EL MUNDO › OPINION

La paz se firma con el enemigo

 Por Alejandro Horowicz *

¿De qué discutimos cuando analizamos la invasión israelí al Líbano? ¿De autodefensa? ¿Será cierto?

Veamos. Como Hezbolá capturó soldados israelíes, ese ejército toma represalias. La lógica de la guerra impone devolver el golpe empujando la mano del enemigo a contragolpear, hasta que uno de los contendientes tenga dificultades para proseguir, y por tanto renuncie a continuar esa política, pida un armisticio e inicie negociaciones de paz. Así es una política de autodefensa.

¿Tras 33 días de combate, es ésa la situación? ¿Un vencedor militar impuso sus términos políticos y conquistó alguna clase de paz?

Todos sabemos que la guerra continuará, que esta escena es la repetición de una serie tan larga que abruma.

En verdad, la guerra no lleva 33 días, sino décadas. ¿En qué se diferenciará el próximo programa de “autodefensa” israelí, del anterior? Y si no se diferencia, ¿es una política adecuada?

Volvamos a empezar. La guerra entre ambos bandos aportó la paz del ’78 con Egipto, la del ’94 con Jordania, y las negociaciones entre Yitzhak Rabin y Yasser Arafat. Todo parecía encaminarse hacia una solución no militar, hasta que el 4 de noviembre de 1995 Rabin cayó delante de los ojos de miles de testigos.

La muerte del premier israelí fue más que un asesinato, fue un golpe de Estado. Por cierto, el brillante general había cometido un error de evaluación: comandar la guerra no es igual que comandar la paz. La sociedad israelí no estaba, no está, preparada para la paz. Rabin no la preparó en esa dirección y pagó el error con su vida.

El equilibrio parlamentario del poder cambió y los instigadores –esa derecha cortita y ciega– enterraron la solución estratégica de Rabin: la larga marcha junto a Arafat. El golpe cobró otra víctima: la dirección de la OLP. Para sus combatientes la cosa era clara: no se podía confiar en una salida negociada, no se podía confiar en los políticos israelíes, que deshacían lo pactado hasta ayer. La desesperación ganó a sus bases. Las condiciones políticas de la Franja de Gaza se volvieron intolerables, por la continua humillación del control diario, junto al implacable hostigamiento militar israelí. La intifada palestina sobredemostró la degradación del proceso político. De esas condiciones, creadas por el gobierno de un peligroso imbécil, Benjamin Netanyahu, surge Hamas. Es decir, la ciega voluntad de testimoniar con violencia suicida y asesina las condiciones de oprobio e indignidad a que es sometido el pueblo palestino.

El retroceso no tuvo vuelta atrás, ni siquiera con el retorno laborista al gobierno. La calesita electoral reubicó a Ariel Sharon en un gobierno encabezado por el Likud, partido de la derecha liberal.

Así como Rabin era un estratega, Sharon era un oficial de inteligencia manchado de sangre. Pero debemos admitir que conocía su terrible oficio y que había llegado a la sensata convicción de que ese camino no aportaba seguridad. Y, contra lo que todos esperaban, pateó el tablero político. Sacó a los colonos de territorios ocupados. El nuevo eje era la paz. Invitó a todos los que compartían su propuesta a sumarse a Kadima y ganó las elecciones del 2005. Después entró en coma y lo que vino se lee todos los días en los diarios.

El problema de Medio Oriente no tiene solución militar. Exterminar al enemigo únicamente es posible cuando cada combatiente que cae no tiene reposición; de lo contrario esa política no sólo no lo extermina, sino que recluta militantes cada vez más convencidos de la lucha armada.

El gobierno de Israel ejecuta una política inconsistente; al detener el fuego en Líbano admite implícitamente que no hay solución militar, pero descree de la solución política. Rechaza la posibilidad de paz.

Pues bien, la paz sólo la pueden hacer los que están en guerra. Ayer se firmó con Egipto y Jordania, cuyos dirigentes sostuvieron que era preciso arrojar a los judíos al mar. Hoy se debe iniciar el diálogo con el enemigo actual. La paz se firma con el enemigo. De lo contrario, el tobogán de esa guerra deriva en una práctica genocida. Como judíos nos debe doler y ofender esta terrible palabra. Pero no alcanza con negarla.

Una solicitada firmada por millares de hombres y mujeres, judíos y no judíos, denunció la invasión al Líbano. Yo escribí ese texto y lo hice sostenido en el razonamiento que acaban de leer. Parte de mi familia paterna fundó Israel, amigos entrañables habitan su suelo. Nada deseo más que respaldarlos para que vivan con todos los pueblos de la región en razonable coexistencia.

Pero el mayor peligro para la existencia del Estado de Israel reside en su actual gobierno. Por eso, no reír, no llorar, simplemente entender. Aunque duela.

* Analista político, periodista.

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