EL MUNDO › ESCENARIO

Saudades do Brasil

 Por Santiago O’Donnell

AFP

Por lo que se ve desde acá, la campaña para la segunda vuelta en Brasil arrancó sin brillo. Nadie está a salvo de cataclismos, pero el resultado de las elecciones presidenciales no parece estar en duda. Ninguna matemática electoral permite imaginar que el opositor socialdemócrata José Serra podrá descontar la enorme ventaja que le sacó la candidata oficialista Dilma Rousseff del Partido de los Trabajadores (foto, con Lula). Tampoco peligra la gobernabilidad, ya que la coalición oficialista controlará las dos cámaras del Congreso y cerca de la mitad de las gobernaciones del país.

Pero después de una primera vuelta movida, ruidosa y cambiante la expectativa estaba puesta en los caminos que elegirían transitar los candidatos, aun sabiendo que el desenlace parece inevitable. Esta semana, señal de lo que vendrá, Dilma y Serra optaron por los caminos más seguros. Continuaron con la tónica de chatura de los últimos días de la primera vuelta, cuando ambos perdieron votos contra la tercera candidata.

Por un lado, con Serra rehuyendo el debate de fondo sobre la continuidad del modelo político implantado por el popularísimo presidente Lula, modelo que Dilma promete continuar a pie juntillas.

Por otro lado, Dilma casi hermética, sin salirse de libreto, siempre bajo el ala protectora de Lula, recitando los logros del gobierno, nombrando planes sociales como Bolsa Familia, PAC y Mi casa mi vida, que en Brasil ya no precisan explicación.

Por otro lado, con los grandes medios funcionales a Serra tapando la falta de debate con temas laterales que no figuran entre las principales urgencias de la población, como las habituales denuncias por corrupción que aparecen en la campaña o la discusión sobre cuál de los candidatos es más enfático a la hora de pronunciarse en contra de legalizar el aborto.

Dilma tiene 47 puntos, necesita tres más para ganar. Serra tiene 32. De los 21 restantes, veinte son de Marina Silva del Partido Verde, más de diez millones de votos. Más de un tercio de esos votantes se decidieron por Marina en la última semana.

Por eso, ahora todo el mundo habla del fenómeno Marina. Dilma y Serra la elogian todo el tiempo y cortejan abiertamente a sus seguidores. El voto de Marina es muy heterogéneo. Por un lado tiene una base de cinco o seis puntos que siempre sacan los candidatos ecologistas, un voto urbano y de clase media, con base en las grandes ciudades.

Por otra parte, Marina hizo una muy buena elección en el norte, que es su tierra natal, donde su historia es muy conocida: nació en la extrema pobreza, fue adoptada, abrazó la religión, aprendió a escribir a los catorce años. También tiene un fuerte ascendente en la comunidad evangelista, a la cual pertenece, y en grupos religiosos que apoyan su postura en contra del aborto legal y el matrimonio gay. En la elección del domingo pasado, Marina sorprendió al ganar el Distrito Federal con el 41 por ciento de los votos y con muy buenas elecciones en Amazonia, Ceará y Pernambuco. En el sudeste le fue bien en San Pablo y Río de Janeiro, pero en otros estados lindantes y en el sur no superó la media de lo que sacan los terceros partidos.

En el Distrito Federal y las grandes ciudades, sin dudas influyó en el voto por Marina el escándalo que involucró a la entonces jefa de Gabinete de Lula, Erenice Guerra. Se trata de un caso de corrupción un poco más serio que los escandaletes exagerados que suelen aparecer en la campaña. En Brasilia, a Erenice la llaman “la Dilma de Dilma”, porque la ya renunciada funcionaria era tan fiel a Dilma como Dilma lo es a Lula. Y resulta que un importante empresario denunció que un hijo de Erenice le pidió una coima de cinco millones de dólares para aprobarle un crédito de un banco estatal.

