CONTRATAPA

Desaparición y vida

 Por Osvaldo Bayer

Sí, regresamos. Y recuerdo aquel Berlín. Paseo por el Heissiwald. Llevo debajo del brazo el diario La Opinión de Buenos Aires del 26-11-77. Leo allí la conferencia del almirante Massera en la Universidad del Salvador, de Buenos Aires. Repito: en la Universidad del Salvador, el almirante Massera. Sí, allí, el desaparecedor hace responsable de toda la crisis actual de la humanidad a tres hombres: Freud, Marx y Einstein. El almirante argentino dice textualmente: “Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda con ellos la intangibilidad de la propiedad privada; a principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud en su libro Interpretación de los sueños, y como si esto fuera poco para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905, hace conocer la Teoría de la Relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia”. Hasta ahí el filósofo desaparecedor de uniforme.

El almirante argentino cuidaba a los argentinos en la Universidad del Salvador. Y se quedaba con los bienes de sus desaparecidos. Los tiempos de la infamia, del más profundo de los desconsuelos. Haroldo, Rodolfo, el Paco. Pero hemos regresado. Leo en la Feria del Libro al Juan Gelman del Exilio, aquello que escribió en Roma en los años del dolor: “No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida. Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los calores. Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire. Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol”.

Sí, Juan, nos quedaron las manos vacías. Pero ya regresamos. Estamos con nuestros libros aquí. Qué imaginación, pensar que algún día volverían nuestros libros. Quemados por el teniente coronel Gorleri por “Dios, Patria y Hogar”, el 29-4-1976. El citado oficial fue ascendido a general por el presidente Alfonsín. Tenemos los argentinos un general especializado en la quema de libros. Ahí sí que nuestros militares ganaron la guerra.

Pero volvimos, Juan. Y esta vez estuvieron las Madres, presentando libros: Madres, treinta años después, con la firma de treinta escritores argentinos con su análisis de aquellos años, y también Como en Auschwitz, como en Vietnam, del riojano Alipio Paoletti; el primer Nunca más, pero sin los dos demonios y sí con los nombres de los verdaderos culpables. Y también pude presentar otra vez al Severino, prohibido por el palurdo sansirolé Lastiri, el pazguato que sirvió para preparar el festín de los verdugos. Sí, Lastiri, y no Marx, Einstein o Freud.

Sí, Juan, y con tu poesía (“desconsoladamente. Des con sol, hada, mente”) pudimos volver y presentamos La Rebelión de las Madres, un evangelio laico de honra, coraje, lágrimas fuertes, pechos que derrotaron al máuser y a la picana. La escribió Ulises Gorini, documento por documento, día por día, con el nombre de los culpables y de los soplones de siempre, y de los democráticos de Poncio Pilatos. Y también podremos presentar un libro sobre Roca, el genocida de esos seres silenciosos que nos quedarán mirando desde siempre, por los siglos. Sí, el genocida de bronce que ya en su discurso iniciador de la campaña militar decía: “Haremos desaparecer al indio de la Patagonia”.

Desaparecer. Y fue al bronce el militar. Y por eso Videla, Massera, Bussi, Patti, Menéndez, Camps... y sigue la lista argentina. Desaparecedores.

Y con los libros que presentamos estaban los rostros de Haroldo, de Walsh, del Paco. Haroldo, que ahora llega la fecha fatídica, cobarde, de la mortificación y la melancolía. Haroldo Conti, el hombre de las islas, del río murmuroso, de las frescas caricias y el verde de la vida amplia. Las botas quisieron matarlo a patadas y su rostro ha regresado sonriente, como cuando iba a entregar sus notas a Crisis, lleno de sol en la piel. Las bestias de uniforme no pudieron destrozar su imagen, que se deslizó al recuerdo infinito por entre el alambre de púa.

Una sociedad que va reparando sus enormes injusticias. El término “desaparecer” que aplicó el general Julio Argentino Roca y que llegó a su punto culminante con Videla-Massera-Agosti sigue en los planes de aquellos a los que sólo les interesa hacer dinero, el egoísmo como principio ético. Es lo que está ocurriendo en Baradero. Allí, un supermercado necesita ampliarse, hacer una playa de estacionamiento para sus camiones. Bien, nada menos que para eso ocupó un antiquísimo cementerio de los primeros habitantes, los “indios”, como se acostumbraron a decir los conquistadores. Y sin ningún problema ya han empezado los trabajos. Total, sólo se trata de huesos de indios. Si se hubiera tratado de un cementerio cristiano nadie se hubiese atrevido, porque, claro, esos seres “tienen alma”. Pero ya han empezado las reacciones de los seres que respetan al ser humano y que se oponen a tamaña indignidad. El supermercado puede pagarse unos terrenos un poco más allá. Veremos qué dicen los políticos responsables.

Pero, por suerte, no todo es así en la Argentina. En Comodoro Rivadavia ha sido quitado el busto al genocida Julio Argentino Roca. No está más. Un primer paso en la Patagonia. Ojalá que allí, en ese lugar, se emplace una figura de mujer tehuelche, que dio el producto de su vientre a esa tierra infinita.

Otro signo de hacer justicia es el movimiento que dentro de muy poco solicitará en las calles de la ciudad rionegrina de General Roca que se devuelva a ese lugar su antiguo nombre original: Fiske Menuko. Es que allí surge la vergüenza de soportar que el lugar donde se vive lleve justo el nombre de quien no sólo terminó con esos pueblos sino que siempre, en todos sus escritos, empleó términos despreciativos para con esos habitantes y se quedó para su fortuna personal con tierras conquistadas a Remington y sablazos. Y lo que no se puede disculpar es que haya restablecido la esclavitud en estas tierras enviando a los prisioneros a trabajar a las posesiones azucareras de sus parientes tucumanos, los Posse, y a las mujeres y los niños repartirlos como sirvientes en familias de militares y “gente de bien”.

Pero no todo es argentino lo que no reluce, también en Chile se cometen injusticias desde hace siglos. La huelga de hambre de mapuches en el sur trasandino, que luchan por sus derechos a la tierra desde siempre, y que sufren prisiones de años, es una muestra de lo que también hacen los que se llaman “socialistas”. Que una socialista y mujer como la señora Bachelet permita eso y mire para otro lado es una bofetada a la dignidad. El egoísmo de los actuales poderosos dueños de la tierra ante el derecho de las antiguos habitantes de esas distancias es para sentirse humillado en lo más hondo de lo que tiene que ser la justicia y el derecho. Los que quieren defender que ellos sigan siendo dueños de todo van a refundar siempre la violencia entre los seres humanos.

Al que llegue a la vida déjesele por lo menos el derecho a vivir y a alimentar a sus hijos con el agua y la mies de la tierra.

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