ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Percepción capitalista de la Argentina

 Por Julio Nudler

Estuvo siete años en el ING Bank como economista. Antes había trabajado dos años en Techint. Hoy es consultor independiente, con una cartera de clientes compuesta en general por empresas extranjeras que operan en la Argentina. Su misión es ayudarlas a entender este país y predecir el rumbo. Por su tarea conoce en detalle qué piensan esas compañías y sus administradores locales sobre el país y el Gobierno. Se llama Federico Thomsen, desciende de daneses y aceptó contarle a Página/12 las percepciones de esos empresarios y ejecutivos, omitiendo nombres propios. No es en absoluto necesario coincidir con esa óptica, condicionada por cierta estructura ideológica, con fervor por la economía de mercado y los valores del capitalismo. Pero es indudable que si la Argentina aspira a un desarrollo capitalista, debe por lo menos tomar en cuenta la visión de esos hombres de negocios, que no son especuladores financieros sino gente del sector real, que manejan firmas que invierten en capacidad productiva a escala internacional. No es necesario suscribir lo que esa gente sostiene, pero de las decisiones de ellos depende en buena medida el futuro de la economía nacional. Cada cual, y en particular cada político, sabrá qué toma y qué deja, y las consecuencias de hacerlo.
Las empresas que contratan los servicios de Thomsen (47 años, doctorado en la New York University) manejan sus negocios en el país a través de gerentes extranjeros o argentinos. Algunas de ellas vinieron en los ‘90, pensando que era una inversión segura, que la Argentina sería el siguiente México o Chile. Pero luego se encontraron con un país muy complicado, esa clase de países donde no eligen invertir. Y están tratando de ver qué hacen, si no se fueron ya, como Home Depot, que de pronto se preguntó qué estaba haciendo acá. Otras, en cambio, están habituadas a los países emergentes, desde el Africa a Latinoamérica. Vieron de todo y no se asombran de nada. No sienten estupefacción ni miedo como las otras.
Por “emergente” se entiende un país con instituciones inmaduras, en estado de infancia, con alto grado de personalismo y discrecionalidad en los gobiernos, donde para hacer negocios hay que saber manejarse en los pasillos del poder, conocer al presidente, al ministro, lo cual en los países desarrollados sólo es necesario para empresas muy grandes. En los ‘90 se creyó que la Argentina pasaba a manejarse más con reglas simples y transparentes. Ese era el discurso liberal e incluso la realidad en muchos sectores. Para venir y ponerse a vender materiales de construcción no hacía falta hacer contactos con nadie, aunque era diferente si se trataba de una petrolera o una eléctrica.
Las empresas extranjeras chicas que operan en la Argentina son muchas más de lo que parece. Ahora, por ejemplo, se encuentran con que para asegurarse la provisión de gas o electricidad tienen que hablar con funcionarios, y ellos no saben hacer eso. No conocen el estilo de manejo. ¿En esas gestiones corren los sobornos? No, o no necesariamente, pero al menos sí alguna forma de “relaciones públicas”. Cuando en un remate un empresario compra una capa de Eva Perón, eso puede deberse a que es un coleccionista o a que está haciendo un ejercicio de relaciones públicas. Algunas empresas no saben desenvolverse en un contexto así. Eso es todo. Tales empresas se plantean que si la Argentina va a parecerse más a Perú o Ecuador, prefieren irse, porque ellos no invierten ni en Perú ni en Ecuador.
¿Pero se siguen yendo? Ahora ya nadie sale corriendo. En todo caso, esperan el momento de vender a un precio razonable. Los que compran son grupos de inversión argentinos, gente que probablemente vendió empresas hace ocho o diez años. La argentinización de la economía, que algunos celebran, es esto. Pegasus y otros fondos son grupos de inversores argentinos, oportunistas en el buen sentido de la palabra. Por ejemplo, el aterrizaje de Carlos Slim desde México para comprar activos norteamericanos. ¿Cuentan con management adecuado? Seguramente, pero sobre todo adecuado a este contexto. Cuando Slim hizo algunas de sus grandes adquisiciones en la región, contrató a Felipe González para las relaciones públicas. ¿Qué sabe Felipe de telecomunicaciones? No interesa: lo que consiguió el socialista sevillano es entrar en la Casa Rosada y ser recibido por Kirchner, foto incluida.
