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La vulgata y la soberbia

 Por Claudio Scaletta

Visto desde la economía, las razones de la relación entre las corporaciones agropecuarias de la Pampa Húmeda y la porción mayoritaria de la población que votó a los candidatos que pugnan por representarla son por demás extrañas. La vulgata que la sustenta afirma esencialmente dos ideas fuerza. La primera es que al campo le va francamente mal. Sostiene que, salvo, quizás, a algún gran productor sojero, el resto “ya no aguanta más”, algo que en la casi totalidad de los sectores, como por ejemplo la producción láctea, es desmentido por las cifras. No quiere decir que después de una importante sequía y con crisis internacional la situación sea idílica, como no lo es para ningún sector económico, pero a pesar del discurso lloroso cuando se habla de plata, el “campo” es, si no el más, uno de los sectores más prósperos de la economía. La segunda idea es que la riqueza de arrendatarios y terratenientes es la riqueza del país, o sea; la de todos: que por algún pase de magia desconocido para la economía real, los productos de la tierra se derraman a toda la sociedad.

Que buena parte de la población, no necesariamente la menos ilustrada, crea honestamente estas dos cosas, sobre todo después de la experiencia político-económica del último cuarto del siglo XX, es un verdadero prodigio publicitario. Una corroboración de que el poder mediático, el único jamás interpelado, supera lo imaginado.

Pero los prodigios no terminan en la vulgata. Una de las acusaciones más pertinaces contra la actual administración es la de “soberbia”. El calificativo se aplica ante situaciones muy definidas, sobre todo cuando la Presidenta afirma con seguridad sus posturas. Una feminista podría decir que no se bancan esta seguridad en una mujer. Puede haber algo de eso, pero lamentablemente se trata de un fenómeno políticamente más complejo, de un revival de contradicciones atávicas. Es “llamativo”, por decirlo de alguna manera, que ningún medio haya utilizado la misma vara para referirse a las afirmaciones escuchadas en la asamblea del pasado lunes en la Rural. Los discursos de los popes de la Mesa de Enlace, plagados de advertencias y expresiones socarronas, mostraron una soberbia inusitada. En su descargo podría decirse que se reprodujo un fenómeno propio de la dinámica de grupos, que es el de darse mutua manija y subir la apuesta. Pero lo que se escuchó fue otra cosa. Lo que se expresó en la asamblea prerrevolucionaria del lunes fue la contravulgata: no hablaba un conjunto de pobres “productores” acosados por la voracidad del fisco, “un sector al que el Gobierno destruyó”, según su propia versión, sino el poder económico en su forma más descarnada, sin mediaciones ni filtros. “En las urnas también les ganamos”, reclamó el dueño de casa. Quizá pueda parecer obvio, pero la Mesa de Enlace está convencida de que la sociedad votó por sus bolsillos y así se lo reclamaron no sólo al Gobierno, sino a los candidatos opositores, al parecer remolones para ponerse el sayo. En este marco, el “diálogo” parece un chiste. Para los sectores populares, no sólo para el Gobierno, se trata de un duro preanuncio de cuál puede ser el país que viene si la soberbia de los privilegiados comienza a modelar la economía.

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