EL MUNDO › LO QUE DEJA EL APOYO OCCIDENTAL A LA CAIDA DE KHADAFI

Menú de armas y petróleo

El final del coronel empezó en febrero con una revuelta popular y se cerró con las armas con que la alianza atlántica respaldó a la brumosa rebelión libia.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

El premier del Consejo Nacional de Transición, Mahmud Jibril (centro).
Imagen: EFE.

La OTAN y sus aliados terrestres, los rebeldes libios, terminaron ofreciéndole al mundo la cabeza del coronel Khadafi, en pantalla grande, en alta definición, con mucha sangre y algarabía para que las imágenes impongan el consenso con su veloz frivolidad. Más de cuarenta y dos años de un reinado megalómano, cínico y dictatorial, marcados por dos períodos contradictorios, terminaron gracias al huracán que desató el deseo de libertad surgido en el Mediterráneo y ya conocido como la Primavera Arabe. En esa aspiración a la democracia y la libertad, Libia es una excepción: en Túnez y Egipto las armas estaban de un lado y el pueblo del otro. Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto se fueron arrinconados por una revolución de masa, espontánea e irrenunciable que echó al mar a dos déspotas respaldados por Occidente. El fin de Khadafi empezó en febrero con una revuelta popular semejante y se cerró con las armas con que Occidente respaldó a la siempre brumosa rebelión libia. En Libia las armas estaban de los dos lados y pesaron en el desenlace final tanto como pesó el cinismo de Khadafi y el de Occidente en el mantenimiento de un régimen delirante y opresor. Hubo tiempos en que Khadafi era el enemigo número uno del “mundo civilizado” porque apoyaba el terrorismo, y hubo otros años en que el coronel firmó millonarios contratos para la explotación petrolera, recibió buenas notas del FMI y pasó a ser un obediente aliado del Oeste en la lucha contra el terrorismo. Lavó su pasado con petróleo y los emisarios de Londres, Roma, Berlín, Moscú, París, Washington o Madrid lo reintegraron al círculo de las naciones decentes. El petróleo todo lo puede, incluso comprar al contado los valores con que Europa y los Estados Unidos construyen su legitimidad.

Un tercer dictador salió del mapa. Libia amanece hoy con un problema menos y también con otro que no tenía antes. ¿Y ahora qué? Nadie puede perder la lucidez al grado de pensar que la democracia es el próximo paso. Resulta imposible en un país sin la más mínima cultura democrática y en donde todos los protagonistas de la revuelta están armados. Los antagonismos entre los miembros del CNT, Consejo Nacional de Transición, son muy hondos. A su vez, la guerra no permitió la emergencia de un líder fuerte y los riesgos de una partición del país son tanto más fuertes cuanto que ya estaban antes de la guerra. Hay, de hecho, dos entidades geográficas bien definidas: toda la región de Trípoli, la Tripolitana, son tierras khadafistas muy arraigadas mientras que el Este, Cirenaica, es un mundo aparte cuya capital, Benghazi, fue el epicentro de la rebelión, la primera en caer y luego la sede del CNT.

Lo más complicado viene ahora. La muerte de Khadafi extrae el único motivo por el cual los rebeldes podían hacer causa común. Bereberes de las montañas, islamistas moderados del Este, salafistas enardecidos, profesionales e intelectuales que rompieron el exilio, estudiantes, partidarios de Khadafi, que los hay y muchos, habitantes de Misrata que combatieron casi sin ayuda del cielo –la OTAN– a las hordas khadafistas, los actores son múltiples, todos quieren una parte del botín, todos pagaron un alto tributo en la guerra y no hay nada ni nadie que los unifique. Amnistía Internacional ya denunció oportunamente las exacciones y violaciones de todo tipo perpetradas por los rebeldes. Libia es un país herido y dividido, con un ente como el Consejo Nacional de Transición que se mostró incapaz hasta ahora de pactar la formación de un gobierno. El panorama es tan sui generis que el primer ministro, Mahmud Jibril, ya adelantó que renunciaría al cargo una vez que Libia “fuese liberada”.

Como en Irak y Afganistán, Occidente preparó la guerra pero no modelizó la paz. Bagdad y Kabul siguen siendo un teatro sangriento. La OTAN puede terminar su misión “de protección de los civiles”, según el mandato que le dio la ONU pero que en realidad la Alianza lo usó para acabar con el régimen. ¿Quién podrá creer que tanta gente en armas aceptará mañana que una mayoría surgida de las urnas le imponga su voluntad? Occidente continuará jugando sus cartas. Los negocios venideros son monumentales: petróleo, infraestructuras, telecomunicaciones, etc., etc. Tal vez, las potencias apuesten por quienes les garanticen los mejores contratos, los respalden con nuevas armas y se imponga así por la fuerza el nacimiento de una nueva Libia bajo la bota del ganador. El “guía supremo” fue suprimido. En Libia no hay sistema político, ni sindicatos, ni siquiera una Constitución. Hay, sí, una consistente cantidad de armas. Muchas de las que Occidente le vendió a Khadafi más las que le entregaron a la oposición. El futuro parece trazado. A menos que ocurra un milagro, la guerra continuará.

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