En cuanto a las empresas extranjeras sí acostumbradas al mundo emergente, el problema que tienen acá es que la Argentina puede resultarles incomprensible. Por un lado, Latinoamérica perdió terreno respecto del sudeste asiático y Europa central, que es más predecible y segura con el inminente ingreso a la Unión Europea. Dentro del Cono Sur, la Argentina tiene que competir con la pequeña Chile y el gran Brasil, que además es más prometedor. ¿El fuerte crecimiento actual de la economía argentina no los retiene? Sí, y quizá por eso no se están yendo sino sopesando. No aumentan la apuesta, las inversiones, pero tampoco huyen. Tienen más incertidumbre que pesimismo.
Los economistas locales a quienes el Banco Central consulta sobre sus pronósticos se quejaron de que se les pidieran predicciones para el 2005 porque es un horizonte “difícil de predecir”. ¡Eso lo dicen los economistas argentinos! ¿Quién va a poner una fábrica donde nadie se anima a pronosticar el 2005? La única inversión razonable en esta situación es comprar un bono que uno puede vender en cualquier momento. Pero una inversión fija requiere horizonte. Por ende, ¿qué se le puede pedir al gerente local que debe recomendar a su casa matriz respecto de una inversión en la Argentina? Nadie predice hoy el caos, pero tampoco se juega.
¿Por qué está recuperándose entonces tan notoriamente la inversión, incluyendo la importación de equipamiento? Primero, porque a muchos sectores les está yendo bien o muy bien. Algunos de ellos están comprometidos con el país, como el agro, que no se puede llevar el campo a otra parte. Antes que tener dólares en el banco, prefieren comprar tractores. Total, el campo siempre se las arregla. Por eso, y por los altos precios mundiales, la venta de maquinaria agrícola es enorme. En parte es también un rechazo a tener dinero en el sistema financiero argentino. Tierra y tractores son más seguros que ningún banco local. Luego en áreas como telecomunicaciones hay empresas que necesitan ampliar capacidad. O lo hacen o empiezan a perder porción de mercado. Lo mismo pasa con insumos de la construcción. Hay empresas intermediarias que están acopiando (¿acaparando?) cerámicos y otros materiales porque piensan que la producción no va a alcanzar y subirán los precios.
Muchos gerentes no desean recomendar a su matriz expandir la capacidad de producción en la Argentina, pero tampoco perderse un mercado que está existiendo ahora, aunque quizá desaparezca mañana. Entonces, afuera deciden aprovechar el Mercosur invirtiendo en Brasil, donde hoy se están realizando inversiones provocadas por el crecimiento argentino, pero que se hacen en Brasil porque lo sienten más seguro. De última, si pasa lo peor, es siempre mejor tener la fábrica en el mercado más grande. Claro que áreas como telecomunicaciones no pueden hacer eso: tienen que invertir donde está la demanda. ¿Quiere decir que, paradójicamente, sigue pasando lo mismo que en los 90, cuando el peso estaba sobrevaluado y se desviaban inversiones hacia Brasil?
En los ‘90 la Argentina era la puerta de entrada más cómoda al Mercosur, aunque siempre se la veía como un mercado chico. Pero tenía movimiento totalmente libre de capitales y un tipo de cambio absolutamente predecible, mientras que el Brasil de entonces daba pavura. Ahora en cambio perciben a la Argentina, que además cuenta con el mercado más chico, como el lugar más peligroso, y el mundo capitalista le profesa más simpatía a Lula que a Kirchner. Encuentran lógico ponerse entonces en Brasil. Es verdad que el Gobierno argentino ha hecho muy poco por atraer inversiones, más allá de la retórica de un capitalismo transparente y competitivo. Lo que se ha visto hasta ahora son reprimendas y reproches constantes y generalizados a las multinacionales o a privatizadas por haber ganado mucho, como si hubiese algún delito en ello.
