EL MUNDO

Final abierto

ALVARO NOBOA.

El magnate bananero pro-TLC

Posiblemente sea el hombre más rico de Ecuador. Con una fortuna de 1200 millones de dólares y el control de más de cien empresas, Alvaro Noboa no ha podido desligarse de la imagen de empresario rico. En gran parte, porque no posee una personalidad carismática ni una oratoria atrayente y contundente. Tampoco ha podido escapar a la caracterización que de sí hacen sus rivales: hombre de Washington y de los sectores neoliberales. Sus propuestas no parecen desmentirlos. Alaba la dolarización y los resultados que tuvo en el país, apoya en un ciento por ciento la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y cuestiona los gobiernos de Fidel Castro y Hugo Chávez.

La estrategia de Noboa fue crear expectativa hasta el final. Después de mantener en vilo a los medios de comunicación durante meses y cambiar de apoyos, inscribió su candidatura el último día. Las dudas del magnate, interpretaron muchos, se debían a las derrotas que había sufrido en las dos últimas elecciones presidenciales. En ambas ocasiones había conseguido llegar a la segunda vuelta, pero nunca logró sumar más apoyos por fuera de sus tradicionales aliados. Quizás por eso, esta vez intentó centrar su campaña en la caridad públicas y promesas de empleo, vivienda y créditos baratos para los sectores más pobres.

Nacido en Guayaquil, el centro económico del país, Noboa se educó en los colegios más selectos, nacionales y extranjeros, pero luego estudió Derecho en la Universidad de Guayaquil, en la que se educan las clases medias de la zona costera. Sin embargo, nunca ejerció su profesión. Siguiendo los pasos de su padre, un empresario de enorme fortuna, se dedicó a crear y dirigir compañías. Con sólo 23 años, fundó su primer empresa y a los pocos años fue sumando otras, desde bancos hasta revistas. Hace poco más de una década, se hizo cargo del imperio de su padre, en el que se destaca una de las más importantes empresas bananeras del país.

El único puesto público que ocupó fue uno técnico, bajo la fugaz presidencia de Abdalá Bucaram –quien fue destituido por el Congreso por “incapacidad mental”–. A partir de ese momento, comenzó su carrera política, convirtiéndose en un referente de la derecha y los sectores empresariales. En 1998, se presentó a la presidencia por el partido de Bucaram y, cuatro años después, hizo lo mismo pero ahora con un partido propio, el Partido Renovador Institucional Acción Nacional (Prian). En esta campaña Noboa prometió empleo, vivienda y créditos baratos para los pobres; crecimiento económico, menos corrupción y más seguridad. Y con ellas sus recetas: más inversiones extranjeras en sectores clave como el petróleo y mantener la dolarización, para asegurar estabilidad económica y política.

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RAFAEL CORREA.

El candidato anticorrupción

Rafael Correa se ha presentado como el candidato apolítico. La campaña del joven carismático se ha centrado en la diferenciación de su liderazgo y sus ideas a las de los partidos y la dirigencia tradicional. Este economista, de sólo 43 años, se presenta como un político diferente, que puede terminar con la corrupción y la inestabilidad que han marcado la historia reciente de uno de los países más pobres de la región. Su discurso, radical para algunos, y honesto para otros, ya provoca miedo en Washington y simpatía en gran parte de Sudamérica.

Su currículum opaca al de sus rivales. Estudió Economía en la Universidad Católica de Guayaquil y luego realizó dos masters sobre esa misma área en Estados Unidos y Bélgica. En este último país conoció a su esposa, con la que hoy tiene tres hijos. Correa habla inglés, francés y quechua, el cual aprendió cuando era un misionero voluntario en una de las comunidades indígenas en la sierra. Su primera importante participación en la escena política fueron sus 106 días a la cabeza del Ministerio de Economía, durante la primera etapa del actual gobierno de Alfredo Palacio. Su gestión se destacó por su abierta oposición a las presiones de los organismos de crédito internacional, como el FMI o el Banco Mundial, en las políticas económicas ecuatorianas.

En la campaña, su imagen creció rápidamente, especialmente entre los sectores más pobres. No fueron sólo sus propuestas contra las injerencias de Estados Unidos y las políticas neoliberales las que captaron la atención, sino su carisma y su discurso firme y convincente. En los actos e, incluso, en el único debate televisivo, Correa se mostró irónico, claro y muy convencido. No titubea al responder sobre temas conflictivos, como la dolarización y su relación con el presidente Hugo Chávez, y no teme en afirmar una y otra vez que su objetivo es un cambio radical en el país –a pesar de los miedos que eso crea en los sectores más conservadores–.

El economista se autodefine como de izquierda, pero no de una izquierda marxista, sino de una cristiana. Ferviente católico, uno de los pilares de su campaña fue la lucha contra la corrupción. Su rechazo a la política y a los políticos tradicionales llevó a que no presentara candidatos para el Congreso, ya que no cree en la legitimidad actual de este organismo. En vez de presentar una lista de candidatos, decidió abogar por la creación de una Asamblea Constituyente, en la que se construiría un nuevo Poder Legislativo y, también, se debatirían temas centrales para el futuro del país, como la continuidad de la dolarización. Pero los sindicatos y los movimientos indigenistas lo cuestionan por atacar a la dirigencia política y no a los sectores empresariales. Correa continúa apostando a convencerlos a través de sus propuestas.

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