DEPORTES › A BORDO DE UN COCHE WTCC

Prueba de rigor

 Por Pablo Vignone

Desde Termas de Río Hondo

“¿A cuánto vamos a ir? ¿A doscientos?” El chofer se encoge de hombros, como si no supiera hasta dónde va a acelerar esta bestia. A Sebastien Loeb, nueve veces campeón mundial de rally y compañero de equipo de José María López en Citroën, no le gusta hablar mucho. Por lo menos, por los carriles normales: prefiere hacerlo con los pies. Y la expresión no es despectiva.

La bestia, reluciente bajo el sol del mediodía, acumula un pasado respetable. Es el primer coche de carreras que el equipo francés construyó para esta aventura que acabó en el título mundial de Pechito en el 2014. A este C-Elysee del WTCC que cuesta medio millón de dólares le sobra normalmente la butaca derecha, en la que el ocasional visitante va hundido y apresado entre cinturones que quitan el aire de los pulmones. Pero desborda de tecnología y fibra de carbono.

“¿A doscientos? ¿A dos mil?” Ya se verá. Los más de 350 HP que rugen debajo del capot de fibra de carbono necesitan un procedimiento electrónico para liberarse. Las botitas blancas del menudo francés bailan en secuencia preestablecida y en plena calle de boxes del autódromo porteño, que es donde se está consumando esta locura, el aparato gime como en una largada habitual y entonces se desata. A agarrarse.

Es una de las características notables de la máquina y de este paseo: la violenta aceleración que produce el motor turbo de apenas 1600 cm3. El coche pesa poco más de 1000 kilos pero sale disparado como un cohete, el cuerpo empieza a perder su desigual lucha con la gravedad y la primera curva se acerca vertiginosamente.

La velocidad no estremece tanto como la frenada sí. Equipado con discos de frenos de carbono, el coche obedece en centímetros la orden física que le imparte el pie izquierdo del francés. El circuito elegido para el paseo, el número 6 del autódromo, es una amalgama de 16 curvas en menos de cuatro kilómetros, lo más parecido a un especial de rally sobre asfalto que puede encontrar Loeb en este terreno. Y con curvas a derecha e izquierda, el cuerpo empieza a batir contra los laterales. Ya no hay sonrisas.

Cuando el Citroën sale del Curvón Reutemann, pisando los pianitos mientras el piloto va corrigiendo el volante con movimientos casi eléctricos, llega la oportunidad de disfrutar de algo de velocidad. El display electrónico trepa hasta los 196 km/h y el coche se zambulle en la curva, un instante antes de pisar el freno. Los músculos del cuello sufren tratando de resistir, porque embutida en un casco negro enorme y sofocante la cabeza pesa mucho y la fuerza G quiere arrancarla para arrojarla sobre el parabrisas. El calor comienza a hacer efecto. Estas carreras duran 60 kilómetros, pero un par de ellos alcanzan para comprender el rigor.

No corre mucho más que un coche de SuperTC2000, no impresiona tanto. Se comprueba ahora en Termas, circuito en el que los tiempos del WTCC son apenas un poco más veloces. Pero precisa de freno en las curvas veloces, una precaución innecesaria con un auto de la categoría argentina; la zambullida en el Tobogán, la curva más desafiante del circuito a la que se arriba a 190 km/h, pierde algo de atractivo cuando la velocidad cae al cambiar de trayectoria. No llega nunca a 200. En rectas largas, como las de Termas, alcanza los 220 km/h. Y le alcanza a Pechito López para seguir siendo más rápido que nadie.

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