El caso tuvo su impacto en la última semana de la primera vuelta, cuando Dilma perdió cinco o seis puntos a nivel nacional. Pero es difícil saber cuántos se alejaron por el escándalo, cuántos por la pelea de Lula con los medios, cuantos por la posición vacilante de Dilma en el debate sobre el aborto, y cuántos por prolongar la campaña con un voto de protesta, sabiendo que la continuidad del oficialismo no estaba en riesgo.

Lo notable es que esos puntos que perdió Dilma en los últimos días fueron casi en su totalidad para Marina, mientras Serra, estancado en 32 por ciento, no pudo capitalizar ni el voto “ético”, ni el voto “republicano” ni el voto “antisistema”, que abandonó a Dilma en el umbral del triunfo en primera vuelta. Todos esos votos fueron para Marina.

La inusual dinámica de la elección hizo que la candidata en ascenso, la que forzó el ballottage, se quedara afuera, mientras que la segunda vuelta se dirime entre una candidata en descenso y un candidato estancado.

Pero no hubo golpe de timón. El oficialismo hizo cambios cosméticos. En las primeras propagandas televisivas para el ballottage, la figura de Lula aparece menos que en la primera vuelta y el nuevo slogan de campaña busca rescatar la condición de mujer de la candidata oficialista y unirla a la figura de Marina: “Cerca de 67 millones de brasileños quieren que la próxima presidenta sea mujer”.

Por el lado de la oposición no cambió nada. Esta semana buscó estirar la polémica sobre el aborto, un tema que puede dar cierto rédito electoral porque la mayoría de los brasileños se opone a legalizarlo. En su publicidad, el candidato opositor se refirió directamente al aborto al remarcar que “siempre” condenó esa práctica al tiempo que invitó a los electores a “comparar y ver quién defiende la vida”.

Fue el mismo Lula quien le contestó en el aviso de Dilma: “Varias personas salieron del submundo de la política para decir que si me elegían, yo iba a cerrar iglesias y a cambiar el color de la bandera. ¿Y qué pasó? Más libertad religiosa, más respeto a la vida, más comida en la mesa y mejor salario. Eso es lo que Dilma va a continuar haciendo”.

Por su parte, la campaña de Dilma lanzó un comunicado denunciando las “mentiras” de la oposición en este tema y fijando los temas que le gustaría discutir en la recta final de la campaña: “Lo que está en juego es la confrontación entre dos proyectos. De un lado, el Brasil del pasado, de la parálisis económica, del gigantesco endeudamiento interno, de la deuda externa y de la sumisión al FMI... El Brasil del pasado, del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, que nuestro adversario integró, es el país que no sabe enfrentar efectivamente la desigualdad social y no tenía vergüenza en afirmar que una parte de la población brasileña era ‘no empleable’... En ocho años Brasil comenzó a cambiar. Una gran transformación se inició y deberá continuar a profundizándose en el gobierno de Dilma...”.

Este es el debate que quiso dar Lula desde el principio de la elección, y que Serra eludió por consejo de Luiz González, especialista en marketing y jefe de comunicaciones de la campaña, quien insistió en que no era conveniente confrontar con el popular presidente.

La decisión de Serra molestó a gran parte de la dirigencia del PSDB, dijo a este cronista un alto dirigente de ese partido. Esos dirigentes hubieran preferido exhibir ante la sociedad las reformas de Estado de su anterior gobierno, el de Cardoso, del que consideran a Lula un mero continuador, señaló la fuente. “González convenció a Serra de que podía ganar la elección comparando currículum con Dilma, pero para ganar una elección nacional hace falta tener un mensaje político,” remató.

Pero ese debate no apareció jamás en los largos meses de campaña que precedieron a las elecciones del domingo pasado, y difícilmente aparezca ahora, ya que Serra parece haber decidido insistir con temas explosivos pero secundarios, encuestas en mano, buscando afeitar unos puntitos de la ventaja que le lleva la candidata oficialista, en vez de discutir el futuro del país. Un camino que lleva irremediablemente a la chatura.

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