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Regreso sin gloria

 Por Santiago O’Donnell

Después de muchas idas y vueltas, comenzó la retirada del ejército norteamericano de Irak. Empezó el lunes con un viaje de seis horas de Bush a Irak, el tercero desde que la guerra empezó en el 2003. Esta vez el presidente estadounidense no se reunió con las tropas, al menos no para la foto, y en cambio sí lo hizo con líderes iraquíes de distintas facciones, con el general David Petraeus, a cargo de ejército invasor, y con el embajador norteamericano Ryan Crocker. Nada es casualidad. Bush se despidió de Irak en su último viaje como presidente con las siguientes palabras: “El general Petraeus y el embajador Crocker me dicen que si el progreso que estamos viendo continúa, será posible mantener el mismo nivel de seguridad con menos tropas americanas”. En otras palabras, nos vamos de Irak pero no porque hemos sido derrotados, sino porque hemos pacificado el país.

Así, Bush cumplió el rol simbólico de viajar a Irak para traer las tropas de regreso y entregarles la posta a los líderes iraquíes.

La puesta en escena de esta retirada digna continuará en la semana en el Congreso estadounidense, donde Petraeus y Crocker, dos hombres escogidos a dedo por Bush, darán testimonio sobre la guerra. Hablarán del progreso obtenido, a su modo de ver, desde que el presidente ordenó en enero un incremento de 30.000 soldados a la fuerza de 130.000 efectivos para implementar su estrategia de control policial, focalizada en Bagdad y la provincia de Anbar, supuesta base de operaciones de Al Qaida en Irak. Petraeus ya adelantó que va a recomendar el retorno de un contingente de 4000 soldados a partir del año que viene, lo cual no deja de ser una farsa, o al menos una concesión retórica a la demanda opositora de la puesta en marcha de un plan de retirada. Poco importan 4000 soldados más o menos porque Bush se va a fines del año que viene y Petraeus, si sigue en su puesto, deberá bailar al ritmo del nuevo ocupante de la Casa Blanca.

Entre los testimonios de esta semana y la presentación del informe del gobierno al Congreso previsto para el domingo que viene mediará un nuevo aniversario del 11 de septiembre. No faltarán imágenes de bomberos llorando al pie de Ground Zero mientras suenan las campanas y otros golpes efectistas para justificar un poco más de guerra.

La línea argumental del gobierno, adelantada por Bush desde Irak, apunta a resaltar la importante reducción de asesinatos y hechos de violencia que se han registrado en Bagdad y la provincia de Anbar desde el inicio de la última ofensiva. Para marcar la ocasión, Bush viajó directamente a Anbar y no pasó por Bagdad, el destino de sus visitas anteriores. “Vine a ver con mis propios ojos el progreso que se está logrando aquí, cuando este verano me habían dicho que la provincia de Anbar estaba perdida”, dijo orgulloso.

Linda película. El jefe da por terminada la misión, rinde cuentas ante el Congreso, trae de regreso a los muchachos, los iraquíes aprenden a no pelearse y, como agradecimiento por los servicios prestados, proveen al Tío Sam con todo el petróleo que necesita, por supuesto que a un precio justo que sirve para motorizar la economía persa y todos viven felices para siempre. En la última escena, los mártires caídos en batalla resucitan para marchar llenos de gloria hacia la eternidad. Van de uniforme cantando emocionados la marchita de los United States Marines, mientras madres iraquíes con bebés en brazos salen a su paso para agradecerles el sacrificio.

Será una puesta en escena épica pero no va a durar mucho, por más que quieran estirarla hasta el próximo informe ante el Congreso, dentro de seis meses. En primer lugar, el éxito en Bagdad y Anbar se ha dado a expensas de la seguridad en el resto de país. De hecho, a nivel nacional no se ha notado una merma en la violencia. Si Estados Unidos saca sus tropas de Anbar y Bagdad para pacificar otros lugares, encima con menos hombres, todo hace suponer que volverá la violencia cuando los soldados se vayan.

Además, Bush reconoció esta semana que el gobierno iraquí no ha podido capitalizar el nuevo escenario militar para alcanzar los objetivos políticos trazados por Washington. Estos incluyen un gobierno que represente a todas las minorías y una ley que reparta las ganancias por la venta del petróleo. “Tuve una discusión muy franca y frontal con (el presidente iraquí Nuri) Al Maliki y le dije que esperábamos más avances”, dijo Bush, que a esta altura ya tuvo varias discusiones “francas y frontales” con su par iraquí, sin que nada cambie en el gobierno de ese país. O mejor dicho sí: cuando Bush lo instó a ponerse firme con su aliado Moqtada el Sadr, lo único que logró fue que el Sadr, el principal líder chiíta de Irak, rompiera con Maliki y denunciara la ocupación.

Lo que Bush no dice cuando critica a Al Maliki es que hay una relación directa entre la estrategia militar en Anbar y la debilidad política del presidente. Y que la debilidad de Maliki es el principal impedimento para alcanzar los acuerdos que exige Washington.

Es cierto: en Anbar los líderes sunnitas están chochos. El ejército norteamericano ha puesto a sus milicias a trabajar en tareas policiales. Antes las combatía. Ahora las organiza y les da instrucción. Los norteamericanos dicen que es el primer ejemplo claro de colaboración entre su ejército y el liderazgo sunnita desde el derrocamiento de Saddam Hussein. Pero al gobierno mayoritariamente chiíta de Al Maliki no le causa ninguna gracia que sus aliados norteamericanos entrenen y den poder de policías a opositores sunnitas, que sólo deben esperar que se vayan sus nuevos tutores para empezar a atacar al gobierno.

Maliki ya le dijo a Bush que se oponía a la estrategia para Anbar y para que no queden dudas aumentó sus contactos con Irán, la potencia chiíta en la región. No es casual que su líder, Mahmud Ahmadinejad, anunciara hace dos semanas que está dispuesto a “llenar el vacío” que deje Estados Unidos en Irak.

Así las cosas, cualquier ilusión de volver a casa cubiertos de gloria se choca con la realidad. Todos los indicadores sociales, políticos y militares disponibles muestran que Irak está peor que antes de la invasión. Las armas químicas nunca aparecieron. El terrorismo se multiplica. Los muchachos nunca aprendieron el libreto de la Casa Blanca. Tenían que ser Rambos, pero murieron por nada. Como extras de una mala película que muy pronto nadie querrá recordar.

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