Este Gobierno interviene a veces de modo discrecional y agresivo en los mercados. Cuando las prepagas deciden aumentar sus tarifas, en un contexto de libertad de precios, se las presiona para que no lo hagan. Invocando de nuevo otra “emergencia” se interfiere en un arreglo contractual privado con Chile sobre provisión de gas. A los empresarios no les gusta eso, no quieren dependen del humor de los funcionarios. En Brasil es diferente. Kirchner parece trasladar al Gobierno nacional su experiencia de gobernar Santa Cruz, una provincia con muy poca población y rica en petróleo, con lo que al que no le gustaba que se fuera. Siempre había recursos. Es cierto que Menem también provenía de una provincia chica, pero La Rioja, extremadamente pobre, o cortejaba al inversor o allí no iba nadie.
La realidad es que hoy la Argentina, aunque nunca nadie deba abrirse descontroladamente, no puede tener la actitud del portero que filtra quién entra. Y además compite con países que están haciendo lo contrario. En todas las discusiones empresarias surge el contraste con Brasil y Chile. El resultado es que las empresas están en un wait and see, hacen sólo las inversiones imprescindibles, las menos comprometedoras. Los managers locales pueden sentirse muy optimistas respecto del país, pero saben que no es ésa la percepción de sus superiores de afuera, que es de quienes depende su paga. Ningún gerente quiere ser tomado por loco, y sabe que es mucho mejor quedarse corto en las recomendaciones que pasarse. Si aconsejaran una inversión que terminase mal, eso les costaría la cabeza. Y están muy quemados con la Argentina.
Los conflictos con el FMI, incluso si la Argentina tiene razón, generan titulares en la prensa que muestran al país en actitudes que para los capitalistas son antipáticas. Por tanto, si una empresa anuncia un programa de inversiones en la Argentina, lo más probable es que el precio de sus acciones se desplome. Las gerencias se fijan mucho en la cotización, que es la gran disciplinadora de las sociedades. Cuando el banco Nova Scotia (que controlaba al Quilmes) anunció que se iba de la Argentina, su acción subió. Los mercados recompensan a quien se va de la Argentina. Hay gerentes argentinos de filiales extranjeras que ven buenas oportunidades, pero temen que los echen si recomiendan eso. Otros admiten que no pueden aconsejarle a la empresa hacer lo que ellos mismos no hacen con su plata, que no colocan en nada muy fijo en el país. Una cosa es comprar bonos o una empresita para venderla con ganancia dentro de seis meses, y otra montar una fábrica de algo.
¿Pero la Argentina no es vista como una opción menos riesgosa que por ejemplo un país islámico, o Venezuela o Bolivia? Sí, eso la favorece, pero no respecto de Brasil, que es lo que cuenta. Es sí una ventaja de la Argentina el hecho de que a los ejecutivos extranjeros les encanta vivir acá, y ahora con la devaluación les gusta aún más que antes. Se mueven en sus coches entre Puerto Madero y Pilar, las empresas los obligan incluso a vivir en barrios cerrados o countries, dejando sus residencias de Martínez o Acassuso, y tienen que desplazarse en autos blindados. Pero en general sus ingresos se han mantenido en dólares. Prueban todos los restaurantes, catan todos los vinos del país, adoran esta ciudad. Aquí es donde hay que estar, no en Caracas ni en El Cairo.
La Argentina es vista como un país riesgoso, y las empresas limitan el número de funcionarios por temor, y le pagan una prima a quien acepte venir acá. Ellos creen que hay un riesgo adicional por ser extranjero, lo cual es falso. Aparte de la delincuencia, las escenas del 19 y 20 de diciembre de 2001 impresionaron. Pero en cuanto a la corrupción, ¿no perciben a este Gobierno como decente? Lo cierto es que desconfían de que la situación haya mejorado. No se escuchan acusaciones específicas, salvo alguna que otra, pero sí se quejan de que ahora hay que visitar mucho más a los funcionarios para cualquier asunto. Ir por ejemplo a Planificación Federal por la provisión de energía. Esos contactos conllevan riesgos. Somos todos humanos. Es muy peligrosa tanta decisión discrecional, casi empresa por empresa. Son negociaciones que no se hacen a la luz ni bajo cámaras de televisión. Pero no consta que hasta el momento haya sucedido nada condenable, más allá del método mismo.

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