Domingo, 16 de diciembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › LOS SECTORES MAS REACCIONARIOS RECUPERAN ESPACIOS CEDIDOS A LOS DERECHOS CIVILES
El resurgimiento del discurso católico integrista y de la defensa de los valores cristianos, antieuropeísmo y un nacionalismo patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo son algunos de los síntomas.
Por Eduardo Febbro
Desde París
La crisis ha sido en Europa el cultivo para el retorno al primer plano de los ultraconservadores. Partidos de extrema derecha en pleno auge, recuperación por parte de los sectores más reaccionarios de los espacios conquistados en las últimas décadas por los derechos civiles, xenofobia latente, populismo, resurgimiento del discurso católico integrista y de la defensa de los valores del cristianismo, antieuropeísmo y un nacionalismo patriotero como pasión mágica contra todos los males del mundo son algunas de las manifestaciones más evidentes de la reconfiguración que está atravesando Europa.
Hace unas semanas, un importante senador de la extrema derecha húngara, Márton Gyöngyösi, pidió que se preparasen “listas de los judíos que viven aquí, sobre todo aquellos que están en el gobierno y en el Parlamento, quienes, de hecho, suponen un riesgo para la seguridad de Hungría”. Con 44 diputados en una cámara que consta de 386, el partido de Gyöngyösi, Jobbik, es la tercera fuerza húngara. Lejos de limitarse a los países del Este de Europa, la marcha de los ultraconservadores ha llagado también al corazón del sistema europeo de gobierno.
A finales de noviembre, el Parlamento europeo dio el visto bueno a la designación de Tonio Borg al puesto de comisario europeo de Sanidad y Consumo. Este nombramiento es una paradoja absoluta: Borg es un hombre político de la Isla de Malta cuyo catalogo ideológico va en contra de las leyes y principios que la mayoría de las democracias europeas defiende: se opone al aborto, al divorcio y al matrimonio entre personas del mismo sexo.
La emergencia de estos personajes responde al crédito que han recuperado en la sociedad. Francia, que es un símbolo universal de los derechos cívicos y sociales, de la libertad y el carácter laico de la sociedad, conoce un férreo movimiento de protesta contra una serie de leyes que, entre otras cosas, apuntan a legalizar el matrimonio entre homosexuales. Los “anti” derechos ya reunieron en la calle a más de 100.000 personas y este fin de semana se aprestan a protagonizar una nueva manifestación contra las leyes promovidas por el Ejecutivo socialista del presidente François Hollande. La igualdad ya no es percibida como un progreso, sino como una amenaza, una extensión contaminante del sistema político y económico. Los partidarios del “matrimonio para todos” y sus adversarios se miden hoy en las calles del país. La respuesta política se traduce en las urnas: peso en aumento de la extrema derecha y vuelta a la arena de los llamados “tradicionalistas”, o sea, los representantes de la corriente conservadora de inspiración religiosa. Estos partidos o movimientos salieron de la discreción para ocupar amplios espacios de poder. No sólo conquistan carteras ministeriales sino que, además, influencian a los partidos de la derecha que terminan incluyendo su ideario en los programas electorales. La derecha de gobierno (UMP) tiene en Francia un componente ultraconservador en su seno, la llamada “derecha popular”. En las elecciones presidenciales abril y mayo pasado, la extrema derecha del Frente Nacional obtuvo casi el 18 por ciento de los votos, con lo que, al igual que en Hungría, pasó a ser el tercer partido detrás de la conservadora UMP y los socialistas. El ex presidente francés Nicolas Sarkozy hacía constantes referencias a los “valores cristianos” de Francia y de Europa. Sin embargo, ninguna estadística ha constatado un renacimiento de la práctica religiosa, muy por el contrario. Más bien, esos valores conservadores y cristianos aparecen como un amparo ante la agresividad desestabilizante de mundo. La apuesta parece totalmente contradictoria: esos partidos populistas, ultraderechistas y conservadores se presentan como una alternativa modernizadora.
La época en que el ingreso a una coalición de gobierno de un miembro de la ultraderecha provocaba crisis europeas está muy lejos. La ultraderecha se ha banalizado y lo mismo está ocurriendo con el populismo conservador. Un estudio sobre la derecha europea publicado en Gran Bretaña por el centro de estudios Chatham House, destaca que “los partidos populistas extremistas (PEP) representan uno de los desafíos más apremiantes a las democracias europeas”. El mismo informe explica que los “partidos populistas extremistas han cambiado sus estrategias en las últimas décadas. Esto les permitió responder a las nuevas cuestiones que se plantean y a los acontecimientos de forma más innovadora y eficaz que los partidos ya establecidos”. Los analistas del Viejo Continente coinciden en aceptar que los votantes de esos partidos son lo que el informe de Chatham House llama los losers of globalization, los perdedores de la globalización. Se trata de vastos sectores sociales, sin calificación, a menudo de cierta edad, para quienes la globalización representó un castigo. La frustración ante un sistema que les pasó por encima buscó un culpable y lo encontró enseguida: los extranjeros y todas las formas de trastorno cultural. El investigador Matthew Goodwin escribe en el informe de Chatham House que todos los seguidores de los partidos populistas extremistas “comparten una característica fundamental: su profunda hostilidad hacia la inmigración, el multiculturalismo y el aumento de la diversidad cultural y étnica”. Patria, familia y pureza. Esa consigna resuena hoy en todas partes. El periodista Daniel Vernet, ex jefe de redacción del vespertino Le Monde, agrega un análisis más al pertinente informe de Chatham House. Además de su hostilidad hacia los extranjeros, los electores ultraconservadores del Viejo Continente tienen otra característica común: “La designación de la Unión europea como deus ex machina de la gran empresa de destrucción de las protecciones nacionales. Tecnócratas apátridas estarían dictando su ley a los gobiernos y a los pueblos despojados de su soberanía”. Además de los millones de pobres que dejó en el mundo, la globalización cuenta ya con sus hijos políticos: los populistas ultras. La defensa de la identidad nacional, la restauración de la idea de frontera, la culpabilización de los extranjeros y la denuncia de la corrupción del sistema político son sus caballitos de batalla. Esa ideología se expandió en toda Europa en los años ’30. En su renacimiento de hoy sólo un par de figuras han variado: el causante de todos los males ya no es el judío sino el musulmán. El musulmán es “el otro” por excelencia, el corruptor, el responsable de la dilución de la identidad nacional, del desempleo, de la inseguridad. Es él quien pone en peligro las bases de la sociedad occidental y cristiana. El otro eje de su discurso es el ataque al cosmopolitismo financiero y a una presunta tecnocracia que actúa en las sombras para destruir lo nacional. La ofensiva ultraconservadora mezcla todo en un mismo proyectil y da en el blanco.
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