ECONOMíA › ENTREVISTA A RENATO RADICELLA Y ROBERTO ORNSTEIN, DOS CIENTíFICOS HISTóRICOS DE LA CNEA

Con la energía nuclear todavía intacta

Radicella se jubiló hace diez años, pero igual trabaja cuatro días por semana ad honorem en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Ornstein esquivó el retiro y también continúa en actividad, a los 82 años. Ambos buscan transmitirles su experiencia a los más jóvenes.

 Por Fernando Krakowiak

La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) celebró el pasado 31 de mayo su 60º aniversario y durante el acto Cristina Fernández de Kirchner distinguió a un conjunto de científicos jubilados que siguen yendo todos los días a trabajar ad honorem y a otros que, pese a estar en edad de retiro, continúan formando parte activa de la institución. Página/12 entrevistó a Renato Radicella (76 años) y Roberto Ornstein (82 años), dos de los investigadores homenajeados por la Presidenta, para que relaten sus experiencias vinculadas con el desarrollo nuclear y sobre todo para saber qué los motiva a seguir.

–¿Por qué siguen viniendo a la CNEA?

Roberto Ornstein: –Porque siento un fuerte sentido de pertenencia. La CNEA es una institución única en el país que a uno lo va atrapando. Yo ingresé en 1979, ya de grande, y en muy poco tiempo me entusiasmó el empuje de la gente. Desde entonces, hemos pasado por épocas buenas y malas, pero la mayoría de la gente mantuvo esa pertenencia. Además, creo que estoy cumpliendo un papel todavía útil para la institución, y mientras mi salud y las sucesivas presidencias me lo permitan pienso seguir trabajando y compartiendo lo que aprendí con las nuevas generaciones.

Renato Radicella: –Me dediqué a lo nuclear incluso antes de que se creara la CNEA. Empecé con el profesor Walter Seelmann-Eggebert en Tucumán, un científico que había trabajado con el Premio Nobel de Química Otto Hahn, que descubrió la fisión, y en cuanto me recibí vine a Buenos Aires. Ingresé a la CNEA en 1954 y desde ese momento sigo vinculado. En el 2000 me jubilé porque no tuve otra opción, pero igual vengo cuatro veces por semana porque me es útil para mantenerme despierto y porque creo que puedo seguir aportando. Tengo una experiencia muy vasta en varios campos, fundamentalmente en proyectos internacionales, y es importante poder transmitirla.

–¿Cuáles son los proyectos más importantes de los que formaron parte?

R. R.: –Fui uno de los padres de la producción de radioisótopos en el país y después me desempeñé como jefe del Proyecto Perú, que consistió en la primera exportación de dos reactores nucleares con un centro atómico completo. Ese proyecto comenzó en la década del ’70 y se inauguró en 1988. También estuve muy involucrado en el desarrollo del reactor que se exportó a Argelia, porque cuando se concretó era director de Proyectos Internacionales de la CNEA y al mismo tiempo presidente de Invap. Ahora soy asesor de la presidencia del organismo.

R. O.: –Yo estuve como jefe durante la terminación del Proyecto Perú, cuando Radicella dejó el cargo, y desde el área de relaciones internacionales intervine bastante en el resto de las exportaciones nucleares que realizó el país. Además, representé a la Argentina como gobernador alterno del organismo internacional de energía nuclear durante casi 15 años. En la actualidad, sigo trabajando en el área de relaciones internacionales.

–¿En qué medida el resurgir de la actividad nuclear durante los últimos años influyó para que ustedes decidieran seguir en la CNEA?

R. R.: –Sin duda la existencia de nuevos proyectos hace que uno quiera seguir para aportar su experiencia. Si esto hubiera estado parado como en los ’90, no tendría sentido venir.

R. O.: –El apoyo del Gobierno a la actividad nuclear es un aliento. Esto no ocurría desde la década del 80, y se evidencia en un notable incremento del presupuesto y en el desbloqueo de las vacantes después de más de doce años de congelamiento. Nosotros no podíamos cubrir ninguna vacante y el promedio de edad en el organismo se había elevado hasta los 56 años. Ahora, en cambio, se incorporó una gran cantidad de gente joven que está permitiendo impulsar una renovación.

R. R.: –Hay más gente que se quiere dedicar a la actividad nuclear, pero los sueldos todavía no son muy atractivos y eso modera el entusiasmo.

R. O.: –Igual por la experiencia que he tenido con la gente joven de la institución puedo decir que también se queda enganchada con la institución como en su momento nos quedamos nosotros. Parece que tuvieran puesta la camiseta desde hace diez años. Eso es muy valioso. Además, otro dato positivo es que la reactivación nuclear en el país se inscribe en un resurgir de la actividad a nivel mundial.

–¿Es por la suba del precio del petróleo?

R. O.: –El aumento del precio del petróleo influye así como su inestabilidad debido a las dificultades existentes para asegurar el abastecimiento. No hay que olvidar que las principales fuentes están en países inestables, como los de Oriente Medio. No obstante, otro de los motivos es el cambio climático. No se puede seguir quemando petróleo, carbón y gas cuando estamos produciendo un desastre potencial a nivel planetario. En ese escenario, la energía nuclear, junto con la hidráulica, son las únicas que no producen gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global.

