EL MUNDO › OPINION

La campaña más dura y desleal

 Por Eric Nepomuceno *

Hoy, los 135 millones de brasileños que decidirán en las urnas el nombre del sucesor de Lula da Silva –el más popular de los presidentes del último medio siglo en Brasil– demostrarán hasta qué punto los institutos de opinión recuperaron su credibilidad, luego del fiasco de la primera vuelta. En vísperas del domingo 3 de octubre se daba por descontada la victoria de Dilma Rousseff, del PT, sobre su más directo adversario, José Serra, del PSDB. A última hora, un tercer nombre, el de Marina Silva, del pequeño Partido Verde, recibió en las urnas inesperados 20 millones de votos, forzando la segunda vuelta. Ahora, se repite el favoritismo de Dilma sobre Serra, con un margen confortable, de más de doce puntos. A ver si esa previsión se confirma.

Sea quien fuere el próximo presidente, al menos dos cosas ya están más que confirmadas. Primera: ha sido la más agresiva y violenta campaña de al menos los últimos 20 años. Y segunda: quien gane se enfrentará con un escenario furioso y tendrá grandes dificultades para entenderse con sus adversarios.

La disputa que termina hoy tuvo como protagonista, mucho más que los candidatos, la figura de Lula. Más que la sorprendente estampida de Marina Silva en las dos últimas semanas del primer turno, ha sido Lula el factor de desequilibrio que determinó los rumbos de la elección. Estratega hábil y osado, logró imponer los términos que mejor le favorecieron –y a su desconocida candidata– al establecer un verdadero plebiscito: el elector ha sido convencido de elegir entre Lula y “los otros”, entre su gobierno (81 por ciento de aprobación popular) y “los de antes”. Ese discurso arrollador ha sido complementado por una especie de huracán sin límites, con Lula actuando como si el candidato fuese él y no Dilma.

Mientras tanto, del lado opositor José Serra optó por un discurso que osciló entre la derecha más conservadora y lances de verdadero oscurantismo (religioso inclusive). Ese embate se dio en medio – principalmente del lado de Serra– de una atmósfera de extrema virulencia, con lances de bajísimo nivel, acusaciones sin base alguna, calumnias que se multiplicaban y rumores producidos por usinas inagotables. Resultado: una especie de hartazgo generalizado de los electores, que llegan a las urnas sin conocer ninguna propuesta concreta de los dos postulantes. Dilma Rousseff dejó claro que continuará el gobierno de Lula, pero sin exponer matices y variaciones. José Serra se perdió entre propuestas demagógicas, falacias sobre su propia trayectoria y la vaga promesa de que hará “más y mejor” que lo que hace Lula.

Si la disputa presidencial se decide hoy, desde el lunes, 4 de octubre, ya se sabe cuál será la composición del futuro Congreso. Es verdad que algunas candidaturas están bajo análisis de la Justicia Electoral. De todas formas, nada alterará el cuadro ya diseñado. La alianza de Dilma tendrá amplia mayoría en las dos casas del Congreso. De la alianza opositora, el PSDB de José Serra encogió bastante en relación con la actual composición parlamentaria. El otro gran socio, el DEM, que representa la derecha más recalcitrante, logró elegir sorpresivamente un gobernador (Santa Catarina), pero su expresión parlamentaria mermó de manera considerable. El principal aliado de Dilma, el PMDB, obtuvo mayoría en el Senado, eligió la segunda mayor bancada en la Cámara, y mantuvo su principal característica, la de tener un pie en cada barco y así negociar amplias tajadas del futuro gobierno, gane quien gane.

Además, el presidente que salga hoy de las urnas tendrá que convivir con las secuelas de una campaña exacerbada, y los dos candidatos saben que no contarán con beneplácito alguno de parte de la oposición. Ambos prometen un diálogo que no saben cómo iniciar. En el pasado, cuando fue oposición, el PT supo demostrar su persistente contundencia, su duro sectarismo. En la actual campaña, José Serra demostró que no tiene límites a la hora de golpear bajo la línea de cintura y que desconoce cualquier regla del juego leal.

* Escritor brasileño.

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