el bolsillo para sus dos o tres días en Buenos Aires. El otro los inspeccionó con desgano.
–Me parece que no están codificados, pero yo no puedo hacer nada porque soy peón. El dueño es el que podría autorizarme a aceptárselos. Yo lo acerco hasta un banco y ahí le van a decir. Lo que pasa es que ahora codifican los billetes porque circula mucha plata falsa. Si se los acepto así y no son buenos me arruino el día.
–¿Ah sí? Allá, en Gálvez, no estamos enterados. Debe ser algo nuevo.
El coche recorrió unas pocas cuadras y se detuvo. El chofer se dio vuelta y señaló en dirección a un taxista que esperaba en la parada.
–Mire, ése es dueño. El le puede decir si están o no están codificados. Si no, a lo mejor lo lleva igual y se los cambia.
El santafesino hizo lo que le indicaban. Se inclinó sobre la ventanilla del segundo taxi y explicó el problema.
–Me dijo su compañero que hay que tener la plata codificada por este asunto de las falsificaciones. Que a lo mejor usted puede decirme si el dinero que traigo está o no codificado.
–¿A ver? –se interesó el taxista propietario.
El turista le tendió el manojo de billetes. El otro lo tomó, lo manoseó, sobó y sobó probando la densidad y la textura del papel y con absoluta solvencia emitió el dictamen.
–No y yo no se los puedo cambiar porque me compro un problema, pero suba que lo voy a llevar para que se los codifiquen porque así no se los va a agarrar nadie.
Lo dejó sobre Leandro Alem. “Ahí tiene un banco autorizado”, le dijo señalándole una torre. El santafesino encaró al recepcionista. Ya se había dado cuenta de que el supuesto banco era un edificio de oficinas. Tenía sueño, el cortejo debía estar por salir para el cementerio. Estaba entregado.
–¿Puede decirme dónde hay un banco para hacer codificar la plata?
El portero lo miró desorbitado. El turista empezó a sentir que quería que la tierra lo tragara. Intentó una justificación:
–Mire, para mí es la primera noticia. En Santa Fe no tenemos idea de esto.
–Yo, acá, tampoco. Me parece que lo tomaron de punto.
El turista accidental advirtió que, a pesar del tono apenado, al portero empezaba a asomarle un brillito burlón en los ojos.
Se encogió de hombros, como si no le importara, caminó hasta la calle y por tercera vez en la mañana paró un taxi. Consultó la hora: estaba llegando tarde al funeral. Algo le decía que lo de los billetes no era una simple cargada. Metió la mano en el pantalón y sacó el rollo de plata. Lo abrió. En el lugar donde debían estar los cuatrocientos pesos había un amasijo de papeles de dos. “Me acostaron –se dijo el turista–. Era un mago ese hijo de puta, un prestidigitador.”
El taxi subía por Córdoba, pero él no veía la grisura de la avenida ni el amontonamiento de tiendas de segunda selección porque trataba de desmontarel mecanismo del engaño. Humillado, empezaba a intuir que el malentendido no se anudaba en las manos del taxista, mucho más rápidas que sus ojos. Que la trampa estaba tendida en un punto oscuro de su propio cerebro, allí donde se hace posible la idea absurda del dinero codificado, las seguridades y sus correspondientes reaseguros, las garitas de vigilancia que preocupan tranquilizando y los vigiladores que llenan de pavor porque quien cuida acecha. El René Lavand de las paradas de Retiro no había hecho sino activar el foco, regalarle por pocos pesos un modesto workshop de acción psicológica.

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