R. R.: –Además no se trata de sustituir sino de complementar. La energía nuclear es excelente como una opción de base constante.

–¿Cómo fue trabajar en la CNEA en los ’90, cuando el gobierno de Menem redujo el presupuesto y les puso bandera de remate a las centrales?

R. R.: –Fue un momento muy malo. Esa política se evidenció a nivel continental porque empezó en México y siguió en todos los países de la región que tenían algún desarrollo nuclear, incluyendo la Argentina. Fue producto de una presión internacional ejercida por la corriente de pensamiento neoliberal que desechaba todo tipo de desarrollo tecnológico para la región. No sólo afectó al área nuclear sino a toda la ciencia y la tecnología. Remarcaban que no hacía falta desarrollar tecnología propia porque si se la necesitaba se la podía comprar.

R. O.: –En Argentina a las recetas neoliberales se le sumó además la ilusión del gas. Hacia fines de la década del ’80, cuando se descubre el yacimiento de Loma de la Lata en Neuquén, parecía haber una especie de reserva inconmensurable de gas. El ingeniero Jorge Lapeña, que ahora es medio pronuclear, cuando era secretario de Energía de Alfonsín de lo único que se le podía hablar era del gas. Parecía que el país iba a tener gas barato y abundante durante los próximos cien años. En cambio, la energía nuclear tiene altos costos iniciales de instalación. Ahora, en cambio, ya quedó claro que el gas no era tanto como parecía y encima se lo ha gastado a troche y moche.

R. R.: –El anuncio de la privatización de las centrales nucleares resultó un fracaso y era previsible. Hubo países que empezaron con las centrales nucleares construidas y operadas por el Estado, como fue el caso de Argentina, y otros que lo hicieron con las centrales operadas por particulares, como Estados Unidos. Sin embargo, casi no hubo casos donde se haya cambiado de una modalidad a la otra, pues una central a medio camino es difícil que sea aceptada por un privado. En el único lugar en que parcialmente se concretó una privatización fue en Inglaterra, pero fue con dos centrales recién construidas. Por eso la actividad privada las agarró. La CNEA le había adelantado a Menem esta situación a través de un informe muy completo, pero esa publicación fue prolijamente archivada.

R. O.: –No hay que olvidarse de que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, mandó a los científicos a lavar los platos a su casa.

–¿Qué hacían durante esos años?

R. R.: –Muchos aceptaron retiros voluntarios porque se ofrecían sumas relativamente importantes. Todas pasaban los cien mil dólares. Era una tentación muy fuerte. En ese momento yo estaba de licencia en la CNEA porque me encontraba trabajando en el organismo internacional de energía atómica y no quise aceptar el retiro.

R. O.: –Yo tampoco me quise ir. No soy de los que se van a casa a mirar televisión. Voy a seguir trabajando hasta el día en que me muera, salvo que la salud me lo impida. Por lo tanto, jamás se me pasó por la cabeza aceptar el retiro voluntario. Además, si bien las centrales fueron separadas de la CNEA para intentar privatizarlas, siguieron funcionando otras cosas. Nosotros seguimos produciendo radioisótopos, había que terminar la planta de molibdeno, la planta de agua pesada. Algunas actividades siguieron por inercia porque ya estaban comprometidas. Nadie venía a leer el diario. Hacíamos lo que podíamos, a los tropezones y cada vez con menos entusiasmo porque veíamos que lo único que nos iba a terminar quedando era la parte más desagradable de todas, que es la gestión de los residuos radiactivos, porque eso sí iba a seguir bajo responsabilidad de la CNEA.

–Para ustedes debe haber sido muy duro porque cuando se iniciaron en la actividad nuclear ésta tenía un prestigio que luego fue perdiendo.

R. R.: –Cuando yo empecé a estar relacionado con lo nuclear era como tocar el cielo con las manos. En los años ’50 la energía nuclear parecía que iba a resolver todos los problemas. La opinión pública la veía como algo muy positivo. La actividad tenía mucho prestigio social.

R. O.: –Había un dibujo de Walt Disney en donde aparecía un genio en una botella que era la energía nuclear y cuando la destapaban se solucionaba todo. Luego esa imagen se fue revirtiendo. Hubo una película a fines de los ’70 llamada El sindrome de China que simulaba un accidente de un reactor en Estados Unidos y se decía que el efecto podía llegar hasta China. Era un disparate completo, pero coincidió con un accidente nuclear en los Estados Unidos que no tuvo mayores consecuencias y el impacto en la opinión pública fue muy fuerte. No hay que olvidar que la energía nuclear nació como un arma y además la radiación es algo que no se ve ni se siente. Por lo tanto, hay un razonable temor a lo desconocido. Encima después ocurrió el accidente en Chernobyl y lo nuclear pasó a ser representado como se lo ve en Los Simpson.

R. R.: Recién ahora está comenzando a revertirse esa imagen negativa, pero es un proceso muy lento. Mucho más lento de lo que me gustaría.

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Radicella y Ornstein fueron homenajeados el 31 de mayo, cuando la CNEA cumplió 60 años.
Imagen: Pablo Piovano
 
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